jueves, 1 de diciembre de 2005

Sillones

Ayer estuve con un amigo en una feria. Echando un vistacillo y probando todo aquello a nuestro alcance. Así llegamos hasta unos butacones en piel a la par que preciosos beneficiosos para el cuerpo. Capaces de darte un masaje de nombre oriental en cuestión de segundos. En oferta promocional costaban 3400 euros, que no es nada para el que atesora mucho.

Me senté en uno de ellos y quizá perdí la conciencia durante 15 minutos (puede que más). En verdad decir que perdí la conciencia es exagerar, pues fui muy consciente de que cada botón de aquel mando mágico me llevaba a cotas aún más altas de relajación y placer. Por no hablar de aquellos momentos en que se le daba al sillón la instrucción de trabajar a la máxima potencia. Entonces yo mismo me convertía en un espantajo arrebatado a temblores bien evidentes incluso desde lejos.

Aquel sillón de bendito respaldo tenía tras sus costuras manos para amasar la espalda como hace el alfarero con vasijas de barro. Desde la nuca hasta los riñones. Le podías ordenar que subiera por la espalda o que se entretuviera más abajo. Es obvio que al respaldo se le podía dar además la inclinación que se deseara de manera que los tobillos quedaran a la altura del cuello. Además existían diversos programas y uno en particular que los mezclaba todos... hasta las pantorrillas podían estremecerse del temblor.

Cuando me levanté era un hombre nuevo. Perfectamente engrasado, capaz con toda seguridad de batir alguna plusmarca deportiva. Se podría decir que hasta dopado. Yo diría que al levantarme parecía más alto.

Lástima que no tenga ese sillón, ni un jacuzzi que completaría el tratamiento. Pero tengo otras cosas.

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