sábado, 30 de septiembre de 2006

Pa que contar

Vista de Santa María del FioreYa sé que dije que escribiría sobre el viaje a Florencia. Di las razones, tengo tan poca memoria que si no lo escribo lo vivido ser perderá. Ya me pasó otras veces. Sin embargo cuando lo expongo aquí puedo rememorarlo transcurrido el tiempo. Vengo a veces y me digo:

¿qué contaba yo justo hace un año? ¿qué contaba hace dos?

Podría contar la toma de tierra del avión como un fórmula 1 en plena recta, la pizza a las 12 de la noche aunque ya hubieran casi cerrado, no dejaron entrar a nadie más, el Duomo, la Galería, el Museo de San Marcos, la Pietat de Miguel Ángel (en el que aparece su rostro pues iba a ser monumento funerario para su propia tumba), los Ravioli que le cedí a Sestea y fueron la mejor pasta que hemos probado hasta hoy. Los helados italianos y nuestro paseo nocturno por una ciudad abandonada de gente, sin guía por primera vez, enfilando recta tras recta, encontrando todo por ver, sin esperar verlo.

Tendría mucho por contar, sería la mejor manera de conservarlo...

Sí diré que me impresionó ver las esculturas inacabadas de Miguel Angel, aquellos cuerpos saliendo de la piedra. Y más aún el David. Tan perfecto y tan grande (terminado cuando el genio no contaba aún 30 años).

Pero mejor aún que exponerlo aquí le digo a Sestea que me lo cuente dentro de unos años. Ella tiene un archivador infinito. Lo guarda todo.

martes, 26 de septiembre de 2006

Florencia: un par de fotos

Hoy apenas cuento nada. Y no porque no haya cosas que contar, pero es que me levanté a las 5 de la mañana para llegar hasta aquí y apenas he tenido descanso en todo el día. De cualquier forma tengo la intención de colgar por aquí un resumen más o menos pormenorizado del viaje a Florencia que resultará, sobre todo para Sestea que tiene la memoria de un elefante, en una palabra, inolvidable.

Yo cojeo algo de la memoria aunque a cambio tengo más gracia (me ocurren cosas más raras). Por eso me conviene dar un repaso a lo vivido para cuando no pueda recordarlo por mi mismo. Ya digo, no sé a partir de mañana o pasado. Procuraré tener en cuenta para entonces aquel aterrizaje tan raro (yo diría que a demasiada velocidad ¿o es normal tener que apoyar la mano en el respaldo de delante?). Dejo eso por aquí apuntado para acordarme de comentarlo.

Esta mañana según cruzaba un paso de cebra saliendo de la pista de aterrizaje aquí al ladito, en Santander pensé si habrá alguien que haya sido atropellado por un avión. Al instante pensé que no, si tuviera que haber uno, por aquello de que haya de todo, seguro que sería yo. Y no porque ande yo "a tontas y a locas" sin fijarme apenas, que ahora lanzo unas bengalas de localización cada vez que tengo que cruzar una calle, miro a los lados como un niño al que sus padres le hubieran enseñado disciplinadamente, a colleja diaria que hay que comprobar el tráfico antes de iniciar el cruce, claro que a mí no me tuvieron que repasar el cogote para tanto, bastó con que un coche me encaballara, que me convertí por unos minutos en uno de aquellos cowboys del lejano oeste, que antes del trompazo contra el suelo aún se preguntan para que carajo subirse a un búfalo salvaje.



Volviendo a nuestro periplo italiano dejaré hoy por aquí un par de fotos. En una se me ve lozano y feliz cruzando el Ponte Vecchio, que es un puente repletito, en cada lado, de joyerías. Es muy aconsejable cruzarlo porque uno repara por un lado en que no puede pagar nada o casi nada de lo expuesto allí (acaso unos pendientes tamaño diminuto), y por otro en estas convenciones que nos hemos inventado para dar tanto valor a algunas cosas y tan poco a otras. Claro que hay más lados que hacen aconsejable su tránsito, está vetado a los coches, (¿tengo que explicar a estas alturas las ventajas?), a las motos y a las bicis. Aunque si me atropellara una bici estoy seguro de salir bien parado, siempre y cuando no haya doping o cuesta abajo de por medio. Además es un puente muy bonito, antesala casi del Palazzo Pitti y paseo de belleza afín a la arquitectura de la Galería de los Uffizzi que vimos solamente por fuera, estaba cerradita a cal y canto.



En la otra foto se me ve haciendo una de mis poses, que aunque esté mal que yo lo diga causó un cierto revuelo en la ciudad. Y es que la gente no dejaba de maravillarse de lo bien que lograba transfigurarme en cada una de las estatuas para posar en las fotos. Lo sé bien porque la gente nos sonreía mucho. Es raro de hecho que no nos haya adoptado alguna pareja que quisiera unos hijos algo ya entrados en años (ahora que somos menos latosos). Lo cierto y no miento en absoluto, Sestea es testigo, es que los italianos nos trataron de mil amores y con gran cariño, por no hablar de esa veneciana de nacimiento "Manuela" encontrada infraganti y que quiso acompañarnos hasta el Museo de San Marcos, y hacer cola y todo para que consiguiéramos una entrada para ver también el museo de la Galería (¡el David auténtico de Miguel Angel!). Claro que en eso algo tuvo que ver el magnetismo de mi camisa Ives Saint Laurent (o como diablos se escriba) que por supuesto era una talla menor de lo aconsejable, para realzar mi caja torácica, que ya sé que dicho así no resulta necesariamente erótico pero que funcionó con las italianas más aún que si hubiera ido haciendo España vestido de torero. En este punto debo aclarar que ni Sestea ni yo nos bajamos del castellano en todo el viaje. Vamos que yo ni siquiera llegué a enterarme que habíamos cruzado eso que algunos llaman fronteras. Si Cervantes levantara la cabeza estaría orgullosísimo de nosotros. De alguna extraña manera colonizamos Florencia a golpe de castellano.

Decía que tuvimos un éxito ¿mediano? al convertirnos por unos segundos en estatuas vivientes, clones de esas otras que tenían allí expuestas. Por supuesto que nuestra transformación era con la ropa puesta, aunque hasta el mismo rostro se me volvía de piedra. No es por nada, pero en varias ocasiones me pareció escuchar murmullos de aprobación cuando no admirados entre los florentinos y ve tu a saber si también entre el resto de los presentes, mucho más extranjeros que nosotros por lo que se vio; si quedaron igualmente estupefactos es algo que no podré saber pues sé menos alemán que un embrión apenas desarrollado en Frankfurt y no podría distinguir los alegres murmullos de los alemanes de un discurso de Ratzinger para meter la pata. Lo cierto es que, ahora que no nos oye nadie, cuando era Sestea la que simulaba postura de mármol venía a resultar más cómica que otra cosa. Y lo peor de todo es que ella al principio solamente se ponía al lado como un pasmarote sin vida, luego al ver mi desenvoltura debió picarse aunque sin alcanzar nunca ni mi grado de concentración ni mi perfecta apostura.

En fin, por hoy lo dejo aquí. Venía no más por un par de fotos y he tirado chorradas para largo.

Por cierto he vuelto a la lectura. Este finde cayó "El maestro de esgrima" de Pérez Reverte y hoy comencé ese otro: "La reina del sur".

Mañana o pasado cuento más.

miércoles, 13 de septiembre de 2006

Las prisas no son buenas

Sorprendí a mis padres a traición. Ellos paseaban por la playa y les abordé por detrás con un sonoro "Hola" que les hizo voltear las cabezas asombrados. Pensaban que llegaría el 15 y les sorprendí tras 4 meses sin vernos, una semana antes. Sus caras de sorpresa no tienen precio. Es verdad, no hay dinero que las pague. Salí un viernes por la noche y retorné en el avión de las 7 de la mañana en dos pasos, haciendo escala en Madrid. Tras algunas esperas a media tarde estaba de regreso en casa. Hay algo curioso, a estas alturas uno no sabe si cuando va regresa o regresa al volver. Supongo que ahora tengo dos casas.


Vuelvo hacia Valencia este viernes. De nuevo a cenar allí. Pero esta vez para más tiempo. Para pasar unas vacaciones que llevo ansiando toda la semana. Quiero unos días en el Perelló. Tumbarme en la arena a tomar el sol e ir al pueblo a tomar el café del mediodía. Acompañar a mis padres a comprar jamón serrano. A echar una quiniela, una primitiva... La vida allí no es más que unas cuantas cosas sin demasiada importancia. Tomar el sol en la "estrella" o en la piscina. Pero me muero por repetirlas una a una.

El martes vuelo a Florencia y sé desde ya que será un viaje único. Esto sí es un paréntesis. Vivir algo nuevo. ¡Qué ilusión tengo!

Nota mental: Comprar una tarjeta de memoria para la cámara de fotos. Bueno voy a apuntarlo en la agenda, no nos fíemos demasiado de mi memoria (sin tarjetas).

Leo que Edonkey ha caído en las redes legales de esas discograficas y demás. No quieren que intercambiemos música gratis. Las cosas gratis no les gustan. Por eso pagamos un canon en cada CD virgen, por derechos de autor. Aunque yo guarde en los cd's algunas fotos mías ¿les pido que me devuelvan el canon en este caso?

Nos lo quieren poner tan difícil que al final lograrán que tenga remordimientos por descargar de mucho en mucho. Que barra libre más desaprovechada.


Mi hermana Ichi quiere comprar un coche aunque le da miedo conducir. Pero cree que con coche nuevo los miedos se evaporan. Supongo que porque se extreman las precauciones cuando se corre el riesgo de arañar algo de estreno. No permitiremos ni siquiera una mota de polvo.

Yo necesito también un cochecito. Para moverme de aquí a allá que hay mucho por ver y me lo estoy perdiendo. Lo que pasa es que yo soy un comprador feroz. A mi no me embaucan tan fácil como a ella, que ya le está llamando esta mañana el comercial acerca del Hyundai Getz (micro-coche) para decirle que le regala el Blootooth y la niña ya le está casi dando el sí. No soy yo nadie llamando a los concesionarios. Diciendo a tirios y troyanos que unos me lo dejan en tanto y los otros en ¿cuánto?

13.300 euros pagó Sestea por su flamante Polo. Ni menciono que ahora tengo tarifa plana de teléfono fijo. Puede ser que no deje un concesionario sin llamar.

Acabé ayer noche "La fiesta del Chivo". Y hoy estoy algo triste. Acabar un buen libro es quedar un poco huérfano. Porque quiero volver a esa historia y la historia se ha acabado.

lunes, 11 de septiembre de 2006

F(r)icción V

"La maldita mano pendeja no le obedeció. No hacía falta, Antonio. Veía las estrellas brillantes de la noche que empezaba, veía la risueña cara de Tavito y se sentía joven otra vez."

La fiesta del Chivo - Mario Vargas Llosa


Último Septiembre


Leovigildo vigila la calle desde la silla de ruedas. Tiene 92 años, es enjuto y calvo, usa gafas y como observaría cualquiera al primer vistazo, está cojo. Perdió la pierna por encima de la rodilla hace muchos años, al menos 35, ha perdido la cuenta. Recuerda sin embargo que fue manipulando maquinaria pesada, colocando aquella pierna donde no debía, o no fue culpa de que su pierna estuviera en mal sitio, tal vez fue del amigo que pulsó el botón aquel en el momento más inoportuno. La verdad es que eso ya no le importa nada de nada.

Los niños pasean de la mano de sus madres por alrededor y se le quedan mirando a la pierna. En realidad al espacio que debiera ocupar la pierna que no está. Se le quedan mirando el pantalón que lleva doblado hacia arriba y sujeto con un imperdible. No sabe por qué le ponen un imperdible las enfermeras de la residencia. Piensa que podrían guardarle la pernera en el bolsillo, pero cree que lo dejan así porque no se doble demasiado el pantalón, porque así sin arrugas tiene mejor presencia. Bastante importará a estas alturas.

Cualquiera que lo viera diría que vive en una residencia pero no es del todo cierto. La verdad es que duerme y come en una residencia, pero vive en la calle. En la acera donde le ponen cada mañana, a la sombra los días de sol y en cualquier sitio los días con nubes. Allí le dejan a primera hora, luego lo recogen a la hora de comer y lo regresan al mismo sitio a primera hora de la tarde. Desde aquel lugar Leovigildo no ve más que coches de esta carretera, transitada a todas horas y personas que van de un sitio a otro y que no saludan, los más acostumbrados a verlo ya ni siquiera le miran la pierna que no tiene. De forma que su vida hoy es algo así como observar lo cotidiano, todo lo larga que es la calle y nunca más allá.

En realidad no se dedica solamente a observar aunque pudiera parecerlo, las más de las ocasiones, algunos días, se queda mirando fijo un punto de la calle pero tiene la vista perdida. Atenta a rememorar imagenes del pasado. Mirando hacia dentro en vez de hacia fuera. Como el que abriera los compartimentos secretos de la memoria para extraer unas cuantas fotos, entonces el recuerdo se hace tan vivo que pareciera acabado de vivir, como si fuera parte del pasado, sí, pero de un pasado reciente, como la fragancia aquella que quedó en el aire suspendida tras un paso fugaz.

Entonces le acompaña una forma de melancolía, y la melancolía se instala con él en la silla para no abandonarlo hasta coger la cama. Se lo llevan hacia dentro de la residencia, le hablan y ni siquiera escucha.


Todas las veces en que le sobreviene esa tristeza ha pensado en Gloria, su esposa que murió, lo sabe bien, un 12 de septiembre de hace 14 años. No es cierto que aquel día él muriera un poco, porque la vida que había tenido murió del todo. Arrancó a una nueva vida de la que nada o casi nada mereció la pena entonces, ni por supuesto la merece ahora.

Claro que tenía unos hijos que lo visitaban de cuando en cuando, por supuesto que sus nietos le abrazaban y le decían que le querían, pero en realidad aunque no lo fuera a reconocer nunca, nada de eso había consolado la soledad tremenda, el desconsuelo de hallarse de repente solo y sin esperanza. Aún alzaba la cabeza de cuando en cuando buscándola para comentarle alguna cosa. La gracia del niño, el vuelo de una paloma, preguntar por el nombre de aquel ¿cómo se llamaba? Vivía a dos manzanas del Parque Viejo.

Gloria es su pensamiento recurrente. El oasis al que vuelve. Como el que se asomara todos los días a un paisaje hermoso, porque es hermoso aunque no pueda tocarlo.


Sabía bien que lo mejor de su vida se había llamado Gloria. Eres lo mejor de mi vida. Se lo dijo a ella muchas veces porque esas cosas hay que decirlas. Y ella le sonreía y al devolverle esa sonrisa le estaba diciendo que él era lo mejor de la suya. Desde jóvenes le cogía la mano, se la quedaba mirando y le decía: No me abandones nunca. Ella lo miraba sin decir nada y con la mirada se lo estaba diciendo todo.

Alguna gente, la más afortunada conocía el amor. Algunos lo conocían a través de varias personas, otros a través de una sola, sabiendo en cada instante que nunca podrían sentir aquello, intensidad tan grande, por nadie más.

Leovigildo fue de estos últimos y se sintió feliz tantos años pensó que lo podría ser siempre. Aprendió que su amor por ella era invencible. Que no acabaría nunca, no desde luego desaparecida ella, pues a veces pensaba que ahora la quería aún más porque se le mostraba en toda su magnitud la falta que le hacía.

Sabía que el amor por ella no tendría fin. Que desaparecería tan solo con su propia muerte. Porque amar así era lo mismo que vivir. Amar era más grande aún. Su amor solamente se acabaría cuando él ya no pudiera sentir nada. Cuando ya no fuera nada.

Empieza septiembre. Los críos acuden a la escuela con sus mochilas llenas de libros y libretas. Los dían tienden a decrecer. Acaba el verano pero todo sigue más o menos igual. Leovigildo está en la acera, hoy sonríe más que otras veces. Se acordó de algo, sin duda.

domingo, 10 de septiembre de 2006

martes, 5 de septiembre de 2006

Enseñando a ganar

Juro que llevo días pensando en llegar hasta aquí para hablar un rato. Quería hablar sobre la selección de baloncesto y su colosal éxito. Quería hacerlo como a mi me gusta, esto es, criticando con saña a la selección de fútbol. Hablar de una poniendo a caldo la otra.

La verdad es que poner a los pies de los caballos a esa selección mediocre de notables del fútbol, al menos en cuanto a salarios se refiere, es bastante sencillo a poco que uno conserve en su memoria algún recuerdo del ridículo espantoso vivido, por algunos más que otros, en el último mundial.

Desde luego vivimos un país de locos. Estábamos en la víspera de la final del Mundial de baloncesto y aún le dedicaban más tiempo en el telediario a la información futbolística de esa selección de nulidades en conjunto, que a esos otros héroes sin partidos perdidos. Era más importante la intrahistoria de un sábado contra Lienstenstein que no sirve para nada que el anticipo de un día irrepetible contra el campeón de Europa.

Claro que la noticia tenía miga. El autocar de la selección incapaz no lograba salir marcha atrás del estadio. Aquello estaba colapsado. Ocurren tan pocas cosas en Badajoz que la gente sale de las trincheras para despedir la salida de los jugadores. Ellos obviamente no hacen ningún caso. Hacen como el novio de la peluquera esa, como se llame, que estaba casada con aquel ex-boxeador. Se enchufan el móvil a la oreja y simulan estar muy atentos a su interlocutor, que por lo demás es el único que hablar. Yo sospecho que al otro lado no hay nadie. Es una estratagema acorde a la educación que recibimos, si uno está atento a lo que alguien parlotea por teléfono tiene la coartada perfecta para no prestar atención a nada más. Después de todo si te diriges a alguien que no sea el que espera en línea le estás haciendo un feo a él, y como es lógico esa llamada siempre se inicia antes de contactar, siquiera visualmente, con la prensa. Uno camina con la mano en la oreja y con la mirada perdida, pero todo esto significa algo así como:

"Disculpa que no te atienda pero si lo hago dejo de atenderlo a él. Él llamó primero y espera que en algún momento, en un futuro, yo intervenga". "No soy yo el que no quiere atender, es la situación, la concurrencia de acciones, el maldito destino".

Lo curioso es que esa intervención nunca se produce. Simplemente pasean; el negrazo inmenso que se novió con la peluquera depresiva, los futbolistas de la super-selección de fútbol, con el oído fino a lo que alguien les explica, sin prisa ni necesidad de el más mínimo de retorno. El del otro lado habla y habla como contra una tapia.

Decía que la selección se las vio y se las deseó para poder abandonar el estadio. Sacar el autocar de culo es una mala idea. Sobre todo si hay un mundo de gente fuera esperando no se sabe bien qué. Por eso nada mejor que tener un seleccionador como el nuestro. El ínclito Aragonés, que baja del autocar y se dirige serio hasta donde los policías por ver si su aparición despeja la calle o al menos pone orden entre la marabunta. Se permite incluso chocar alguna mano con aire de pocos amigos, abúlico perdido, con ganas no se sabe bien si de echar un güisqui al cuerpo o una moneda a las tragaperras.

Y lo más curioso es que la medida termina resultando. A saber que acertadas palabras le dirigió al guardia. Probablemente sea el talento oculto de Aragonés. Le dio las claves para regular el tráfico, para lograr que la masa enardecida se hiciera atrás dejando el paso libre a los Raúles y compañía. Ya sabemos que si por fin resulta que como seleccionador no vale, quizá porque no ganemos más que amistosos durante los próximos 100 años, que estará si le dejan estar; entonces quizá Aragonés cambié el pito de dirigir desde la banda por el de dirigir desde la acera para que los coches no atropellen a los que cruzan amigablemente los pasos de peatones.

El pobre agente no sabía donde meterse. Claro te baja a ver el seleccionador del equipo con su camiseta roja de selección nacional y el hombre no sabía si cuadrarse, pies juntos y a la orden. Porque que te encuentres a Aragonés en ropa de faena (esto es de servicio) es casi lo mismo que te bajara a ver la bandera con mástil y todo. A poco que aquel hombre sintiera los colores de este país que es España se le tenían que estar poniendo unas ganas locas de besarle el pecho o entonar el himno. Como no iba a lograr entonces que saliera aquel autobús y su preciada carga. Sobran autopistas aunque solamente sea para llegar al aeropuerto.

Al final los países son nada más un grupo de gente que cree en las mismas cosas. Por eso era tan emocionante ver a Pepu Hernández retratado para siempre por una cámara de fotos. Los ojos lagrimosos, la copa arrullada como un bebé en sus brazos. Absolutamente emocionado por el recuerdo de su padre muerto. Con el alma rota por la tristeza de haber perdido irremediablemente horas antes de ganar lo más grande que podrá ganar nunca.

Y esos jugadores que eran una piña. Unos amigos conjurados para demostrarle a un país que podemos ser los mejores si jugamos juntos, sabiendo a qué jugamos.

viernes, 1 de septiembre de 2006

Concluyendo

Que lo imposible no te quite el sueño.