jueves, 8 de septiembre de 2005

No le llames diario

Yo escribía de chavalillo un diario. En realidad fueron varias libretas de esas buenas, de tapa dura. Al colegio llevaba las más baratas, total para lo que habrían de albergar. A las cosas de los sentimientos siempre les di importancia. No hubiera quedado satisfecho volcando pensamientos sobre cuadernos de saldo.

Luego más crecidito y ya embrujado por este sub-mundo de Internet. Paralelo al real y tan real como aquel, inicié el primer Vivo y Digo, sigue colgado en su sitio, infectado de publicidad pero sin perder una coma ni ganar en sensatez.

Siempre creí que en los cuadernos y en el diario-web uno debía hablar de si mismo además de despotricar libremente, con el arma de las palabras, contra todo lo que no gusta o nos gusta poco. Sin embargo tanta batalla inútil contra molinos de viento ha terminado por arrinconar el pensamiento sobre mí y lo que siento, como si unos invitados tomaran la casa del anfitrión y lo obligaran a dormir y vivir en el frigorífico.

Tampoco hoy hablaré de como me siento, aunque sienta tanto que la palabra mucho no alcanza.

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