jueves, 15 de junio de 2017

El camposanto

Yo soy un firme defensor del Facebook, aunque no lo parezca. Sí ya sé que no vengo nunca, que se pasan años entre noticia y noticia sobre mí, que parezco no necesitarlo nada, que aparento pasar de él, que cualquiera diría que le tengo manía, que no podría odiarlo más.

Pero resulta que, por razones que no vienen al caso, me vi recientemente revisando los mensajes de alguien a quien nunca conocí, literalmente. Y me sorprendió porque no había dejado más que artículos de esos que se rebotan a los contactos porque han resultado interesantes o han hecho cierta gracia. Nada que contara algo de la persona, nada que diga como fue. Así que de repente este extraño del Facebook que soy yo, me fui a dar cuenta que yo si lo usé para algo, nada importante, pero sí dar alguna opinión personal, en contraposición con aquel muro, el mío sí guardó algo sobre mí. Está por ahí, hace años, perdido pero accesible. No dejé este espacio sin usar.. Lo usé poco, regular, pero lo usé.

Es conocido además que, por razones que no vienen al caso, el Facebook está diseñado para sobrevivirnos, pues cuentan lo muy difícil que es darse de baja, tan complicado que no vale la pena intentarlo. Así que los diseñadores del portal, sabedores de que uno puede abandonar el mundo, fácilmente cualquier día, pero no el Facebook, han concebido para más adelante convertir tu muro, de ser vivo actual, en una especie de escaparate "in memoriam" de manera que al contratar formar parte de este mundo online uno está aceptando a la vez que esté será el ataud donde reposará nuestra versión virtual, será azul, tendrá publicidad y será eterno. De manera que poco importa cuándo se llega al Facebook, ni cuanto se vaya a usar, es una gota comparada con la eternidad de esa lápida ante la que llegar navegando y que va a estar ahí por siempre. Algún día los millones de usuarios actuales serán nada, se mezclarán con los nuevos inquilinos de este camposanto, y por cada usuario nuevo encontrarás a dos que se llamaron igual antes de morir. Los nuevos llegarán para intentar encontrar algo de sus antepasados, algo que los retrate más allá de un artículo que lanzar a los contactos. Investigarán el árbol genealógico que será Facebook. Nosotros lo vimos nacer y lo abrazamos con mayor o menor entusiasmo. Fuimos los primeros en llegar y seremos los primeros en dejar un rincón para homenajes.

Y es que nos decían desde siempre que las palabras se las lleva el viento, pero es mentira. Ya no necesitamos escribir un libro para permanecer, basta con dejar algún párrafo sobre nosotros en Internet. El Facebook, los blogs, cualquier rincón en la red será un testigo de que existimos y de que seremos eternos. Porque uno puede morir cualquier día, pero Internet es para siempre.

Ya no importa si te incineran o dónde te vayan a meter después. Es triste visitar la tumba de un allegado. Duele el recuerdo. Ahora llegar se medirá en milisegundos.

martes, 13 de junio de 2017

Ignacio

Escucho el tema principal de Top Gun, película que lanzó al  estrellato a Tom Cruise, antes de que al mundo le interesara la cienciología, antes de que aquellos tuvieran algún interés en Tom Cruise. Un tipo que aparenta ser mucho más raro que los personajes que interpreta, suele caer en papeles de héroe y no es raro que salve el mundo al menos una vez cada hora y media. Suele ser personaje de no dejar indiferente a nadie. Y por lo que leo le gusta encontrar similares reacciones en su vida diaria, que es como una película, interpretada por Tom Cruise, un bombazo asegurado,  una misión imposible pasar inadvertido. Si en una reunión de amigos de la cienciología alguien le lleva un café en una taza descascarillada monta en cólera, pues no hay allí nadie más grande que él, si acaso el fundador de todo el tinglado y solo porque él llegó antes. De John Travolta no habla, son competencia y en el fondo Tom se merece la cienciología más que nadie, un grupo que viva por y para él, que lo haga sentir en el centro mismo de un rodaje de una de sus películas, puede que la cienciología existiera y le haya servido, y puede que, sin duda, la cienciología se haya servido de la fama y dinero de Tom Cruise, pero le ahorraron el trabajo, pues de no haber existido habría tenido que inventarla. Quizá con otro nombre pero con idéntico cometido. Luego si acude al Hormiguero le gusta de comprobar como Pablo Motos se desvive por demostrar lo mucho que lo admira si acaso es, como parece, la estrella más grande. De hecho aún repetirá al programa dos veces y Cruise no parece de esos de hacer aquello que no le da la gana... Y quizá piense que a Motos le pudiera interesar formar parte con ellos, a su lado y por debajo pues está cómodo viviendo en el elogio constante. Sonríe tímidamente como buen actor cuando aquel resalta los riesgos con los que rueda, sin un doble que se magulle en su lugar, saltando por un edificio como un super-heroe haciendo lo que nadie más haría. Tom es una mezcla de sus personajes, gente valiente nada convencional. Una rara avis. Uno de los dos o tres que acaso todavía quedan.

Hace poco más de una semana moría otro héroe, de los de rodar por la vida sin focos, que viendo como apuñalaban a una mujer, durante los atentados de Londres, decidió intervenir. Lo vio y antes de que sus amigos pudieran reaccionar ya estaba allí, estrellándole un monopatín a uno en lo alto de la cabeza. No midió, y se fue para allá sin pensárselo dos veces, sin percatarse que no era uno el asesino sino tres y estaban juntos. Comprobando la eficacia de cada uno en la tarea y dándose ánimos. Cubriéndose las espaldas. No por contra unos minutos más tarde los habrían de acribillar juntos, juntos iniciarán su camino que creyeron al paraíso cuando en realidad no marcharán mucho más allá que a un depósito de cadáveres y ocurrirá, como ya ocurrió antes, que nadie los reclame, los repudien en las mezquitas y no los vayan a tener dónde enterrar. Nadie los querrá. Se prometieron 40 vírgenes y a la postre se quedaron solos.

Yo para estas cosas no me considero más valiente que nadie, pero si soy de la opinión de que si hay que ir se va, y se va todos a una que la unión hace la fuerza. No śe si yo hubiera sido el que llevara la iniciativa,  quien sabe, pero si me puedo imaginar formando parte del comando de auxilio porque si hay que ir, vamos todos. Probablemente lo rápido que se dio todo haya hecho que no pudiera darse de otra forma, aunque tuve mi momento de cagarme en los amigos que se quedan tras la barrera esperando, puede que para cuando se hicieran a la idea de intervenir ya fueran uno menos y estuviera nuestro héroe tumbado pero consciente, abrazando su monopatín. Puede que no todos estén hechos de su misma pasta, y no fueron a su vez por un miedo paralizante por lo que pueda pasar. Tampoco sabemos si el propio Ignacio lo habría hecho de haberse dado cuenta del número total de enemigos, lo racional nos dice que se lo habría tenido que pensar más. Para sus amigos queda la vergüenza de saberse huyendo presa del temor, aunque todos podamos entenderlo, y quizá pasen los años que les queden como decía William Wallace de Braveheart cambiando cada día vivido por volver al momento de la batalla en que pudieron secundar a Ignacio en el acto heroico de intentar salvar la vida de alguien que le era enteramente desconocido. Una mujer nada más, nada menos.

Lo que es seguro es que no estaba escrito que Ignacio Echeverría debía morir aquel sábado. Puede ser casualidad que decidieran ir a cenar por la zona después de pasar la tarde patinando, pero no lo parece el hecho de que estuviera montado, él y cada uno de sus amigos, en una bicicletas que muy fácilmente y sin que sus verdugos pudieran evitarlo, les habrían sacado de allí en cuestión de segundos. Tenía la mejor herramienta posible para ponerse a salvo, y su vida habría seguido sin más, como todas. Pero fue su voluntad intervenir y no quedarse mirando, no salir huyendo aunque era lo más fácil...

Si me detengo a pensar hubiera preferido a Tom Cruise en el lugar de Ignacio Echeverría, puede que algún día lo intérprete, pues todos los héroes merecen ser ensalzados. No sería difícil imaginar a Tom en el lugar de Ignacio. Acudiendo con su legión de guardaespaldas como una manada, dando por culo a esos cabrones.

sábado, 29 de abril de 2017

Trump

Infinita tristeza.

Manu Chao

No lo había considerado hasta ahora, pero quizá me haga, haga que me hagan, presidente del gobierno. Diría que ahora tengo más posibilidades que nunca.

Vivimos tiempos improbables, más aún, un presente que era no hace mucho altamente improbable. Como se digiere que un personaje, este sí, personaje con todas las letras, como Trump haya terminado como presidente del gobierno del país más importante del mundo. Pues difícilmente, a no ser que consideremos nuestra realidad actual como la de Matrix, una realidad que tiene que ser la buena, porque la vida nos trajo hasta aquí, pero que no nos terminamos de creer, como si en el fondo sospecháramos de un desdoblamiento a una alternativa extravagante en algún punto del camino. Como en el empalme de la vida real y la soñada que recoge la película Vanilla Sky. Todo encaja salvo el cielo, más rosado que antes y unos cuantos sucesos de difícil encaje, pero que están encajando. Nos rodean miles de detalles cotidianos como para dar veracidad a esto que vivimos. Los yogures siguen en el frigorífico del supermercado y la gravedad sigue atrayendo hacia el suelo, como toda la vida, pero hay demasiadas noticias sorprendentes aquí y allá. Incluso para el ciudadano del siglo XXI, que apenas cree ya en nada. Así no habría de extrañar que cualquier día de estos aparecieran sobre nuestras cabezas platillos volantes de una especie extraterrestre agresiva y colonizadora. Correríamos para escondernos allá donde cada uno pueda, pensando si es posible qué esto esté ocurriendo, aunque sabremos que las señales de que algo iba mal llegaron mucho antes, que aquello tenía que ser el síntoma de que la realidad se metió un pico cuando a Trump lo hicieron presidente, o se hizo él, que igual da. ¿De verdad y con esa peluca? ¿Y no lo vimos venir?

Yo siempre he sido avispado para darme cuenta de todas esas cosas porque siempre me he considerado una especie de super-heroe de nuestro tiempo. La mayor parte del tiempo procuro hacerme el despistado porque también ando necesitado de encajar. Y no quisiera tener que ser yo el que ponga al planeta sobre aviso porque ya ocurrió que el mensajero se llevó la peor parte, por no hablar de que con los años me he ido haciendo egoísta y he decidido que quizá Trump no me haya de gobernar, ni a mí ni a los míos. Y que a los demás les den sopas con ondas. Que mi paraguas no podría proteger a todos ni aunque yo quisiera, que no es el caso.

Yo tengo ya pensado donde habré de esconderme el día que la Tierra esté al borde del colapso, bien sea porque los extraterrestres que experimentan con los Simpson han decidido probar con todos, o bien porque el coreano fondón y envidioso del Big Mac le quiera meter un pepino que le mueva el flequillo a Trump, al que parece que su mujer odia con toda su alma, y no le falta razón. Todos ellos son rarezas en este mundo que parecía coherente y que quizá lo fue hace mucho. Cuando a los mandos está la bilis la catástrofe está garantizada. Y ésta catástrofe te arrasa al tiempo el mundo real y el figurado, la realidad actual y la que hubiera tenido que ser.

Yo me iré a un pueblo perdido en Castilla, donde no hay que comprar, campos de trigo hasta donde alcanza la vista, y en las mañanas acude un fulano tocando el claxon para vender el pan desde su furgoneta y madalenas a un euro con veinte la media docena. Bien ricas.