martes, 30 de marzo de 2004

La muñeca se descubre

Hace años yo quise ser unas manos. Más concretamente quise ser unas
manos en un solo momento determinado en el tiempo, y por Belenos
también en un lugar muy específico que aún hoy sigo pensando, que
tiene que parecerse mucho a lo que debió ser el paraíso que
perdimos. Hace años miraba la portada del disco de esa Janet,
hermanísima de Michael, que se había hecho mayor, y para demostrar
lo mayor que era, lo mayores que se habían hecho sus atributos de
chica convertida en mujer, levantaba los brazos como mi bellísima
Elena Anaya, así puestos en jarra sobre la cabeza como en el momento
inmediato a ser esposada por las fuerzas del orden. Y detrás de
ellas, como al rescate de sus voluptuosidades, arrancando a los
ávidos ojos la belleza que se intuye, unas manos ladronas, unas
manos como el mapa de Estados Unidos, dispuestas a contener esa
hermosura a borbotones, esa juventud de mujer que no tiene ropa que
la cubra, pero si manos.

Crecí con esa idea intubada en la cabeza, como una cuenta pendiente
que pensé que quedaría irresoluble como quedan las cosas de los
sueños, deseando ser aquellas manos, garras suaves que sostienen con
todo el consentimiento del mundo una paraíso para la vista y el
tacto cuando es afortunado.

Pero de algún modo, el destino del mundo cambió recientemente, y no
hablo de guerras ilegales, ni hablo de armas que no existieron, no
pienso en un gobierno de espaldas a los ciudadanos hasta que los
ciudadanos hartos hacer valer que existen, existimos como Janet,
para meter en cintura a quien sea aunque sea una vez cada cuatro
años. No hablo de este mundo al borde del colapso, hablo del destino
como un sendero al que se llega por fuerza, como las nubes grises
hastiadas del sol arreciarán tormentas, el camino forzoso al que
condujeron los astros para que el cantante aquel, que no es nadie en
realidad, naciera y viviera para un solo acto con sentido, que los
mortales viéramos la juventud de Janet en su mayor apogeo. Porque
esa tarde, los espectadores de la Super Bowl fueron visionarios de
la hermosura cuando no hay manos que la contengan, cuando no hay
corpiños que puedan sostener el pecho que parece que se desparrama,
pero gravita.
Gravita en el aire como los astros, desde una mujer más importante
que todos los partidos del mundo, que se muestra mujer por encima de
todas las cosas, que demanda desde la insurrección de sus pechos
floridos un cambio radical en la forma de comportarse. Que pide paso
por encima de todas las audiencias. Que muestra en su desnudez tan
bella la simplicidad de un mundo empeñado en hacer las cosas
difíciles, en ponerlas difíciles.

Que luego los americanos la repudiaran e hicieran patente la censura
latente en la que viven, solamente hace que retratarlos.

No nos importa, algunos de nosotros entre la opción de escoger entre
unos y otros, sean quienes sean, nos quedamos al abrigo y cuanto más
cerca del pecho de Janet, esa muñeca ya mujer, por fin y contra
pronóstico, descubierta.

lunes, 9 de febrero de 2004

09/02/04 17:49

Era viernes y le decía a un amigo de clase con mucho bombo y platillo, y con una sonrisa que me desbarataba la cara "Bajose el poeta por la escalera diciendo; se me llena la boca de viernes" y se me llenaba en verdad, porque esa semana como esta semana están marcadas en mi calendario por la fecha de un encuentro, este viernes como aquel viernes regresará a mi lado María José y los días que anteceden el encuentro son más dulces y me mantienen en un estado de euforia contenida, basada en la única expectativa que no admite fallo ni tara.
Y es contentarse como no imaginé precisamente porque nunca pensé que fuera a estar tantos días seguidos sin verla, acostumbrados como estábamos los dos a vernos cada día, ahora deseo el paso de los días hasta completar los quince que me separaban de ella como haría un niño al que le sobra tiempo, o un inconsciente que no repara en que los días vividos se van para no volver.

Escucho horrorizado hasta que punto se han llegado a recortar las libertades en "el país de la libertad", indignados por el pecho casi descubierto en su americana Super-Bowl de una mujer que haría bien en mostrarse entera y me asombro de que estos americanos tan ultraconservadores no se indignen ni ofendan al saber que su gobierno, además de innumerables desatinos, de una gravedad que como dijo el portavoz del Vaticano, "clama venganza ante Dios" prefieren permanecer impasibles cuando en el limbo de Guantánamo se tortura sistemáticamente, se secuestra sin pruebas y se conculcan los derechos humanos en virtud de las sospechas no demostradas. A Janet se le vio el adorno del pecho y desde entonces se acabó el directo en las televisiones americanas, las mismas que omitían por decreto las imagenes más turbulentas de una guerra en pos de las armas de destrucción masiva, solamente porque no conviene que el americano medio vea la extremidad arrasada de la niña en el mercado, o a tantos inocentes que quedaron enterrados bajo el nombre de "daños colaterales", ahora en su cruzada por la moralidad, de la que anda sobrado sin duda su presidente (aunque no repetirá), han decidido que todo evento que merezca una cámara se habrá de dar con un cierto retardo, para evitar actitudes poco apropiadas, ya vengan éstas dadas mediante gestos o palabras no convenientes.
Pero tienen una estatua de la libertad, grandilocuentes nombres para operaciones militares y un edificio en proyecto que no contenta a los familiares de las víctimas del 11S (ellos también son víctimas) que hará también referencia a la palabra PAZ.
Vivo y digo mi mundo y me he convertido, sin quererlo yo, que de niño escogía USA por escuchar el himno americano en aquel juego de olimpiadas "Winter Games" con el fondo verde de la pantalla, en un perfecto antiamericano. Desengañado y sin una gota ya, como muchos otros, de aquel sentimiento estremecido que se evaporó algún tiempo después de un 11 de septiembre que cambió el mundo, y de qué forma.

lunes, 5 de enero de 2004

05/01/04 17:49

No quisiera que se pasará un año entero en el reloj del calendario sin volver por mi antigua página. Sin escribir unas letras más. Me cuesta volver a escribir, no estas líneas insustanciales, sino retomar la pantalla blanca con afán de escribir una historia que esté, y no es pedir demasiado, a la altura de mis historias antiguas. Me cuesta retomar esta hoja mía, inabarcable, con tendencia al infinito pues de alguna manera este formato que escogí de escribir como un diario de arriba a abajo, así sin pensar demasiado, sin corregir, sin nada que transmitir a veces como hoy, este formato de vínculos que suben y bajan, este millar de letras que ralentizan tanto la carga de la página, que hasta escribir cuesta pues a veces el cursor desaparece, no sé si procesando aún los desatinos que precedieron a los que me ocuparán. Y por eso dejo de contar las cosas de mi siglo, del siglo XXI, no porque alguien callé el rumor de mi teclado, sino porque tuve que ocupar mi tiempo en otras cosas y me encontré muy a menudo cansado para pelear contra el mundo desde este rincón. Clamaría contra tantas cosas porque me encontré en desacuerdo con tantas que me faltaría espacio para escribir y al lector, a ti, paciencia para leer. Sobre todo porque como lector tienes derecho a opinar también y poder gritar como yo que hay cosas que te enferman, que mis propias letras te enferman, que como yo no estás de acuerdo, porque tu criterio vale tanto como el mío, aunque tú no tengas este espacio, para exponerte. Quizá por ello deba convertir este Vivo y digo en un foro, para que mis neuras encuentren respuestas y los psiquiatras justamente el término correcto que me afecta, la profunda insatisfacción del que vive el mundo sin poder cambiarlo.
Aún sigo experimentando la inigualable sensación de libertad...