martes, 5 de abril de 2005

La princesa del Mercedes

Me asombro con la gente y con sus aficiones. Muchos son los que elevaron a mito a la princesa Lady Di. Y hoy desayunan en tazones con su rostro en el fondo. Hay incluso, que hay gente para todo, que han hecho girar su vida en torno a la muerta como si de un club social se tratara. Poco menos que una iglesia en torno a la princesa de los desengaños. Hoy se pronuncian como el trocito de historia que quieren representar tuviera memoria suficiente como para saber que Diana estaba a años luz de Camilla. Para esta gente no hay color, aquella era más guapa y más buena, era por siempre más joven que Camilla que se asoma a la vejez de los años. Diana está fresca en su memoria como la niña que se casó con el príncipe de Gales. La unión de un cuento que se tornó chino, porque él no quería besar sus besos en ella sino en la mujer que conocía su cobardía.

Todos sentimos la sacudida del Mercedes contra la piedra, la pérdida de Diana, icono mediático adorado por los medios. Por su dulzura, por su rebeldía ante la vida que tenía que ser perfecta y no lo fue. Por su franqueza en el fracaso, por sus pómulos hartos de maquillaje y lágrimas, por su bulimia, por su figura que huía de los paparazzi juntando aeropuertos. Sus últimos tiempos fueron de rebelión ante lo vivido, junto a un Dodi Al Fayed que para todo el mundo estaba muy por debajo de ella. Conoció el amor Diana tras muchas espaldas y procuró sacarle el mayor partido.



Yo sentí la perdida como se siente la desaparición de alguien famoso, pero rápidamente me pasé al extremo opuesto. Porque... ¿cómo habría de sentir pena por alguien con una vida como la suya? Vivir a todo trapo, juntándose con quien quería, de una ciudad a otra, sin preocupaciones económicas ni de futuro, menuda pareja coronada. ¿Cómo sentir pena por quien todo lo tiene? Qué será de los que contamos los céntimos del bolsillo, que soñamos con un piso y un coche nuestro. Que nos conformaríamos con las migajas de tanto lujo y capricho. Qué será de los que esperamos una oportunidad, ricos nada más que de esperanza. Como muestra de la distancia nada más sus últimas horas, cenando en una ciudad distinta a su dormitorio.

No hay futuro para Diana. El futuro de los Windsor lo escribirán sus hijos y con más inmediatez Carlos que llega por fin al abrazo que quería. Al de la mujer discreta que no enamora porque de todas las batallas solamente ganó y ganará una.

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