sábado, 26 de mayo de 2001

26/05/01 19:46

Estos días he estado sondeando el mercado del empleo, y no es que yo esté parado, más bien todo lo contrario, ya no tengo tiempo para nada. Pero es que me han metido a técnico, a mí que soy más bien manazas, aunque de intenciones sin tacha, y es que reparar equipos con mis propias manos es una idea atrayente. Yo modelador de la perfección de un aparato que gracias a mi habilidad funciona. Sin duda, es una forma de buen hacer. Pero no va a ser tanto esto, como tener que tratar telefónicamente y en persona, con clientes impacientes que quisieran resuelto el problema, para ya so pena de llamar todos los días con la misma gaita. Y eso me gusta menos. Pues la solución de lo de cada uno, no depende de mí, sino de mi compañero, que sí es técnico. De manera que yo solamente me convierto en intermediario para que no le molesten.

Así que he barajado la posibilidad de dar la paliza en alguna de las formidables editoriales de este país, para saber si tienen un huequito para mí. Quepo en cualquier parte, y me conformo con poco. Un rato cada día para leer y para escribir. Un rato para Sabina y otro para mi novia, que es la chiquita que recoge las entradas en el zoo. Es pequeñita y preciosa. Eso sí, licenciada en Derecho, suspira por una oposición que de entrada tampoco le resolverá la vida.

Hoy me tomé un aperitivo con un buen amigo de la infancia, que es amigo mío año tras año, y con el que he nadado muchas piscinas, ida y vuelta. Y me he dejado olvidado el currículo en una revista del bar, donde un obrero de pensamientos elevados, nos estuvo contando, y a mí con mayor énfasis acerca de la música que hay que sentirla, y demás. Que la gente colecciona por dar paz al espíritu, y que es capaz de pasar calamidades económicas, o molerse el espinazo en el trabajo por mantener esas aficiones. Un vino excelente, a cambio de no probar bocado.

Llevaba la camisa abierta y el pelo largo, bigote y los dientes podridos. Pero nos ilustraba sin venir a cuento, solo porque asentimos a su primera intervención, "uno no se puede fiar ni de sus hermanos", nos cuenta, sonríe y nosotros asentimos.

De ahí a la lección magistral, ni un paso. Si yo las doy, cualquiera puede.