domingo, 22 de marzo de 2009

La guardia real

Somos los niños burbuja del fin de la historia.

Somos - Ismael Serrano



Ya he dejado constancia alguna vez de mi poco entusiasmo en todo lo referente a las fuerzas armadas. Por dos razones, porque son fuerzas y porque están armadas.

Y dicho eso me resistiré a cuestionarme, otra vez, sobre la agenda del ministro de defensa, en este caso ministra. Acerca de cómo es su día a día. Cuál es verdadero contenido. ¿Alguien lo sabe? Probablemente ni ella misma.

Respecto a los ejércitos, no digo que a lo largo de la historia no tuvieran su importancia, pero hoy... no sé, no sé.

Leo en un semanario acerca de la guardia real. La más próxima al rey. Entre el contenido emerge la idea que el cambio de guardia, que sucede cada primer miércoles de mes, no tiene nada que envidiar a los relevos que se dan en el palacio de Buckinham, ni los de Atenas, Dinamarca...

No es solo eso, sino que estos cambios de guardia nuestros son aún mejores. Hay datos para confirmarlo. Un teniente coronel lo tiene claro. Los ingleses usan un centenar de infantes y no les supone ningún trastorno. Son 8000 efectivos y viven allí mismo. ¿Pero quien sino nosotros hacemos llegar desde El Pardo hasta Madrid a 240 soldados, 26 guardias de seguridad, 8 alabarderos, 5 policías militares, cuatro encargados de transmisiones, 105 caballos, 41 vehículos, dos carros de munición, 9 personas de prensa y protocolo, 5 sanitarios médicos y veterinarios, un puesto de información y hasta un apuntador para contar por megafonía cada movimiento?

Con la mitad de ese despliegue tomamos Perejil.


De manera que subyace la idea de una nueva injusticia. Que lo sepan los extranjeros bien clarito. Nuestro cambio de guardia es menos famoso que el de los ingleses a pesar de que el nuestro mola más. Es otro ejemplo de esas cosas que se hacen bien pero que no se trasladan correctamente a la ciudadanía. Al menos nadie nos negará, a estas alturas, que lo de alianza de civilizaciones es nuestro y solo nuestro. De la cabeza de Zapatero en los tiempos en que se ponía detrás de una ZETA roja gigante.

Que importante es contar las cosas bien contadas. No nos fijamos ahora pero luego la historia nos pone en nuestro sitio. Después de todo hablar de desaceleración para referirse a la tremenda crisis actual no fue sino empequeñecerla un poco. Vamos, que tuvimos un período más largo de felicidad cuando pensamos que esto era poca cosa y no un desplome total. ¡Qué días de vino y rosas cuando creímos que nuestro ascenso era algo más lento pero ascenso al fin y al cabo. Y eso se lo debemos a nuestros políticos.

Que se lo digan al bueno de Rajoy, que ha cogido gusto a que los fulanos le pregunten cosas en la tele. 100 preguntas para que responda las que quiera. ¿Por qué son tan malos? diría yo. Pero a mí no me llevan.

Decía de Rajoy porque al final la historia le ha hecho justicia, y no lo digo porque no haya sido presidente del país nunca, ni probablemente lo vaya a ser, y no porque Zapatero esté para ganar alguna vez unas nuevas elecciones, sino porque Rajoy aparece siempre como a punto de ser engullido por el aparato de partido, con Esperanza imaginando una boa constrictor que lo atenazara. ¿Pero qué fue de aquel escándalo del Prestige? ¿No decían los ecologistas que era una catastrofe medioambiental de la que quizá el Cantábrico no se recuperar nunca? Pues ahí está que de eso ya no queda nada. Ni responsabilidades políticas, ni nada de nada. Vamos que a la postre, la historia demostró que cuando Rajoy dijo aquello de los hilitos de plastilina tenía razón.

Que suerte de políticos tenemos. ¿Que no hay armas de destrucción masiva en Irak? Bastante importa a estas alturas. Ahora Aznar quiere hacerse presidente del Real Madrid para sacar al Madrid del rincón de la historia, para que deje de mirar hacia otro lado, hacia la tele, cuando se desempeñan los cuartos de final de la Champions League.


Pero no basta con tener buenas ideas para asombrar al mundo. Asimismo hay que saber reivindicar lo propio. Si tenemos el mejor cambio de guardia habrá que ponerlo en los folletos de las casetas de turismo en Madrid. Para que nuestros visitantes vayan a ver el afanoso quehacer de nuestros ejércitos, y aún más de su élite. Después de todo, lo cierto es que en la guardia real no ingresa cualquiera, no está ahí para cualquier hijo de vecino, sino que concentra a la élite de nuestras fuerzas armadas. Personal altamente cualificado y en permanente reciclaje. Vamos, que si uno se levanta con un mal día es posible que al anochecer haya dejado de ser de la guardia real. Y es que como ajedrecistas consumados, lo mejor que tenemos lo ponemos en las proximidades del rey, como es lógico. Por si en su labor cotidiana se encuentra con algún problema que requiera de la preparación de nuestros mejores hombres y mujeres. Que hay osos muy traicioneros cuando se ven observados por una mira telescópica, olas que embisten regatas con peores intenciones que las del toro de Paquirri, y salidas en moto, vete a saber donde, como un campechano descubriendo una denominación de origen.

Además toda esta gente se levanta a las 4 de la mañana esos miércoles precisos del calendario, marcados con un círculo, para prepararlo todo. Uniformes de gala que son retales de la historia, peinar y acicalar a los caballos, comitiva de camiones y autobuses hacia el palacio de Oriente...

En fin, que todo el trajín persigue recrear durante casi una hora el cambio de guardia que se daba en tiempos de Alfonso XII y Alfonso XIII, claro que entonces era a diario, pero es que entonces eran otros tiempos. Y los del ejército tenían menos cosas que hacer.

Alguno se preguntará acerca de la necesidad de todo esto. Pero si alguien lo hace estará incurriendo en un error que denota que se es poco avispado, o que se está poco vivido. ¿No es toda la vida sino un teatrillo? No importa lo malo que uno sea, si lo importante es parecer bueno.

De forma que la grandeza de nuestros ejércitos no se mide por el tiempo que pacifican países remotos encerrados en sus cuarteles, sino por lo impresionantemente que hacen los cambios de guardia, lo mejor de lo mejor, o mediante los sincronizados desfiles, con aviones y cabras, cada cosa en su momento, para admirar a los madrileños, entre mimo y mimo, qué bien lo hace.

En estos tiempos gobernados por la imagen, pero sobre todo por las impresiones, no deja de ser notorio que mantengamos la clase política que tenemos.

Que uno ve a Pepiño Blanco de segundo del PSOE y piensa que vivimos tiempos revolucionarios. Lo más tontos mandan.

Pero no es verdad. ¿Dónde está Acebes?

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