miércoles, 21 de diciembre de 2011

El pelos

Con el sueño del revés.

Lágrimas de plástico azul - Joaquín Sabina



El pelos soy yo. Porque hasta hoy he llevado unos pelos que no eran muy de cuerdo. De todos modos yo puedo presumir de muy pocas cosas, y la cordura no es una de ellas. La cosa es que hoy he ido al peluquero y le he dicho: Gustavo, no sé bien que hacer, o bien recortar un poco nada más por detrás, es decir seguir con el pelo más o menos largo o cortarlo tanto que no tenga que peinarlo (como si antes lo peinara). Total, que tras unos minutos de ciertas dudas le he dicho, "dale ahí, corta como si no fuera haber un mañana". Y se ha puesto a ello con deleite y sin medida, pues he pasado de ser "el pelos" a ser si acaso "el peloncete", con lo bonito y largo que era, con lo hippy que me hacía parecer. Si yo había vuelto a ser el "Príncipe de Beckelar" que engatusó a Sestea hace una pila de años. Y voy a cortarlo justo ahora, que estoy a unos días de hacer una quedada 10 años después con la gente de la biblioteca de derecho, que me conocieron con goma en el pelo y bici a la puerta. Con la ilusión que me hacía que me dijeran que para mí no pasa el tiempo, que estoy igual, que sigo siendo aquel joven, guapo y hippy.

Alguien dirá, "ya está este aquí para hablarnos de Urdangarín, a ver cuanto tarda". Pues no, dejemos por un momento eso para hablar de otras cosas. Como por ejemplo de que me voy de vacaciones. Cojo una semana nada más y sin embargo estoy en un mar de cavilaciones.

Me llevo el Testarossa o me voy en autobús. A favor del coche está la músiquita y salir temprano. En contra que Sestea ya habita por Valencia abrazada a la María hasta para dormir, y me tocará hacer el viaje a mi solito. En contra del bus que hay posibilidades (unas pocas por lo menos) de que saliendo de casa en otro a las 17:00 ni siquiera alcance a coger el de Valencia a las 19:15. Por no hablar de que llegando, en torno a las 5 de la mañana, tendré que coger un taxi que me deje en Mestalla.

En esas aguas me muevo. Con la alegría, eso sí, de volver a ver a los míos. Pasar una semana en casa es regresar a la vida que fue. Es volver al abrazo de los míos. A las luces de una ciudad bellísima.

Estoy como un niño esperando la noche de reyes. Convertido en el buen mozo, el pelos devenido en peloncete, que vuelve, como el Almendro, por Navidad.