miércoles, 28 de febrero de 2007

Sirinoque

En 55 segundos...

Y bailan, y bailan,
todo el día bailan
y nunca paran,
nunca descansan.

Luego se acarician,
llenos de caricias
y nunca paran,
nunca descansan.

Y se sienten tiernos,
todo el día tiernos
y nunca paran,
nunca descansan.

Música que suena
como un golpe en el cerebro,
que nunca nunca para,
nunca, nunca descansa
y bailan, y bailan,
y sigan bailando,
que este sirinoque
se está terminando.

Música que suena
como un golpe en el cerebro
que nunca, nunca para,
nunca, nunca, descansa…


Raíz - 1999. Pedro Guerra

martes, 27 de febrero de 2007

El divorcio

A veces las historias me quedaron sin un final. Las empecé y se me evaporaron las ganas o quizá simplemente olvidé que estaban a medias. Encontré otra historia que empezar u otro entretenimiento mejor. En realidad es casi mejor empezar las historias que acabarlas. Al empezar todo puede ser. Las posibilidades son infinitas. Corrido el relato se parece a un pasillo, las propias hechuras le dieron la forma y por mantener la coherencia se terminó sacrificando libertad. Aunque siempre se pudo dejar una puerta contra una tapia. Un camino bifurcado hacia la nada.


EL DIVORCIO

El divorcio es una forma indiscutible de fracaso. El que se divorcia fracasa. Fracasa en el matrimonio que no salió bien. El divorcio es una forma de hacer público que el enlace no era idóneo, o al menos, que la paciencia de aguantar al otro se acabó. Donjuno se divorció, por muchas razones, aunque a nosotros, los que lo rodeamos, sólo no llegaron algunas. Un buen matrimonio es un filtro muy fino, donde poco o nada se sabe, los problemas surgen y se solucionan a veces, pero quedan dentro, se tratan con discreción.
A Donjuno se le quitaron las ganas de casarse cuando dijo el sí o poco después. Hasta ese momento, había vivido cada etapa lógica de la soltería, el noviazgo corto o largo según con quien, nunca demasiado tiempo hasta que conoció a Maná, con ella se le vio feliz y perpetuó ese estado de amor largamente, justo hasta que dio el sí o algo después. Con Maná estuvo saliendo varios años, y dejó de lado sus conquistas para centrarse en ella como un sacrificio irremediable por amor. Y es que Donjuno tenía un éxito considerable con el sexo femenino, sabia jugar a ese difícil juego que es conseguir enamorar, porque unía a sus hábiles estrategias, la paciencia y el atractivo que nosotros, los demás le envidiamos. Pero la ilusión se le evaporó cuando se vio casado ante tanta gente, cuando comprobó en los rostros felices del resto que por comparación él se sentía indiferente. Miró aquellas faces abotonadas hasta el cuello, aquellos vestidos largos que sonreían, y aquellos ojos que centelleaban lagrimosos de emoción. Y cayó en la cuenta de su estado recién estrenado al mirar el rostro de una de aquellas que había sido su novia. Y miró a sus amigas y a las desconocidas que habían sido invitadas por su, ya esposa, y sintió que se merecía un rato con ellas. Que les debía una oportunidad, que se la debía a si mismo. Donjuno quiso ser soltero cuando se casó, cuando más feliz estaba su Maná, su familia y amigos. Y aquel día se le sobrevino un humor de mil diablos, que todos disculpamos con razones equivocadas.


27 de Febrero del 2000

Pe y la caja de los vientos

Ayer estuve viendo las fotos de la gala de los Oscar que no vi. Por supuesto buscando a Penélope Cruz a la que ya describí allá por en los inicios de siglo para Dooyoo.

Ayer estuve viendo sus fotos en la la fiesta posterior a los galardones y aún me pregunto porque esta mujer se recogió el pelo. La verdad es que como dice Pedro Almodovar el 80 por cien de los heterosexuales de Los Angeles deben estar tras su escote. Yo creo que más bien el 80% de los heterosexuales de cualquier lugar. Y me gustaría saber qué 20% heterosexual no lo está.

¿Alguien la vio eructando en el anuncio de Coca-Cola? No es de extrañar que tras la carilla que pone, de mordisco, vaya el país yankee, enloquecido enterito, tras sus pasos (¿dije curvas?).

Claro que en la gala se recogió el pelo ¿cómo nos hiciste tal cosa? y llámame loco pero puestos a escoger, dos bellísimas gotas de rocío de la mañana, -hazme un nuevo posado para la foto- loco de mí que me hubiera quedado con su hermana

(a solas).


De mucho en mucho recibo algunos mensajes bastante raros en mi teléfono móvil. De torres, Pandoras y princesas.

Creo que alguien encontró la tarifa a coste cero para mensajes y la prueba conmigo. O tal vez sea que todos los vientos que encerraba Pandora en su caja le van faltando al dueño o dueña. Ahora le dan un móvil a cualquiera.

Hoy contesté uno.

domingo, 25 de febrero de 2007

El coronel no tiene quien le escriba

El médico quedó en la sala requerido por la mujer de don Sabas que le pidió un remedio "para esas cosas que de pronto le dan a uno y que no se sabe qué es".

El coronel no tiene quien le escriba - Gabriel García Márquez



Hoy lo leí :).

PageRank

Me decía Sestea esta mañana que tengo muchas cosas buenas. Que soy muy especial. ¡Qué me va a decir ella, si me la gané hace tiempo!

Este weblog ha bajado un punto en el PageRank que es el ranking de importancia de Google para ordenar las páginas. Este depende en exclusiva de la cantidad de webs que te enlazan. Es decir, desde hace un tiempo algunos han decidido que ya no quieren llegar hasta mí desde sus propias webs. Y Google ha tomado buena nota.

Yo, la verdad, es que no tenía puntos para regalar. Mi ranking era 4, que está bastante bien para ser un weblog perdido en un rincón. Ahora es 3, y ve tú a saber si no estoy en el descenso hacia el infierno, como las acciones de Terra en bolsa cuando se desinfló la burbuja de Internet. La verdad es que no importa demasiado (aquello de Terra importó, sobre todo a algunos).

Vengo de darme un paseo por el Blog de Bosco. Parecía que no se lanzaría y sin embargo lo ha cogido con ganas. Me parece que escribe todos los días.

En algún párrafo encuentro similitudes entre nosotros. Aunque creo que en el fondo ocurre que él y yo podemos resultar entrañables.

Dos personas, entrañables a ratos, se parecen un poco.

Alvarado o el notable

¿Te imaginas revolviendo el baúl de un rincón en una habitación abandonada? La habitación que quedó para los cachivaches, para los trastos viejos.

Así estoy yo.




ALVARADO O EL NOTABLE


Alvarado era un hombre de entrecejo poblado, y cara amarga. Tenía la mirada aviesa. Y las intenciones torcidas.
Menos amigas que amigos, menos amigos que dedos en la mano. Mala leche por las mañanas en cafés solitarios. Cogiendo la taza, se le metía la uña dentro del líquido. Madrugador innato, diríase que antes del café no dormía sino que reposaba, con gesto de amargor en el rostro y los ojos entreabiertos. Su cama es una marabunta de sábanas terrosas. Y allí juega a perder los calcetines que quedan con él dentro de la cama. Duerme con calzones largos hasta las rodillas, que le provocan incómodos escozores. Sobre todo cuando camina. Vive en un primero sin ascensor. Sube los escalones con las alpargatas y los calcetines.
Alvarado tiene 47 años y mira en los contenedores. Arroja las manazas dentro y las saca acartonadas. No parece que tenga esos años, sino muchos más. Se queda mirando los culos femeninos que caminan por la calle. Los mira mientras entierra las manos en las bolsas de basura. También los mira al reposar apoyado contra un edificio de tu ciudad. Se le despiertan apetitos varios. Algunos más difíciles de satisfacer que otros. ¿Es lascivo, el bueno? Se tiene a sí mismo.
Al tendero de la esquina lo conoce desde hace años. A Alvarado le fía, y también le dice, aunque de vez en cuando: Joder Alvarado, con ese nombre tenías que ser marqués por lo menos, y a continuación se echa una carcajada larga, felicitándose de su ingenio o memoria, quien sabe. Alvarado sonríe relajando su amargura. Y le pide un palillo para hurgarse entre los dientes. A Alvarado le gusta la sopa de fideos, eso sí, cargada de garbanzos y patata. Comiendo se rasca el cuello, que calor más asqueroso que hace, pero el tendero está con las uñas descarnadas de meterlas en la pila de agua helada que mana gratis del grifo y no le hace caso, Alvarado se rasca la cabeza, la epidermis irritada bajo el cabello.
Por la tarde se echa en el césped del parque y mira como viene el sueño al asalto de su conciencia. También mira las gafas del ejecutivo que pausado cruza el semáforo. Mira su corbata de Armani, aunque Alvarado no sabe si es o no de Armani, pero sabe que tiene que ser buena. Y los zapatos brillantes, impecables los mira levantando la cabeza de los brazos. Ese mamoncete tiene que ganar una pasta. Seguro que tiene un cochazo. Y seguro que viaja lejos.
Alvarado se despierta cuando el sol ha pedido permiso para ausentarse. De hecho cuando se está yendo, en el obligado trámite de batirse en retirada. El día se vuelve naranja. Alvarado cambia su posición para quedar mirando hacia el cielo. Gira la cara y ve el sol que al huir se refleja en el espejo de ventanas que es un edificio. Despierta la cara con marcas de haber apoyado su peso sobre su brazo que es la almohada que no tiene. La camiseta estaba arrugada y sucia y ahora también mojada, pues su boca en el sueño era una fuente de baba, un riachuelo húmedo y somnoliento. Se la alisa con la mano izquierda que se le humidifica. Busca el lugar que es propicio, y se sienta en el suelo cerca de donde se celebra la misa. Agudiza su oído y escucha a los feligreses cantar como uno. Prepara su caja de puros vacía para que den unos donativos. Es un canje extraordinario, a él el dinero le facilita la vida y sus vicios, y él si no consigue el cielo para sus benefactores, al menos sí logra que se vayan al calor de su hogar con un corazón enorme dentro de sus palpitantes pechos.
Alvarado no tiene casi nada. Sus proyectos, que por supuesto los tuvo, pues son pasatiempo barato de mentes inquietas, se difuminaron como imposibles. Dándole la espalda o pasando de largo. Los éxitos son siempre un accidente temporal. Él vivió algunos pero siempre le parecieron relativos y de poco valor. Y tan poco repetidos que se acostumbró a pasar sin ellos, como se acostumbró a sobrevivir con un mínimo que cada día era más escaso. Su vida era lamentable y se lo reconoció a sí mismo como una bofetada, como la verdad escondida repentinamente revelada, hace ya algún tiempo. Ese día lloró más de lo que había llorado nunca. Porque hasta que repitió en voz alta, pero solo para sus oídos, tu vida es miserable, no reparó en que tanto tiempo por vivir consumido significa que no hay un retorno a mejor. Que su vida está marcada por el estigma del fracaso irrevocable, que no es posible que ni él ni nadie cambie eso. En su casa miró su rostro en el espejo y vio que bajo esa nariz doblada, esas ojeras, ese gesto amargo, había un fondo que se evidenciaba en sus ojos. Angustia. E hizo de su rostro la virtud, apagando las llamas de su mirada por una paz que sólo conoce quien se acepta a sí mismo.
Y en el fracaso con mayúsculas se adentró como el valiente nadador se mete en aguas remotas, convencido de haber sufragado empresas más grandes. Era el fracaso que se asoma a la calle con manías persecutorias, el autista vocacional, que pasa silencioso levantando la barbilla desde la miseria hasta el cielo.
Contrató con una aseguradora un buen caudal de dinero que costease su encierro en la otra vida, esto es en la muerte, que es más callada que él y también más miserable. Se puso a pagara religiosamente unas cantidades mensuales, y ayunó algunas noches de algunos días.
Alvarado vuelve a la casa y se tira sobre la cama y se vuelve a quedar dormido. Y en el sueño viaja por las nubes donde mira el mundo y el interior de las personas. Así va condenando a unos y elogiando a otros. Y en plena condena, aparece en un lavabo inmaculado como de un anuncio, más metros al cuadrado. Y mira el espejo y se ve pero con otro rostro, pero se reconoce por el fondo de los ojos. Que ahora son más juntos y potencian su impresión de insistencia. Él mira sus pupilas en el sueño dormido, y físicamente en su camastro se le menean los ojos en sus cuencas. Y de súbito, el brazo le desaparece en un aullido resignado. Le duele el brazo que le falta y que el espejo le arrebata. Y en el pecho le crece una inyección de adrenalina que le obliga a separar los ojos de su cara distinta de los ojos juntos, suyos que desde el otro lado aún lo miran. Los baldosines vibran. Sus manos agarran tela y la comprimen, unos momentos. Luego queda exánime y en paz.
Alvarado muerto fue encontrado por sus emanaciones de muerto delatoras. El tendero se lo explica, hacía días que no le veía, algo de esto ya me figuraba yo. Su cuerpo es retirado por la funeraria, que con gesto amargo, tiene que enterrar al indigente como a un señor. Alvarado es encerrado en pino e introducido en el mejor coche que lo portó jamás.


21 de Julio del 2000

La hora de los valientes

Ahora sé que algunos textos se han perdido para siempre. Al suprimir aquella web los enviaron al limbo que ahora sabemos, no existe. Pero buscándolos en las entrañas del ordenador, que no en mis propias entrañas, he dado con algunos otros que quedaron en suspenso, sin ir a ningún lado, sin volver. Y quizá sea bueno que los cuelgue aquí, pues a este ordenador habrá que ir buscándole un sustituto. Y yo soy de los que derriban moscas a cañonazos y de los que vuelven a menudo la cabeza para atrás. Para comprobar que lo perdido se vuelve un imposible. Que lo olvidado permanece tras una niebla demasiado densa.


LA HORA DE LOS VALIENTES

Me preparé bien, estudié todo lo que tenía que estudiar que no fue poco, y saqué la plaza. Cómo lo celebré, era mi triunfo, yo que aprendí que no hay ascenso sin caída. Elegí estudiar medicina porque era esa mi vocación más temprana y porque mi brillante expediente académico me permitió entrar en la facultad sin mirar atrás, ni siquiera hacia los lados. De padre eminente médico, de madre enfermera retirada por esos otros quehaceres del hogar no sin importancia, que tampoco era necesario que ella siguiera trabajando, el sueldo de mi padre daba para mantenernos a nosotros tres sobradamente.
Gocé los lujos de nuestra posición, y entendí que esperaban de mi y esperaba yo mismo a cambio. Habría de crear una familia algún día, darles lo que yo recibí. Seguir yendo a la nieve con la misma frecuencia, visitar las ciudades con más encanto, comer en los mejores restaurantes. Para eso me preparé concienzudamente, lo que no significa que me fuera fácil, y sentí el desaliento de los fracasos, más dolorosos por lo escasos e incomprensibles para mi alrededor. Daban por descontado un talento natural, una facilidad, que no negué, desde luego, cuando aprobado el MIR, era abrazado por un padre orgulloso de que él me hubiera convertido en un hombre de verdad. Después comencé a trabajar en un hospital, recibiendo un trato exquisito, dispensándolo yo también a esos amigos de mi padre que me habían visto crecer, casi desde tan antiguo como él.

Me había convertido en un cirujano, tengo novia formal, por aquel entonces, descontábamos el tiempo para casarnos de la forma más fastuosa que nos fuera posible. Mi madre la adora.

Era lunes, un lunes de mis comienzos y finales, aunque eso yo no lo supiera, ni siquiera cuando vi entrar a aquella joven moderadamente atractiva. La recibí con mi mejor sonrisa, una sonrisa diplomática y fácil de articular sea cual sea la circunstancia. No, lo siento, ahora tengo prisa. Sólo será un momento, no sabe usted lo que me ha costado venir, no sabe cuánto odio los hospitales. Si es que ya me iba, he terminado y me están esperando. Venga, hágame el favor.
Accedí parando mi carrera. Dígame.
Supongo que no es nada, pero desde hace algún tiempo me duele la cadera.
¿Se ha dado algún golpe?, pregunté a la vez que iniciaba de nuevo mi marcha.
No, es diferente, se paró y en un ruego sin apenas entonación, me puede ayudar.
Y aquella sola frase me sonó de una gravedad profunda, áspera. Deje de sonreír y la miré a los ojos, unos ojos castaños claros. Por supuesto, siento haberle parecido descortés, pero cuando por fin acabo no me voy, huyo. Volví a sonreír. Pida hora para unas placas y veremos que hay. Pero por favor, no se preocupe, será una tontería.
Gracias, se lo agradezco mucho.

Unos días después, me subieron las placas y las saqué del sobre para examinarlas. De un golpe de vista me estremecí. Aquella mujer, la del otro día en los pasillos, tenía un tumor maligno, grande, terriblemente grande. Ella que había sido avisada de que ya se tenían los resultados, aguardaba fuera, al otro lado de la pared. Yo miré la puerta cerrada. Me dije, que son cosas que pasan y que había que ponerse manos a la obra. Salí a por ella y al asomarme por el quicio de la puerta la vi mordiéndose las uñas nerviosa. La mandé entrar. Vestía un vestido marrón, de tirantes, estaba elegante, portaba un bolso a juego. Me miró con sus ojos claros expectantes. Se levantó. Que calor que hace. Es cierto, hace bochorno. Entró en el despacho tras de mi. La puerta tras su franqueo, quedó abierta. Y yo ya estaba sentado al otro lado de la mesa. Miré la puerta, y al ver a alguien atravesar el pasillo sentí una incomodidad creciente. He de ser frío. Olvídate de la puerta y habla sólo de lo importante, comunícaselo, pensaba. E iba a abrir la boca aunque ella se me adelantó, hoy no me ha dolida apenas, y sonrió nerviosa.
Yo noté una punzada aguda, tragué saliva y es que su comentario me había provocado una mezcla de ternura y compasión indescriptible. Miré la puerta. Mis ojos volaron hasta esa hoja de plástico y su dibujo, un dibujo que sólo podía descifrar yo. Un trozo de plástico tan importante y que sólo tenía significado para mi. Vi el pasillo, la puerta y esas anónimas personas lejanas y ajenas, tan cerca físicamente del drama, el dolor que forzosamente había de producirse, que yo vivía interiormente como una efervescencia que me invadía, sentí que era afrentoso que yo le comunicara la mala nueva con aquella puerta y sus luces asomadas a lo más profundo de su intimidad, a su vida. Una vida de la que sin conocer nada, de repente sabía todo. Podía presagiar su futuro e ignorar su pasado. Yo poseía una información sino más valiosa, si más vital que cualquier otra persona a la que ella hubiera querido confiar sus secretos.
Me alcé decidido. Cerré la puerta y volví ansiando estar en casa, en otro lugar, desee no haberme cruzado nunca con aquella mujer que me despertaba para empezar simpatía, y enfrente mío, ternura, una especie de pasión protectora, un ímpetu de partirme la vida por defenderla de una mala noticia, de un daño inminente. Quería salir en su defensa, golpear al que la acosara, al que la robara, quería más que todo, cumplir sus deseos sin esperar nada a cambio. Mis ojos miraron su nombre, porqué el destino me había puesto aquella mujer inédita siempre, ante mis ojos. Porqué había de enfrentarme a la verdad de decirle que estaba en una situación difícil, realmente difícil y tristemente sola, que en la enfermedad siempre se está sólo.
Yo tenía mi propia vida, tenía planeada la nieve para el próximo puente. Yo que había estudiado para visitar las ciudades con más encanto, yo que me podía permitir, ahora con mi dinero, los mejores restaurantes. Me había preparado bien, estudié y sufrí para aprender lo que ellos me iban a preguntar. Analicé cada detalle, recorrí el camino para ser un hombre como mi padre.
Sus ojos claros, me miraban, esperaban y sonreían, no había motivo para que no lo hicieran. Era una mirada expectante, esperanzada. Yo, con toda la verdad oculta en mi conciencia, con aquella señal inequívoca en mi mano, era un niño, incapaz, huyendo hacia delante. No podía anunciárselo, no era la persona indicada, no me habían enseñado a hacerlo. La miré fijamente a los ojos, pronuncié, sin asomo de alegría, con las sombras velándoseme tras la retina como las nubes de tormenta ahogando el sol de un día de verano.

-No tiene usted nada, tendremos que hacerle más pruebas, pero no debe preocuparse.

Ella sonrió con su dolor secreto, aparentemente desmotivado. Se levantó y me dio la mano por encima de aquella mesa. La vi girarse, con su juventud, su vestido y reparé en su nombre. Mi conocida, la que quise salvar, al menos aquel día, de cualquier disgusto.

Al salir poco después, presenté mi dimisión. Lo dejé pues ya no era válido para mi trabajo. Ya no lo podía desempeñar bien. Ellos no lo entendieron, me exigieron explicaciones, unas razones que se perdían en el trayecto de la cabeza a los labios y que nunca supieron. De aquella mujer no volví a conocer, sé que tuvo que volver y sé que me reveló mis miedos, los límites que integrándome siempre, creí salvar o no poseer.


21 de Febrero del 2000

LLuvia

Que llueve y está mojada la carretera, ya lo cantó alguien alguna vez. Pero él me lo había dicho, y de repente, al oírselo decir, me invadió una tristeza repentina y al menos aparentemente, desmotivada. La lluvia había tenido en mi vida una significación melancólica, y cuando ésta no se fundamentaba en sucesos amargos, en la nostalgia de tiempo que eran en algo mejores. Repicaban las campanas de una iglesia, con el sonido fúnebre de un entierro, y la cadencia de las campanas encogía el pecho y llenaba de lágrimas los ojos. Los días tristes son para mí una prisión en la que no hay puertas o ventanas. Amanezco triste y permanezco inalterablemente en ese estado hasta que vuelvo entre las sábanas. Y en la calle, la lluvia mojaba el asfalto, el sol se pone triste…

El día amanecía deprimido, añorando a quien se fue o desconsolado por la tristeza de los hombres. La lluvia me trajo, los recuerdos de días lluviosos en otro lugar. En el monte verde donde la lluvia no es un milagro, ni tampoco la vegetación boscosa donde miran los ojos. La ciudad lluviosa es gris, y hace gris la vida de los hombres que viven en ella. Visten de gris preferentemente, ríen discretamente, como si hicieran mal, y se guarecen en cuanto pueden en cafés o cines, como para olvidar que llueve y que la ciudad está gris. Cuando sale el sol, ellos sonríen más, son más vitales y alzan las caras al sol, festejando los rayos sobre su pálida piel. En el agua viene el frío, y las puertas se cierran, ojalá pudieran por dentro y por fuera. Resguardados de la calle que con la lluvia se ha vuelto más peligrosa. Ellos desconfían de la sombra que calle abajo se aproxima, y se encogen en el portal, o tras la esquina, para que la sombra pase, como habrán de pasar las lluvias. Pero estas se repiten.


El granizo es una lluvia con afán de protagonismo. Una lluvia que quiere ser nieve, y que desprecia a las gotas débiles de otros días. La niebla es una nube baja, es la lluvia en el aire, que cala bajo las chaquetas, que empapa el alma de los hombres y sus bufandas. Son las nubes valientes, que hartas de ver de lejos, bajan a comprobar cómo vivimos, y nosotros estamos vivos cuando echamos vapor al respirar y por la boca. La lluvia es en la ciudad sin mar, una manera de recordar la solidaridad del cielo, que es mayor que la de la tierra. Y en la costa, es bonito ver la lluvia sobre el mar, los rayos enterrados y perdidos sobre la inmensidad acuosa de las olas, y las olas como las lluvias se repiten y son más visibles en la orilla.
La lluvia torrencial es un castigo y una bendición. El mundo necesita agua en determinadas zonas. En Africa, donde los niños son huesudos esqueletos, donde mueren de hambre, que es una forma terrible de morir. El aire se llena de moscas, y el sol se hace por horas, abrasador. Y la madre huesuda busca agua para ella y su niño mirón, y le espanta las moscas, y la que encuentra no es propia para el consumo humano. Y supongo que la beben. El mundo de las armas, de las bombas, de los saludos entre jefes de estado, de las felaciones y el vodka, de los abrazos y de las estrellas, en las banderas y en la pantalla, no logran ni lo intentan que el niño mirón pueda beber agua. Y, comer algo.
El cielo llueve, inunda países enteros los devasta con inundaciones impredecibles. Y las gentes pierden sus casas. Escalan árboles y esperan sin tiempo a que los rescaten. Algunos mueren, ahogados o esperando.
A mí la lluvia me entristece, me sume a veces en repentinos estado de abatimiento, en naufragios de tanta agua. Y busco el sol.


20 Junio 2000

sábado, 24 de febrero de 2007

Todos contra el canon

Para determinadas cosas conviene unirse. Que no digan que si perdimos fue porque cada uno hizo la guerra por su lado. A este Ramoncín y compañía le tenían que llover tomates cada día (le ocurrió en un concierto y fue corriendo a contarlo a la radio). Ya dijo Sabina, que es muy sabio para lo que quiere: "este tío no tiene ni puta idea". En vez de taparse por estar cobrándonos 10 o 15 céntimos por el CD que usamos para guardar las fotos de aquel viaje (y también por esa discografía que está en camino) han cogido el toro por los cuernos, nos creen tan tontos como para quedarnos de brazos cruzados, mientras se llenan el bolsillo. No les vale que los jueces no les den la razón.

Supongo que poner una firma será la mejor forma de que no les sea tan fácil. Una a una hasta que seamos imparables. Deberías darle un empujoncito, esta bola podría llevárselos por delante.

Yo ya lo hice.


---->

La SGAE, y compañeros, van a hacer rentable convertirse en creador de
canciones en España. Y a los datos nos remitimos. El nuevo canon que se nos
prepara es abusivo e injusto, y aquí van unos ejemplos:

1 ordenador con 160gb de disco duro (22 EUR de canon)
1 regrabadora de dvd's de ordenador (16,67 EUR de canon)
1 impresora multifunción (10 EUR de canon)
1 cámara de fotos con memoria para 200 fotos (9 EUR canon)
1 reproductor de dvd de salón (6,61 EUR de canon)
1 Equipo de música de salón (0,60 EUR canon)
1 línea adsl 1 MB (35 EUR canon anuales) 200 cd's vírgenes para grabar
diversos datos (50 EUR de canon) 100 dvd's vírgenes para grabar diversos
datos (140 EUR de canon)

En definitiva, que cualquier familia española con un ordenador pagará unos
303 EUR de canon al año.
Antes no se sabía que era lo del canon, pero ahora nos vamos a enterar de
sobra.
Señores esto no es para paliar los datos de la piratería. Que expliquen

que van a hacer con este dinero.
Firma si no quieres pagar esta burrada. La ley esta debatiéndose en el
congreso y pronto vera la luz si no hacemos nada al respecto.

TU FIRMA SI ES IMPORTANTE

http://www.todoscontraelcanon.es

Pasa este correo si no quieres pagar a estos usureros.

Necesitamos 500.000 firmas y ya llevamos mas de 200.000 Copia y pega este
mensaje en uno nuevo, no reenvíes que da más la lata leerlo y debemos
facilitar el fin de este mensaje. Gracias

<---
Abrazos.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Con intención de poemas

Nunca tuve la menor idea de escribir un poema. Lo cierto es que apenas lo intenté. Debió ser finalizando el siglo o empezando el actual. Concretamente tres veces nada más. Con estos resultados... como para haber seguido :D.











SOBREVIVIR
POEMA DE ACERA
A MJ
En las tierras clandestinas

Poseía mi pensamiento su trono,


Y vagaba por el aire, por el cielo


En viaje constante y mantenido,


Y quedaba como inerte la conciencia,


El cuerpo abandonado.


Transcurría el tiempo, mi enemigo,


Y yo más viejo y más ausente,


Y volvió la Señora donde estuve,


Y halló mis manos y mi aliento,


Y fueron suyos, me mató.



Pero mi pensamiento,...


¿Dónde estuvo sino conmigo?


Mi pensamiento volaba libre, desde tierras innombrables a su trono,


Definitivamente a salvo, definitivamente vivo.


Lo mío es una lenta agonía

los pasos cortos del que va lejos,


se acercan, y hay ruido


en la ciudad ruidosa,


de coches y obras,


de actividad silenciosa


y de ruido.



Mi agonía es un naufragio de propósitos,


de palabras que no salen,


que me vuelven mudo,


convertido en mudo sin cabeza.


La ciudad es sucia como mi conciencia,


pero la suciedad sucia de mi ciudad,


se muestra se exhibe,


en mi cabeza la suciedad se agolpa, se acumula,


bajo alfombras invisibles


que son el olvido, la inconsciencia.



Soy esclavo del gorjeo y del tiempo,


buscador de talentos viene el sol,


sin pedir permiso convierte mi hoja a la sombra,


y esconde mis ojos que miran hacia fuera y no hacia dentro,


porque hay alfombras invisibles.



El abuelo pierde el tiempo,


en la prórroga que es en si la vejez


y mira la sombra de mi mano


y su mirada tiene razón,


él gana cuanto yo pierdo,


y sus cortos pasos son difíciles


como los míos, que queriendo ser arrancada de velocista;


son lentos.



La belleza es gratitud de un mundo cíclico


y la felicidad es el reconocimiento propio,


impopular de limitaciones,


y la aceptación oscura de lo malo


que hay en cada uno.



Tantas buenas intenciones inútiles,


como querer tener impoluta la suciedad.

Tanto amor me volcaste que me llenó entero,


y no pudiendo abarcarlo, que no hubo río que contuviera mar,


no pudiendo guardarlo en secreto, me afloró en la cara,


en la forma de mirarte y hasta de sonreírte.


Y en la lluvia interior que se externaliza,


perdías la calma cuando yo la mantenía,


y de los nubarrones de mi cabeza me aquietaste,


cuando mi desesperación más lo demandaba,


y tuve la certeza más profunda,


la convicción no sujeta al tiempo ni variación,


que pese a todo, tú estarías allí.


Allí que es cerca mío, a mi alrededor,


expectante al futuro, no tan incierto,


a los días que están por venir,


en un recuento innumerable de horas compartidas.


Conociéndome casi más que yo mismo,


observando callada mis carencias, cuántas, tantas;


y alegrándote de mis aciertos en la recreación que supone que estemos cerca.


O lejos.


Próximos.

martes, 20 de febrero de 2007

El Árbol

Llego con el tiempo justo para sentarme a ver al Madrid. Hoy como casi siempre los del Árbol han jugado una de sus cartas que suele ser la mayoría de las veces el hecho habitual de que los precios de las etiquetas en las estanterías no casan con los que refleja la caja en el ticket que te llevas a casa. Por un lado esto supone que los que nos damos cuenta terminaremos por dándonos por vencido, y por otro lado que una gran mayoría paga y no llega a mirar nunca el listado que pagó.

Conste que yo en estas cosas no soy de los que me suelo rendir, muy al contrario, cuántos días, quitado el traje, he tenido que volver a vestirme cerca de las 4 para bajar a reclamar una diferencia, que tras tenerme un rato esperando y con gran sorpresa por su parte terminan devolviéndome, claro que no se explican la falta de coherencia. Cómo que las personas que ponen las etiquetas y el que programa el lector de código de barras deben andar jugando a ver quién puede más. Tú no entras en mi feudo y yo respeto el tuyo. Lo extraño es que exista alguna correspondencia entre los propios productos...

A mí llegaron a cobrarme en la carnicería un filete de 6 euros que no me llevé ni pedí. Claro, debió quedar en la memoria del la máquina del carnicero, supongo que por la compra de algún cliente anterior. O eso o es que ese día todos los compradores debíamos pagar el filete lo quisiéramos o no. Aunque a mí nadie me ofreció llevarlo a la fuerza... lo habría hecho.

Hoy digo, llego de nadar, cansado de todo el día para constatar según llego a casa que los zumos que tienen en promoción lo están solamente dentro del super. En cuanto cruzas la frontera que es pasar por caja aquel precio excelente se ha disipado. No existe. Yo he cogido dos zumos porque los suelo beber cada día. Pero hoy no me apetece pelear esa minúscula diferencia. Me doy por vencido aunque tenga razón.

lunes, 19 de febrero de 2007

Properio, Manía y Sestea

Alguna vez tuve que utilizar para algo distinto a hacer que me llamaran como me llamaron, para algo distinto a llamar Sestea a quien adoptó aquel nombre incluso para su correo electrónico. Tal cuál fue escrito, los nombres son nombres, las personas, personas; recuperando letras perdidas...


PROPERIO, MANÍA Y SESTEA

Instrúyelas Properio, tú que todo lo sabes, tú viajaste a otros continentes, conociste gentes y aprendiste idiomas, tú que tuviste consejo para todos los que a ti recurrieron. Tú que acertaste siempre, sensato y cauto. Gran pensador en la historia de la historia. Supiste siempre discernir hasta encontrar la verdad misma de las cosas. Enséñalas a decidir cuál es la mejor opción, cuál es el camino correcto, tú que eres lees voraz tantos libros como hay.

Te ganaste nuestro respeto y en el camino también progresivamente nuestra admiración, tus conocimientos que aún vastos, ordenados, serían buena ayuda para la formación de mis hijas: Sestea y Manía.



Ruego tu ayuda en tan noble causa pues es una tarea ardua, ya te lo anticipo. Yo gasté mi fortuna en procurarles una educación coherente a mis principios, yo trabajé para alimentar su cuerpo y su intelecto. Viví despreocupado en la certeza de que su asistencia rigurosa a la escuela les estaba enseñando a comportarse como era de esperar. Sin embargo, a la triste pérdida de su madre sobrevino con la claridad de una confesión, que su instrucción diaria no era tal, pues no abandonaban la casa, y allí permanecían cada una por todo el tiempo, como si viviéramos en los tiempos antiguos en los que las personas se guarecían de guerras, aterradas, cuando la razón se dirimía entre proyectiles y muertos. Donde los muertos no tenían razón.

Y así, pasaban los días ocupando el tiempo en perderlo.

Yo era ajeno a esta situación, mi trabajo me llevaba atareado todo el día, sin descanso. Intente siempre tener la conciencia tranquila e hice toda mi labor, sin dejar nada de lado. Fui uno más, no recibí méritos que no me correspondieran y asumiré mi jubilación como una obligación no deseada pero ineludible.

Mi esposa de nombre Medrosa y alma virgen, que dios tenga en su gloria, era de naturaleza poco combativa, nacida para contemplar la vida sin añorar ni esperar nada a cambio, consintió por no enfrentarse a ellas y calló ante mi para no contrariarme. Pero su fallecimiento tan injusto como inoportuno me mostró unos días negros donde descubrí la verdadera realidad de mis hijas. Apenas reparé unos segundos en ellas, las distinguí tan distintas como eran. Y es que según crecieron dejé de observarlas.



Sestea, pasó aquellos días de dolor de forma independiente, como si fuera lo suficientemente fuerte como para no necesitar de nadie. Y yo pensé, con un punto de orgullo, cuán valerosa hija había arrojado al mundo. Valiente y poderosa, con una entereza tan grande que no parecía nada afectada. Sólo tenía un único deseo, volver a casa, pues el suceso la había llevado a un estado de total agotamiento.



Algún tiempo después, descubrí espantado que su apariencia de desapego hacia la muerte, la fuente de su fuerza era en realidad una total indiferencia hacia su madre o su hermana y hacia mi mismo. Y más tarde entendí que no era consecuencia traumática de algún agravio, sino fruto de esa vida enfermiza en la que se hallaba instalada. Una vida de pereza extrema, una vida de ensoñación, en un estado de permanente somnolencia cuando no de sueño profundo. Mi hija Sestea no se fija en nada, nada llama su atención y no parece tener ningún interés por aprender.



Manía, es por el contrario todo nervio, de maneras inquietas, es incapaz de detenerse en nada, sus ojos vuelan enloquecidos entre los objetos como si los descubriera nuevos. Detesta que le toquen sus cosas y lo tiene todo en el más estricto orden, cuando algo escapa a su control, se pone frenética. No obtiene paz más que en su habitación, y es que se conoce el lugar exacto de cada objeto, la orientación de cada figura, el ángulo de un libro en la biblioteca. Capaz de describir su alrededor con los ojos cerrados, sin errar un detalle, así le gusta estar, conociéndolo todo. Y yo siento que ojalá tuviera esa obsesión en saber, en estudiar, tal vez así serías como Don Properio, le digo a veces. Se haría una mujer de provecho, luz para los demás. Como es usted para nosotros.

Si dedicara toda su energía en aprender sería como usted, llegaría más allá de donde a mi me faltaron fuerzas. Yo quisiera que mis hijas supieran más que yo, que fueran mejores, porque entre iguales surge la competencia, yo la sentí con mis compañeros y les quise mal, pero para mis hijas ambicioné desde su nacimiento, las capacidades que la naturaleza me negó a mi.

La muerte de su madre le supuso un golpe tremendo, aunque terrible no por el amor perdido sino porque el acontecimiento, el trashumar de gente a su alrededor le arrebató a un estado de histeria que sólo el tiempo ha podido mitigar.



Mis hijas, tan distintas la una a la otra como el sol y la luna.



Albergué otros anhelos en mi vida, y he de reconocer que prolongadamente le envidié, mientras creció su fama en la ciudad, mientras estaba en uno de esos paises, adopté una postura de intolerancia, le descalifique fácilmente creyendo que estando en su contra ganaba en carisma ante el resto, me empeñe en juzgarle y le medí en un baremo equivocado, mi criterio. Y es que yo, también quise viajar, convertirme en un punto de referencia para mis contemporáneos, y qué demonios, para el futuro. Quería pensar que quizá alguna vez, los maestros, catedráticos, doctores y sabios estudiarían mis palabras, dotándolas de un significado válido universalmente. Mi filosofía sobreviviría al paso del tiempo, convirtiendo mis pensamientos en nuevas ediciones. Como sucedió con Platón, Aristóteles, o como sucederá, no me cabe duda, con Properio.

Hoy, vencidos esos deseos y satisfecho de otros apetitos, si quiere más humildes, recurro para que salve a mis hijas.

Como ve, eran tan desconocidas para mi como es el sol para la luna, que siempre se alternan sin coincidir, ahora sabe como son, carne de mi carne, y ahora las conoce tanto como yo. Ayúdeme.



Anado Uni - 1998

La velocidad de la belleza

Starmedia suprimió en algún momento, no sé cuando mi primer sitio en Internet, que se inició en la década de los 90. No sé en que año, hace muchos. Se llamó "En el lugar de Anado". He estado mirando el vientre de mi ordenador intentando encontrar aquellas cosas que colgué allí. Según las vaya encontrando las iré trayendo aquí, para que permanezcan hasta que sea Blogger el que suprima mi sitio. Las traeré tal cual fueron escritas, sin cambiar una coma, sin intentar mejorarlas. Va a ser lo mismo que si las recuperara de un cofre.




LA VELOCIDAD DE LA BELLEZA


Nací con un cuello, que no era particularmente feo, pero que a mí me lo parecía. Por la nuez, supongo, parecía que me hubiera tragado una pelota de golf. En cualquier caso, no sentí vergüenza nunca y no lo tapé, llevaba camisas abiertas para que estas hicieran de envoltorio ocasional, ¿gallardo? Y a pesar de su exhibición, tampoco logré, oír alabanzas hacia él. Y que conste que las quise oír.

Así, que me puse manos a la obra para lograr tener un cuello, digamos que sino mejor, que la función de tragar la hacía convenientemente, sí al menos más bello. Cómo lograrlo era labor fácil. Me puse bajo el bisturí de un cirujano de fama internacional, y que se cobraba la fama a precio de oro, pues la operación me iba a costar una millonada. Pero que hacer si quieres tener el mejor cuello, tendrás que acudir a aquel que mejor puede moldearlo. Era suizo, y desconfié en cuanto lo vi, no sabía porqué al principio, ¿por qué era suizo?, pero luego reparé en el detalle que me inquietaba, era su estrabismo extremo. Una de sus pupilas se obcecaba por pasarse al otro ojo. Yo inmediatamente pensé que bien podría operarse ese ojo, antes de meterme mano, en el buen sentido, pero claro, cómo iba a operarse a si mismo, si era especialista en cuellos y no en ojos.

El suizo, se empeñó las primeras sesiones, en magrearme el torso en búsqueda de algo que su ojo, explorador, no hallaba en el cuello. Yo dije que si me debía preocupar, con aire despreocupado, y él dijo que no, que lo habíamos cogido a tiempo. Aunque no me dijo si había encontrado lo que buscara.

Me dijo que me iban a dejar un cuello ideal, en perfecta sintonía con el resto del cuerp... y calló, pues tampoco es que yo tuviera un cuerpo demasiado bien hecho. Las manos me colgaban y cuelgan cerca de las rodillas. Pero que le pueden importar las dichosas manos a un individuo, aún cuando su longitud le impide desempeñar un trabajo de alta responsabilidad correctamente, y hasta comer, si a cambio tiene un cuello de campeonato. De relumbrón que diría alguno.

Así que soporté mis dudas, estoico, sobre mis hombros caídos y me apresté a ser intervenido por ese doctor, que había de ser muy bueno, el mejor, si la demanda económica es proporcional a la calidad médica recibida. Él lo reconocía tímidamente: soy caro.

Sólo me dio un consejo a modo de advertencia, muy válido. Probablemente, me dijo, debamos intervenirle más veces, transportando esa carne que tiene usted en las piernas, pues es la que mejor tono tiene, y el problema del pelo, el del trozo de las piernas, que vaya sin son velludas, se soluciona con frecuentes afeitados. Yo asentí, dejando la mirada en el horizonte como perdida, ¿seductor? todo tiene un precio, y el suizo es el experto.

De esta manera, fui intervenido una docena de veces, ¿quién las cuenta? Y como muy acertadamente había pronosticado cíclope, por lo del ojo, dejé de caminar. Es lógico, si se lleva la carne de las piernas al cuello. Bendito anexo, que necesita la cabeza. El arrebatarle a la pierna la piel que lo recubre, había dejado en muy mal lugar a los músculos que tras esta se escondían, y cíclope decidió que para dejar la pierna así, con el músculo tan violento, mejor lo extraíamos también. Yo no tenía muchos músculos, o mejor decir, no lo tenía muy desarrollados, y me dio igual. Cíclope me terminó de convencer. "Puestos a tener una pierna inútil, es mucho más curiosa mostrando el hueso, llama más la atención". Pregúntese ¿cuántas piernas que son un hueso ha visto? Me recomendó el uso de pantalones cortos.

Sólo hubo algo de todo el proceso, que duró varios años, que me hizo plantearme si repetiría la experiencia de volver a nacer, de volverme a encontrar en idéntica posición, con un cuello que sin ser feo, no era perfecto:

Clope, le dije con familiaridad de varias anestesias, de tantas faenas anteriores. A eso él me pregunto porqué le llamaba así. Puso mala cara y añadió: habrá que extraerle también el hígado. No quiero pensar que como represalia. Clope, repetí asintiendo con profesionalidad y aparentando no sólo que esa nueva intervención no suponía un quebranto para mi ánimo, sino un desafío deseable. Miré su ojo sano: y la vejez que me ponga este cuello tan bello, lo era, y tan afeitado, lo estaba, como descolgado, cómo podré evitarla.

El estrábico cerró los ojos y cuando los alzó una sonrisa flotaba en su boca. Tu crees que dentro de cien años mi cráneo tendrá un ojo pallá. NO, será un par de agujeros, como de bola de bolera. Rió estruendoso.

Conclusión, moraleja, o como le quieran llamar los teóricos de las palabras, la belleza se quema con la respiración, es un bien indudable, pero pasajero. Y que a la postre, pasa casi sin tomar cuenta. Hasta que el espejo muestra lo que no se era. Mi cuello fue el mejor del mundo justo antes de envejecer.

Si todavía no te convencí de que la belleza pasa rápido mira esto (Enlace a tres fotos de Marion Jones).

Hábrase visto belleza mayor y que pasé más rápida. 10.75 en Sidney. Marion, enhorabuena.


23 de Septiembre del 2000

domingo, 18 de febrero de 2007

El semáforo y el plan

Ya expuse aquí que estuve en Santander. Hice algunas compras en el enésimo remate final de las tiendas que sirve para que la gente como yo compruebe que lo que compré la semana pasada está ahora aún más barato (como 10 euros más barato). Aunque yo las mías no las haya ni siquiera estrenado (las mías ya no suben ni bajan de precio).

De hecho esto ya lo he comentado con gente que tiene más rodaje que yo en las rebajas, verdaderos veteranos y parece común la artimaña de llenar el carro para luego ir devolviendo, siempre dentro de plazo, las prendas para volver a llevarlas a un precio menor. Hay quien incluso enfebrecido por el consumismo echa al carro lo que sea, quizá advirtiendo nada más que la talla, sin cribar con gusto.


Paseaba por Santander y cerca del muelle quise cruzar hacia el centro. Tenía ante mí una gran avenida con dos sentidos circulatorios. Allí estaba yo parado en un extremo, allá en el otro lado, ya digo que lejos, una moza. Pero esta no es la historia de unr reencuentro, no nos fundimos en un abrazo, con gran riesgo para la fluidez de la circulación y, puedo jurarlo, para nosotros mismos. Simplemente estábamos cada uno en un extremo, esperando.

Al poco llega un fulano que nos debió ver muy parados y absortos porque fue él quien pulsó el botón que nos da turno. Aunque en realidad no nos da turno, nos pide turno en algún lado, en la central semaforil o quizá pone a discutir a nuestro semáforo con los dos o tres de los alrededores como diciéndoles: dejémosles pasar, los pobres...

Yo admito que no había visto aquel botón, simplemente me dispuse a esperar como un peatón formal, pero al ver que aquel botón se encendía diciendo: ESPERO TURNO o quizá ESPERE POR FAVOR, me decidí al menos mentalmente a no hacer caso.

En algún rincón de mi cerebro la ira desplegaba pancartas, bramaba por megáfonos. ¿Quién quiere que siga esperando si llevo aquí ya un rato? ¿No ha sido suficiente espera? ¿Cree el ayuntamiento de Santander que tengo minutos para perderlos? ¡Qué tan poco vale mi tiempo que esperaré pacientemente en esta espera que es volver a empezar? Y terminaba con un muy iracundo: ¡Mis coj... espere!

Y me imaginé resuelto a cruzar la calle, los coches pitando, el tráfico congestionado de frenazos, y alguien desde el monte más cercano, haciendo uso de un anteojo se quedaría prendado en el detalle. Ahí va un hombre que esperó demasiado. Que se revela a someterse fácilmente. Que prefiere dar un paso hacia delante antes que quedarse parado.

Pero no lo hice. Ya dije que la rebelación fue a nivel mental. Espere lo que hubo que esperar, que no fue mucho, y cuando nos dio paso crucé por el centrito mismo del paso de cebra. Y en verdad os digo que al cruzar me sentí como Abraham al abrirse las aguas.


Por la noche estuve viendo la tele. Reconozco con pesar que el programa Dolce Vita que es un programa de marujeo. En mi descargo diré que estas cosas no las hago nunca, aunque ya sé que cualquier plan, por malo que fuese habría sido mejor.

Invitaron al tal Anipke que es el nigeriano con el que vino a desposarse la Mosquera, ex forzosa por fallecimiento del boxeador Carrasco; él descubrió que se puede vivir muy bien de la curiosidad ajena y ella que blancos y negros nos diferenciamos por algo más que por el color, y lo digo sin acritud que ella siempre estuvo muy enamorada aunque él no tenga la pinta de ser un hombre de grandes discursos.

El formato del programa da risa. El tipo centrado en una silla y los periodistas en semicírculo alrededor. Como no podía ser de otra manera estos se dedicaron a meterse con él, buscando el favor del público que ya estaba muy a favor sin que lo buscaran. No es este negro alguien que caiga bien a la gente. En realidad pese a sus ropas horteras y su cara de estar enfadado todo el tiempo a mí me resultó de algún modo entrañable. Como si estuviera viendo a alguien que viviera una vida que no termina de convencerle, y que le corresponde a otro. Probablemente hubiera sido más feliz, eso sí con menos, reparando las tuercas de los coches de segunda mano que ahora busca aquí en España para llevar a Nigeria.

Este programa pone a sus avisados concursantes frente a un polígrafo. Lo que no deja de ser llamativo, pues por norma general todos tenemos algo que esconder, algo que no queremos que se sepa y generalmente estos famosos de tres al cuarto, famosos por nada en realidad, y que un día se llaman a si mismos artistas sin que se les caiga la cara de vergüenza (ex-esposa de Jesulín dixit) suelen tener toneladas de mierda bajo la alfombra.

Este en particular debía tener para exportar, pero nadie vive del aire y estos famosos por haber sido parejas a su vez de otros famosos necesitan nuevos billetes que soporten el tren de vida al que acostumbraron al cuerpo. Se da con esta gente un fenómeno curioso, a mí me recuerda al juego aquel de niños, el "tú la llevas". Estos elegidos se dan la fama como los niños convierten a un perseguido en perseguidor. Les llega como algo fortuito pero que funciona. Así aquella mujer, Raquel Mosquera se hizo famosa por haber sido la esposa de un ex-boxeador, y al morir él le quedó como un legado, que él le dejaba involuntariamente, la capacidad de hacer famoso a cualquiera que la rodeara, como con una varita mágica. Y esta, quizá por probar así de pronto a ver como funciona, lo hizo con el Tony Anipke de marras, o tal vez se enamoró perdidamente, que el amor no entiende de conveniencias ni de convenciones, y el truco funcionó. El chaval se hizo famoso y lo esperaban a la salida de casa para verlo subir a su todoterreno de gran cilindrada. Y un día le invitaron a un programa, a él famoso por la fama de alguien ya muerto a que pasará la prueba ante la máquina que como no, lo dejó por mentiroso y para que quedara mejor retratado, también por narcotraficante.

No parece un hombre de muchas luces Tony Anipke. Probablemente tiene más sombras que luces. No sé cómo acabó el programa, yo me quedé dormido en el tresillo, demasiado marujeo para una sola vida, pero el hombre amparado en que no recordaba o en que no entendía parecía salir de cada trampa que le ponían esos periodistas carroñeros hasta el punto de que se agarraron a que dijo que no era su estilo la trata de blancas, y aquel periodistillo tan maquillado y peinadiete ¿qué no es tu estilo? ¿no es un delito? Cuando era evidente que este hombrón de Nigeria se sigo haciendo un lío con el idioma aunque lleve más de 15 años en el país.

Sospecho que el Anipke venció a las hienas. Que salió comprobadamente embustero ¿no mentimos todos? Dejando el convencimiento de que no será él quien descubra el remedio que cure el SIDA ¿alguno de nosotros será? Que probablemente no es más que un tonto al que la suerte esquiva a veces, y al que le espera una mujer desequilibradamente enferma de amor. Pero salió de la casa de la tele con el bolsillo lleno. Con la cara de pocos amigos que tiene y convencido de que si perdió con el polígrafo fue por poco.

sábado, 17 de febrero de 2007

Saliendo

Salgo hacia Santander dentro de unos minutos. Compré esta semana el billete.

Ocurre que no se ha hecho de día, o que el día de hoy duró menos que cualquier otro día. Amaneció y a estas horas ya se hizo de noche.

Quiero rematar las rebajas. Me sucede algo curioso, cuando llegué a la determinación, a la que debía llegar forzosamente, por mi desequilibrada dieta de que nunca engordaría resulta que me he puesto a engordar. Y al tiempo o casi al tiempo, no lo puedo precisar bien, mis brazos han tendido a enflaquecer. Como si mi organismo se reorganizara de nuevo, llevando mi masa corporal hacia la tripa y el trasero.

Y ocurre al tiempo que nunca compré tanta ropa como en estos tiempos. A decir verdad nunca me compré ropa, lo hizo mi madre por mí quizá hasta que cumplí los doce años, luego la seguí usando, aquella ropa hasta casi la actualidad. Y aquí este casi es fundamental, significa por una parte que he engordado y por otra que he renovado mi vestuario.

Así que en estos tiempos se da la paradoja que haya logrado estar estupendamente adornado por fuera, como si fuera el primo de Beckham, para ir perdiendo apostura paulatinamente de puertas para dentro.

Se me va notando en la cara, cuánto más guapo, más feo.

viernes, 16 de febrero de 2007

20

Estuve toda la tarde pensando que a última hora me iría a nadar. Por acabar el bono de 10 baños. Llevo gastados 7 (que es el máximo gasto que suelo hacer a los bonos desde que estoy aquí), contaba de hecho con ir hoy, gastando el octavo, ir de nuevo el lunes para el noveno baño y en feliz coincidencia acudir también el martes para gastar el último, el décimo justo el día en que el bono caduca, por un plazo de tres meses improrrogable y por haberlo consumido por completo.

Sin embargo son las 21 horas del 16 de Febrero y no he ido hasta la piscina, casi podría decirse que ni siquiera me he movido apenas del sillón. He abierto el libro de Neruda que compré y he estado leyendo sus 20 poemas de amor que terminan, cómo no, en una canción desesperada.

Está muy visto, pero no es por ello menos hermoso:


Puedo escribir los versos más tristes está noche.

Escribir, por ejemplo: «La noche esta estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.


20 - Pablo Neruda

martes, 13 de febrero de 2007

lunes, 12 de febrero de 2007

Pregunta:

¿Querer(te) me da derecho a exigir(te)?

miércoles, 7 de febrero de 2007

El cinturón

Bajo a correos cada dos días para llevar el correo de la oficina. Suelo llegar caminando, no está muy lejos, a menos de 10 minutos. Así fue todas las veces menos una. Resultó que ya tenía el correo contado y sujeto con gomitas, a punto de salir y atiendo a un paisano muy simpático que me dijo que bajaba hasta allí, que si yo quería podía acercarme en coche.

Por supuesto que acepté. Cogí el abrigo y marché con él hasta un Hyundai Matrix, que es algo así como un monovolumen.

Una vez dentro me pongo el cinturón de seguridad como manda la más elemental sensatez y estando en esas se me arranca con que él no se lo suele poner. Yo, por descontado lo reconvengo entre sus risas. Le digo que hay que ponérselo porque lo pueden multar, suelen de hecho, esperar agazapados; por no hablar de lo muy probado a estas alturas; es un medio idóneo para prevenir tener que atravesar los parabrisas del coche en caso de frenazo brusco, con el destrozo natural de los limpiaparabrisas que eso supone. Esto del limpia lo digo ahora, no atiné con razón tan convincente entonces.

La conversación siguió muy divertida pues el paisano me contaba que es que se pasa la vida haciendo recados de aquí a allá, y que claro... en parte hay que entenderlo. Además me decía que conoce a todos los policias del pueblin, y hasta los de los alrededores.

Pero lo mejor de todo fue cuando me cuenta que una de las veces lo paró la guardia civil. Le dicen que no lleva abrochado el cinturón y él dice que es verdad. Todo aquello de los recados que comenté antes. Entonces le pide el carné de conducir y lo entrega tan caducado como estaba. Yo me caía de la risa del asiento, gracias que me sujetaba el cinto.

El guardia se va hasta el coche, no sé si aguantando la risa él también o frotando las manos por lo que se avecina. Al llegar allí le presenta a su superior, no sé si en persona o a través del comunicador los datos del paisanete, y llegando en ese momento o saliendo del coche, o vete a saber si a través del comunicador aquel, magia entre seres tan distantes, el superior que era sargento de la guardia civil le dice a nuestro amigo que cómo se le ocurre circular en aquellas condiciones. Que cualquier día de estos le pilla un rapaz de estos jóvenes y lo despluma.

Lo despidieron sin multa y recomendándole encarecidamente que se pusiera el dichoso cinto. Mi compi debió tomar buena nota, porque cuando me dejó en la puerta de correos no lo llevaba puesto. Aunque no me cabe duda de que aquel día se lo pusieron, yo creo que casi de corbata. Nos reímos un buen rato. Los recados, ya se sabe...

Para mí que sigue sin ponérselo regularmente. Yo hice lo que pude. Ya lo decía aquel eslogan tan pegadizo:

Póntelo, pónselo.

lunes, 5 de febrero de 2007

domingo, 4 de febrero de 2007

Unicornio

Mi unicornio azul ayer se me perdió,
pastando lo deje y desapareció.
Cualquier información bien la voy a pagar.
Las flores que dejó
no me han querido hablar.

Mi unicornio azul
ayer se me perdió,
no sé si se me fue,
no sé si extravió,
y yo no tengo más
que un unicornio azul.
Si alguien sabe de él,
le ruego información,
cien mil o un millón
yo pagaré.
Mi unicornio azul
se me ha perdido ayer,
se fue.

Mi unicornio y yo
hicimos amistad,
un poco con amor,
un poco con verdad.
Con su cuerno de añil
pescaba una canción,
saberla compartir
era su vocación.

Mi unicornio azul
ayer se me perdió,
y puede parecer
acaso una obsesión,
pero no tengo más
que un unicornio azul
y aunque tuviera dos
yo solo quiero aquel.
Cualquier información
la pagaré.
Mi unicornio azul
se me ha perdido ayer,
se fue.


Unicornio - Silvio Rodríguez (1980)

Euromillones

Hay un sorteo del Euromillón o un eurobote en los próximos días. Parece que se repartirán 100 millones de euros entre los premiados, que no sé si serán muchos o pocos. Estos premios son como una pirámide invertida, cuánto más arriba se pueden satisfacer más necesidades. Vamos que en la cúspide no hay Maslow que se quejara. La perfección personal está al caer si hay un piso, que digo un piso, un castillo en Andorra, a pie de pistas (nevadas).

Esta mañana pensaba la posibilidad de que me tocara a mí ese premio, bueno la parte mayor del premio, pongamos que 80 millones. Y cavilando sobre ello llegué a una conclusión que no deja de ser sorprendente. Imagina la conversación por teléfono tras saber cierto que soy yo el ganador del fortunón. En esas que los del bote llaman para aclarar ciertos flecos del traspaso (del dinero).

-Oiga, le llamo solamente para decirle que igual no son 80 millones como le ponía a usted en la máquina digital del lotero. Con unos ajustes que le detallaría si son de su interés, aunque ya le digo que son algo enrevesados de entender, la cosa se le quedaría en 79 millonazos.

Y yo pensando que qué pereza escuchar esos ajustes, y más si son tan complejos. Vamos que abro la boca para decir:

-Bueno, déjese de milongas. 79 me van bien. ¿Y eso pa cuando?

Alguien al leer mi respuesta quizá piense que resulto un punto ansioso por hacerme con el botín. Pues no. De ansioso nada. Conviene no obstante darse cuenta de la facilidad con que renuncio a un millón de euros. Vamos, que le dedico al tema apenas unos segundos mal contados. Que perder el millón me aburre soberanamente, que me importa muy, muy poco.

Así que en conclusión soy muy capaz de dejar perder un millón de euros sin tirarme del bigote (que no tengo). No me llevan los diablos por estos temas pueriles del dinero. Vete tú a saber si no se lo andará quedando el fulano del teléfono, que esperaba al menos tenerlo que sudar un poco más, largándome logaritmos y raíces cuadradas de un número de 7 cifras.

Es mucho más fácil. Regalo ese millón a quien lo quiera reclamar. No lo necesito para nada.