domingo, 4 de septiembre de 2005

Una ciudad arrasada

Aún no habían comenzado los aviones americanos a arrojar bombas sobre Irak. Aún se tenía la impresión de poder evitar la carnicería de una guerra. La Santa Sede con el Papa a la cabeza, ya en sus últimos meses, llevó a cabo cuantas medidas diplomáticas tenía a su alcance. De poco sirvió a la postre, la guerra con su cargamento de destrucción y muerte se produjo y perdura hoy. Entonces, en aquellos lejanos días, un titular llamó mi atención, el portavoz de Juan Pablo II trasladaba en su nombre algo que sonó a dura advertencia: La acción de guerra "clama venganza ante Dios".

Hoy vemos con asombro que la primera potencia mundial asiste impasible a un desastre natural que nadie se atreve todavía a calibrar. Bush reconoce contra su costumbre que han existido fallos, no se ha reaccionado a tiempo ante la catástrofe. Hay más, la acción del huracán era perfectamente previsible, ya lo habían anticipado diversos organismos, pero la financiación se dedicó a la cruzada particular de Bush contra el terrorismo, es decir la invasión de países y el transporte de tropas al otro lado del mundo.

Viggo Mortensen pide la prisión para George Bush que aún sonríe incomprensiblemente antes de iniciar su discurso. Probablemente bastará con que los mismos que lo auparon lo destituyan ahora. Al final de cada error pagan siempre los más pobres. Vidas humanas que desaparecen para siempre.

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