martes, 9 de agosto de 2022

A veces ocurre que sí, que pesco un premio. Que hay confeti y vuelven las sonrisas, que no me acuerdo de cuánto llevo gastado y que parece que el día de hoy es el final del camino, la celebración grande que estaba esperando. Luego ella abre las manos como una concha y deja ver el premio. El Gran Premio que dicen los de la Fórmula Uno, y todo lo que veo es una moneda en sus manos, como en los tiempos remotos en el tiempo en que en la cafetería de la universidad Sestea y yo íbamos a tomar un café y ella dejaba ver en su pequeña mano un euro nada más. Que era todo lo que llevaba y podía llevar, todos los planes para hoy, un presente perdurable, que además era bastante, para qué más.

Viene la chica del confeti con su euro, engañando mis expectativas, abriendo la mano como para librar una paloma y yo no me atrevo a cogérselo tan siquiera, le agradezco la intención y el entusiasmo de tantos años y le digo que se lo quede para ella, para sus gastos, y ella sonríe entonces con pena por mí, enternecida pensando si no sé que a ella le pagan millones por la entrega, que no lo necesita, y que seguro a mí me es más necesario. Sin embargo yo lo sé, sé lo de sus millones por un trabajo bien hecho, sé que me será necesario, la vida está tan cara que se me hará poco ese euro único rodeado a ser posible de otros cuántos, pero con todo se lo dejo en su mano.

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