sábado, 29 de abril de 2017

Trump

Infinita tristeza.

Manu Chao

No lo había considerado hasta ahora, pero quizá me haga, haga que me hagan, presidente del gobierno. Diría que ahora tengo más posibilidades que nunca.

Vivimos tiempos improbables, más aún, un presente que era no hace mucho altamente improbable. Como se digiere que un personaje, este sí, personaje con todas las letras, como Trump haya terminado como presidente del gobierno del país más importante del mundo. Pues difícilmente, a no ser que consideremos nuestra realidad actual como la de Matrix, una realidad que tiene que ser la buena, porque la vida nos trajo hasta aquí, pero que no nos terminamos de creer, como si en el fondo sospecháramos de un desdoblamiento a una alternativa extravagante en algún punto del camino. Como en el empalme de la vida real y la soñada que recoge la película Vanilla Sky. Todo encaja salvo el cielo, más rosado que antes y unos cuantos sucesos de difícil encaje, pero que están encajando. Nos rodean miles de detalles cotidianos como para dar veracidad a esto que vivimos. Los yogures siguen en el frigorífico del supermercado y la gravedad sigue atrayendo hacia el suelo, como toda la vida, pero hay demasiadas noticias sorprendentes aquí y allá. Incluso para el ciudadano del siglo XXI, que apenas cree ya en nada. Así no habría de extrañar que cualquier día de estos aparecieran sobre nuestras cabezas platillos volantes de una especie extraterrestre agresiva y colonizadora. Correríamos para escondernos allá donde cada uno pueda, pensando si es posible qué esto esté ocurriendo, aunque sabremos que las señales de que algo iba mal llegaron mucho antes, que aquello tenía que ser el síntoma de que la realidad se metió un pico cuando a Trump lo hicieron presidente, o se hizo él, que igual da. ¿De verdad y con esa peluca? ¿Y no lo vimos venir?

Yo siempre he sido avispado para darme cuenta de todas esas cosas porque siempre me he considerado una especie de super-heroe de nuestro tiempo. La mayor parte del tiempo procuro hacerme el despistado porque también ando necesitado de encajar. Y no quisiera tener que ser yo el que ponga al planeta sobre aviso porque ya ocurrió que el mensajero se llevó la peor parte, por no hablar de que con los años me he ido haciendo egoísta y he decidido que quizá Trump no me haya de gobernar, ni a mí ni a los míos. Y que a los demás les den sopas con ondas. Que mi paraguas no podría proteger a todos ni aunque yo quisiera, que no es el caso.

Yo tengo ya pensado donde habré de esconderme el día que la Tierra esté al borde del colapso, bien sea porque los extraterrestres que experimentan con los Simpson han decidido probar con todos, o bien porque el coreano fondón y envidioso del Big Mac le quiera meter un pepino que le mueva el flequillo a Trump, al que parece que su mujer odia con toda su alma, y no le falta razón. Todos ellos son rarezas en este mundo que parecía coherente y que quizá lo fue hace mucho. Cuando a los mandos está la bilis la catástrofe está garantizada. Y ésta catástrofe te arrasa al tiempo el mundo real y el figurado, la realidad actual y la que hubiera tenido que ser.

Yo me iré a un pueblo perdido en Castilla, donde no hay que comprar, campos de trigo hasta donde alcanza la vista, y en las mañanas acude un fulano tocando el claxon para vender el pan desde su furgoneta y madalenas a un euro con veinte la media docena. Bien ricas.