domingo, 28 de mayo de 2006

¿Te has enterado?

Apenas me han llegado unas trazas de una noticia marujil, parece que Sabina y Ramoncín (¿Ramonqué?) se han peleado.

No sé bien el origen de la controversia y la verdad es que ni siquiera me importa. Yo como todos mis vecinos, como tú que también te arriesgas a veces, estoy más que dispuesto a hablar sin conocer del tema apenas nada. Quiero anticipar mi opinión y eso que solamente sé que parece que el Sabina en su versión más regular dijo que Ramoncín no vende ni en el top manta. Y al otro esto le ha sentado fatal, porque es verdad y porque lo dice Sabina que como artista tiene la consideración de todo el mundo (o debiera tenerla).

Yo como ni siquiera sé quién es Ramoncín, creo que un contertulio sabiondo siempre dispuesto a dar su opinión sobre cualquier tema (aunque no conozca más que trazas), exactamente como yo los días en que me levanto con la lengua suelta, me pongo de parte de Joaquín Sabina porque lo escucho todos los días sin excepción. Pero no largando sobre cosas que me interesan más bien poco, sino detrás de algunas de las mejores canciones que se han hecho en castellano.

Es probablemente mi cantautor favorito, y eso que dice que a Piscis nos toca el vinagre. Veremos si soy capaz de superarlo.

jueves, 25 de mayo de 2006

Cambiando de vida

Escucho en la radio una cuña de la ONCE muy concluyente. Cuenta que con 6 millones de euros, "olvídate de los problemas" de manera que emerge del agua clara y en síntesis una conclusión diáfana como mi salita de estar:

"El dinero resuelve todos los problemas" o al menos permite que los olvides, supongo que será porque con pasta se puede beber güisqui del bueno, beber hasta olvidar. Aunque si de lo que se trata es de ponerse moñas perdido, lo mismo sirve un tetra brik (¿un qué?), una caja de cartón de vino Don Simón, que lo dan casi por ná en el supermercado. Así que para olvidar no hace falta jugar a la ONCE.

Y voy más allá y digo yo que hay problemas que no resuelve el dinero. Los problemas de salud, física o mental, la nostalgia de otros tiempos, la añoranza de una ausencia, la tristeza en el fondo de los ojos. Y alguno dirá que eso no son problemas, Puede ser que no lo sean. Pero para quienes los vivió alguna vez son como una roca enorme en mitad de un pasillo.

La cuña pese a ser cortita continúa con otra perla. Finaliza con un "si quieres cambiar de vida, claro". Y lo dice en plan bravucón, como dando por hecho que todo el mundo quiere cambiar de vida (menos ellos, supongo, que hacen los boletos).

Es decir, da por entendido que la mayoría de la gente no está conforme con su vida, que la cambiarían sin duda (con un buen pellizco de euros). Y en esto yo no puedo estar más conforme aunque sólo en parte, y lo estoy porque los hombres (y las mujeres) de todas las edades y condición cambiarían lo que tienen por lo que no tienen. Por puro inconformismo, por pura envidia, por ser diferentes, por vivir otras cosas (por tener otra vida).

Pero para cambiar esas cosas tampoco se necesita la suerte de un boleto premiado. Basta con voluntad para actuar de un modo distinto.

Hoy me decía un paisano que "la cosa estaba mala" y yo asentí porque es una conclusión a la que llegué por mi mismo hace ya muchos años. La cosa está mal sí, lo ha estado siempre y lo estará. Nunca llueve a gusto de todos y la vida pese a ser un lapso tan corto, termina acumulando alegrías y desgracias como en una balanza. Para comprobar al final que pesa más.


Ya lo decíamos moviendo la cabeza de un lado a otro, "la cosa está mal" y el otro corroboraba que está fatal. Pero bien mirado cuánto daríamos por seguir como estamos, superando el gris cuando se nos prende en la piel, nada más con una tos que tenía que ser pasajera y se volvió residente, con dos o tres ilusiones a flor de piel. Que son el motor que nos mantiene. La sensación íntima de que se es afortunado, quizá por una suma de cosas o quizá porque después de todo pensamos que la ley de Murphy, todo es susceptible de empeorar y lo hará, no se cebó con nosotros



(aún).

lunes, 22 de mayo de 2006

Cementerios

Decía un tio mío el otro día que ya hay más población en el cementerio viejo de Valladolid que en la ciudad.

Los cementerios son un lugar hermoso. Un lugar que hay que visitar, y no me refiero a la visita de rigor en última instancia. Hay que visitarlos vivos y bien vivos, para reparar en lo fugaz de la vida, en el leve peso del pasado y en las cosas que son de verdad importantes. Pues paseando por un cementerio lleno de cruces uno se da perfecta cuenta de lo lejos que queda el bullicio de los centros comerciales, las discusiones por lo que ya ni se recuerda, los apuros en lo económico, ... recorrerlo es aceptar tácitamente la muerte para cuando venga. Todo aquel que pasea por un cementerio, aunque sea desconocido, merece al menos un abrazo.


Un cementerio es hermoso por silencioso, por la altura de los cipreses, por la quietud de los arbustos, por las flores en las tumbas, las nuevas y las viejas, las que nadie retiró y quedaron esparcidas por el suelo. Tan lleno de fechas que tan poco importan. Con ángeles cuidando que haya calma. Con tantos muertos desde antiguo, que llevan más tiempo allí del que vivieron. Y el drama de encontrar de repente la tumba de un infante. Un niño que apenas vivió casi de nada.

Yo encontré casualmente la tumba de una mujer de 27 años y pensé que aquella vivió menos tiempo que yo. Y me sirvió para darme cuenta de que la vida se nos está escapando de las manos. Que todo transcurre demasiado rápido. Que los años, llegado un momento, ya no sirven para medir nada. Que ya no se hacen sintesís de un año, se hacen de una vida (si se hacen).

Los cementerios son un lugar de amor. Están llenos de letras, como los libros. En algunas tumbas hay incluso algunas citas, compuestas en medio del dolor como una oración de recuerdo. Y esas líneas son el reclamo que mirarán los ojos año tras año en cada visita. Y en su lectura la herida volverá a abrirse. Pero no hay mayor sinceridad en la vida que la que se da en las despedidas, sobre todo cuando se creen definitivas (aún más en las póstumas), pues entonces se vierten las palabras ya sin miedo, como una zanja al sol. No hay mayor verdad que aquella que ya no espera respuesta.

Y se lee la palabra sueño, los padres se quieren cambiar por el hijo, porque en la vida se despierta a veces de repente. Y el pasado ya tan distinto parece un sueño.




Yo no sé bien aún que es lo que quiero. Este sería un buen sitio para dejar mi deseo como un legado, por si acaso. Pero no sé bien. Creo que no debo someter a nadie a la servidumbre de una visita ritual en fecha señalada. Y menos aún quiero la tristeza constante, con fuerza de huracán al penetrar en el recinto, de alguien empeñado en visitas reiteradas, solamente porque el dolor es cosa de los vivos y de determinadas penas uno puede creer que es mejor no levantar cabeza. Sin embargo me seduce la idea de ser guardado en medio de aquella paz. Pero no solo, como alguien sin amigos, sino acompañando a quien me hubiera querido, aunque fuera nada más un poco, con alguien a quien yo hubiera querido mucho (que de querer nunca necesité lecciones), para que de alguna forma juntos volvamos a hacernos compañía. Mi abuelito, mis abuelitas, Anuca...

Pero por otro lado, uno quiere liberar a los que quedan de la culpa íntima en el futuro, cuando ya no quede tiempo para recorrer un cementerio porque hay otras prioridades. Que sería lo único que yo pediría. Un rato para comprender que lo verdaderamente importante no atiende al reloj ni a las prisas. Que dejar a izquierda y derecha aquellas cruces puede enseñar más sobre la vida que cualquier libro.

Uno quisiera que lo arrojaran al mar, o que lo hicieran cenizas para plantar un árbol que se alimentara en algo de aquella tierra.

Lo malo de estas opciones es que anticipa lo que es una realidad para más tarde o temprano, y es que salvo caso extraordinario, con el tiempo parecerá que ni siquiera vivimos. Será como si nunca hubiéramos existido. No quedará de nosotros ni el recuerdo. Se lo habrá llevado el tiempo que no respeta nada.

viernes, 19 de mayo de 2006

Jesús

Me voy a Valladolid. Ha faltado mi tio Jesús. Leía mucho y sabía mucho. Tenía mucha gracia. Mucho ingenio. Yo creo que nunca le dio la razón a nadie. Ni siquiera a los médicos hasta el final.

Regreso el domingo.

jueves, 18 de mayo de 2006

Inmensidades

Regreso de actualizar Annlea y el ánimo me cambió. Me vino la tristeza que suele aparecer sin previo aviso, como una nube negra. Como si a uno de repente lo cubrieran. La tristeza en verdad es corta de miras. Apenas alcanza, pero inmoviliza como una trampa puesta ahí para que no la veas. Y nace de mirar hacia dentro, al interior de uno mismo.

Mi tristeza hoy surge de la inmensidad del folio en blanco, del segundero que no cesa. Del tiempo para nada. Leo al amigo que hizo tanto, escribiendo siempre desde su fe prodigiosa en las personas y nos dedica hoy a todos un relato. Dice que funcionamos como un corazón y yo siento la culpa de no latir allí con fuerza. La culpa de no encontrar un momento para lo que importa.

Vierto mis palabras, las pocas que he tenido siempre y sin embargo no me alcanza el tiempo, la voluntad, o la inspiración para escribir, entera y desde cero, una historia nueva. Algo que recuerde que un día yo fui de esos que en mitad de la noche han de levantarse para escribir. Porque la idea, la necesidad de escribir puede más que el sueño, en la cabeza fluyendo mil ideas. Mil palabras, todas las que una vez leímos, y la necesidad imperiosa de plasmarlas en papel porque no hay espera posible, en el mismo transcurso hasta la hoja se van desparramando. Porque en la mañana las palabras habrán mutado, ya no serán las que tenían que haber sido, ya no dirán lo que aspiraban a decir.

Regreso a mi rincón con la pena del picador al que se le murió el caballo. Y me digo que tengo que encontrar un rato de paz para volver a escribir. Hoy observé en un documental el paso de unas hojas otoñales flotando lentamente en un río. Apenas avanzaban, reinventando una nueva forma de medir el tiempo. Yo lo estoy necesitando. Ese lapso detenido en que no hay nada más importante que volver a contar.

Mejor tú

Las personas somos imprevisibles. Maldita sea, estoy poseído por la publicidad de poco nivel. Abro la boca y me sale una sentencia de anuncio de Aquarius. Me quedan las frases de anuncios de poco fuste con una facilidad de pasmo. Siempre me pasó igual, retuve lo que no importaba lo que tendría que haber pasado desapercibido, y olvidé lo que realmente importaba. Lo que había que saber. Siendo así no fue raro que me ocurriera lo que vino a ocurrirme, terminé por confundir lo sustancial y accesorio, sin saber distinguir bien, concediendo valor desmesurado a cosas que por su naturaleza son leves y pasajeras. Aunque bien es cierto que nunca supe guardar una pizca de rencor contra nadie y si no tuve memoria aquello no jugó más que en mi contra...

Decía... (anda que no soy rollero ni ná). Las personas tenemos un comportamiento curioso. Si alguien está entre los tres únicos candidatos para algo y no es elegido, si entre esos no es el ganador, se sentirá de repente apesadumbrado, y porque no decirlo, según el caso, realmente jodido.

No importa que la elección de esos finalistas entre las que se encuentra haya sido azarosa. Que no tenga más mérito que ninguno para ganar, ni siquiera para figurar entre los que optan al premio, al progreso o a la mejora. Al conocerse el resultado le recorre de arriba a abajo la frustración y se le dibuja en la misma cara la impotencia.

Y aquí mismo está el quid del asunto pues esta persona habría podido jurar que su vida era estupenda. Que bebía felicidad a pequeños sorbos cada día, (que la felicidad al contrario que la euforia es un estadio de calma, sostenido, sin altibajos, como una tarde mirando chocar las olas contra la piedra, todas tan parecidas y sin embargo distintas). Conviene, desde luego reparar en esa felicidad que convierte los días en un suceder bonito. Pero si en medio de ese estado, en la competencia caprichosa, llegamos a perder frente a otros o frente al destino, juraremos por la sensación inevitable de derrota que algo en nuestra vida se degradó. Y en realidad nuestra vida será la misma que teníamos antes de sabernos candidatos, nada habrá cambiado. Idóneos o no, en el descarte que nos dejó sin cartas, inventaremos un antes y un después. Y encontraremos motivos nuevos para la queja.

martes, 16 de mayo de 2006

Agua de la Victoria

Ayer comí, por razones que no vienen al caso, opíparamente y en buena compañía. El caso es que no pude evitar el reparar en el nombre de la botella del agua mineral que sirvieron para acompañar el banquete. Se trataba ni más ni menos que de "Agua de Borines" y yo le dije a un amigo que era un nombre más bien poco afortunado, dicho así rápido, en la cola del super la madre le grita al niño ¡se nos olvidó el agua! ¡Coge el agua de Borines! La mujer prefiere gritarle eso al crío antes de perder el turno en la cola de la caja. Y el crío pregunta nervioso al reponedor donde están las de Borines. Éste sonríe y señala dos estanterías más allá, más o menos a la altura de la entrepierna.

Y es que si uno lo lee y equivoca un poco no será nada raro que diga algo así como: agua deb orines y la verdad es que es dicho e imaginado así durante un segundo a uno se le quita la sed de forma instantánea.

Vamos que en la comida de ayer los que le dieron al Albariño con entusiasmo tenían razones de sobra. Yo tuve que beber de la botella dichosa y haciendo de tripas corazón. Su lema, "que no tiene igual como agua de mesa". Algo es algo.


El caso es que este agua nace en el Manantial de la Victoria, y esto sí que es ya proponerse el mayor de los despropósitos, porque es un sitio para nacer magnífico. ¿Quién no quiere beber del manantial de la Victoria? Uno siempre querrá beber lo que sea de un sitio así. Como querrá hacerlo del Manantial de la Eterna Juventud si lo hay.

Quizá esto sea lo más sorprendente. Que ese agua que nace en un sitio con un nombre tan bonito lleve a cuestas aquello de (B)orines. Habrían estado mucho más listos si hubieran recurrido a algo tan sencillo como denominarla "Agua de la Victoria". Todos los consumidores nos habríamos lanzado sobre ella porque nadie quiere pasar la vida sin beber de este agua, así sea del grifo y embotellada.

Es que ese nombre nos seduce. Yo, particularmente, si encuentro un agua que se llame tan atinadamente, si en la inspiración de un día espléndido alguien decide que el agua del Manantial de la Victoria se llamará agua de la Victoria, entonces yo renunciaré a beber nada más por los siglos de los siglos. Se acabará la Per-si Cola y hasta la Kas que ahora regala 25 centilitros por botellaja de dos litros. Y de probar bocado sólido ni hablemos.

lunes, 15 de mayo de 2006

El Fujitsu

Valga por las veces que pongo a parir los anuncios de televisión. Ahí va uno que me gusta. Todos aquellos pidiendo Fujitsu si hay ruido (con tecnología Inverter).

domingo, 14 de mayo de 2006

Tigrin y el supercaddy en Castiello

Vuelvo a estas latitudes y como decía el otro día tendría mucho que contar. Pero me enfrasco en otras tareas pendientes y termino siempre sacrificando las mismas cosas. Además a veces he sentido la necesidad irrefrenable de volcarme por aquí, pero en los últimos días anda mi cabeza como un hervidero y mis dedos con una parálisis.

Ayer estuve acompañando como perfecto caddy al Xuac en el Club de Golf de Castiello. Madre mía para ser socio hay que entregar por delante 3 kilos de los de antes. No sé le da mal al chaval darle a la bola. Hizo par sobre el campo, claro que la primera parte (los 9 primeros hoyos) estuvo más bien flojete, a rastras con la resaca del bodorrio que tuvo en la víspera. Pero luego, con el transcurso del día fue afinando hasta sorprender a propios y extraños. Claro que yo taba a su lado, ejerciendo de caddy infiltrado por los adversarios, hasta el punto de boicot como cuando grité: ¡mira una ardilla! mientras él hacía el SWING dichoso previo al golpeo de la bola. Sus rivales se frotaban las manos ante mi apostura y buenas artes silvestres. ¿Pero quién querría perderse una ardilla a la carrera?

Eso del SWING es curioso. Hacen el golpe sin dar a la bola. Apenas rozan el césped. Como diciendo, "lo sé hacer, luego no sé donde la enviaré ¿quién puede saberlo?" . Es una demostración meramente teórica que antecede a la práctica. Yo estoy seguro de que si fuera yo el golfista sería un maestro del SWING. Las gentes seguirían a pie mis hoyos por verme hacer con toda ceremonia ese golpeo sin golpeo. Luego me quedaría posturero con el palo por encima de la cabeza y con la cadera ligeramente girada, mirando hacia el horizonte, donde nunca llegará mi bola. Los ojos entornados. La gente maravillada diría que mi SWING no tiene parangón. Y es que mi golf sería como yo, un proyecto a punto de ser hermoso. Y si luego sale mordida ¿qué coño importa?

No ganaría nunca ningún torneo pero no habría artificio previo más logrado.


El Xuac quedó 4 golpes de ganar el torneo. Muy por delante de sus 2 adversarios, que hicieron todo el recorrido con nosotros y que no pudieron con él ni con mi ayuda inestimable (llevó el pobre más tiempo el carrito con ruedecillas que yo). ¡Menudo caddy más apañau fue a encontrar! Ahora más bien acorde al sueldo...

A mi me gustaría poder jugar al golf, y me gustaría poderlo hacer aquí en Asturias porque mires donde mires hay un verde hermoso. Pero ingresar en estos clubes es carísimo, conste que se echa a perder una posible estrella de este deporte, ya no por mi swing, sino porque luego estuve practicando un poco y al Xuac se le ponían de corbata, unas veces por si le alcanzaba con el palo y otras porque mi putt, a poco que entrene no lo supera ni Jack Niclaus.

Estuve a punto de ser un actor de los de póster en las calles, podría ser un jugador Lacoste para cerrar tratos millonarios en unos hoyos. Pero no, dejemos esas cosas para el Xuac que vive por encima de sus posibilidades. Toy feliz y lo estaré más.

Xuac en otro rato describo tu careto cuando marrabas los golpes. Toy palmando la carrera de coches.

jueves, 11 de mayo de 2006

Llego...

... y marcho. Tengo mucho por contar, pero no será hoy.

jueves, 4 de mayo de 2006

Los 40

Hablaba el otro día con mi cuñado para felicitar que ya cumplió los 43 y ya se sabe, una cosa lleva a otra para terminar filosofando acerca de lo rápido que se va la vida, como dice la canción "Pasa la vida", pasa sin que uno se de cuenta. Al principio los años parecen demasiado largos, casi cansinos, más tarde transcurren tan aprisa que parecen un plazo no vivido.


Yo le conté que se me hizo duro cumplir los 30, y para mantener que fuera así le daba razones sin fuste, como aquella de que adentrarse en esa década es cumplir una edad sin retorno. Y siendo verdad es la mayor de las tonterías porque todas los años cumplidos lo son. Se me hizo notorio llegar a los 30 simplemente porque sí, sin más. El pasadizo de los 20 a los 30 está salpicado de murales muy hermosos. Y no tendré memoria para recordarlo todo. No hay razones que expliquen lo que nos resulta fácil, ni las hay para lo que es subjetivamente dificultoso. Simplemente depende de cada uno.


El me contaba con cierta gracia que es mucho peor alcanzar los 40 (alcanzarlos no es malo, al contrario, sería peor no alcanzarlos :D), porque pasas de ser un treintañero a un cuarentón. Y es verdad el treintañero mantiene ese cariz adolescente, quizá porque la ñ es letra adolescente, tan poco preparada para asaltar otras lenguas, es treintañero aún quien se imagina haciendo las tonterías que yo hago cada día, mientras que llegar a cuarentón tiene, en el propio término, el gesto adusto del marido que espera impaciente, debajo de las escaleras, el tiempo que la esposa tardará en maquillarse para ir al teatro.

Tiene razón que entrar en los 40 es peor que entrar en los 30. Pero es peaje por el que pasan los más afortunados.

lunes, 1 de mayo de 2006

¿Y si?

Mi coartada es que hoy estoy enfermo. Por eso hoy apenas me voy a entretener. Me levanté a las 5:20 de la mañana para coger un avión a las 7 que me dejó en Santander a las 8 AM.

Ayer estuve destemplado todo el día y casi seguro que con fiebre por la noche. Hoy estoy nada más que regular. Con una sopa a las 12 verduras como pone en el sobrecito y un Eferalgan que cura males menores. Y hace años que yo no me ponía malito. Lo que demuestra que no soy el superhéroe que desde niño pretendí ser.


Desde mi modestia y en este espacio he abordado algunos de los mayores dramas de los hombres. Sin pasar por el ¿de dónde venimos? ni el ¿a dónde vamos? Y los he tratado por encima, sin ir más allá pq hasta la letra más imprevista nace de un pensamiento que existe.

Hoy llegué al aeropuerto de Santander, que es como una cajita de zapatos, y pregunté por el horario de buses hasta la ciudad (10 minutos mal contados). Me dijeron que el próximo autocar llegaba a las 8:30. Ahí es nada. Según mi desplegable de horarios a esa misma hora partía de aquella estación el que me podría dejar en casa tras casi dos horas de viaje. ¿Cómo hacer?

Parecía condenado a coger el urbano hasta la estación a y media y resignarme allí a pasar casi 4 horas para coger el que me llevara a casa. Esos dos horarios por ser el mismo se hacían casi imposibles de compaginar. En ese instante llegó un todoterreno con un padre y una hija. Ambos se despidieron y estuve tentado de pedirle al buen señor que me llevara hasta Santander, pero no me atreví. A los pocos minutos llega un autocar que hacía la línea Barcelona - Santander y le pregunto al conductor si es el que lleva hasta la ciudad. Él me dice que tendré que esperar al urbano. Cuando va a regresar de sacar una maleta le pregunto si habrá algún modo de que me pueda llevar. Que si espero mi horario no alcanzaré el otro. Le digo que le abono el billete allí mismo pero me dice que no me puede cobrar al tiempo que abre el compartimento para que meta mi maleta. Subo al autocar a las 8:20. Y nos ponemos en camino. ¿Hay razones para la esperanza?

A las 8:26 (+-) llegamos a la estación. Subí a zancadas la escalera mecánica para comprar el billete y pude coger el autobús a y media. A las 10:30 pasadas llegaba a casa.

¿Y si no hubiera preguntado?