domingo, 18 de junio de 2006

El pasillo

Estamos en pleno Mundial de fútbol aunque a mí me esté pasando casi inadvertido. Simplemente mi antena (si es que mi edificio cuenta con una) está orientada hacia Oriente, hacia el punto exacto de donde vienen sus Majestades los Reyes Magos. Supongo que si girara el cuello hacia el lado contrario yo alcanzaría a ver a todos los ases del balón jugándose el honor del país en un juego, banderas al viento frente al otro sin dar tiros, no hay guerras que merezcan la pena.

Pero yo no sé que canal es ese que retransmite todos los partidos, la Sexta. Una noche intenté localizarlo y dejé mi pantalla gris con un chisporroteo de fundirse ella o a mí, con un ruido de fondo aterrador. Ahora bien, cojo sin problemas al menos tres canales de amena programación, las echadoras de cartas que predicen el futuro: ninguna llamada entrante durante menos de 20 minutos. Siempre saben lo que va hacer la mujer al aparato (suele ser una mujer la mayoría de las veces) en la próxima media hora con una precisión milímetrica. Jo aún terminaré echando de menos a aquella Rosa Espiritual que es una señorona inglesa que arrastra su OK en el canal más triste de Valencia, daba gusto escuchar sus consejos sensatos, con aquella pinta de pirada, poniendo su libro en el vértice inferior de la pantalla, porque tenía un libro escrito y supongo que dos más en preparación. Y su música de fondo... era como llamar al sueño en medio de lo sórdido de tantos anhelos sin espera.

Pero no tengo a Rosa Espiritual, me quedan algo lejos sus uñas de gavilana, tengo a esas otras a las que no dediqué un segundo, un visto y no visto, y en los laterales publicidad chunga, de esa que gasta ahora hasta hasta el programa de más señorío: Envía LOQUESEA al NÚMEROQUESEA, tienen razón, ya hay más teléfonos móviles que personas. Yo entre aquí y allá tengo dos.

En el canal 4 han decidido que el Mundial merece una cobertura mundial, lo que yo agradezco, aunque agradecería más el que mandaran al tipo ese como se llame, el que tras el sonar el silbato es capaz de hablar los 95 minutos seguidos sin respirar, fuera del mundo. No hace falta que muy lejos, a la luna por ejemplo, para que taladrará allí un campamento que puedan visitar los millonarios, o a Marte para que de tanto hablar extinguiese la vida si la hay, no hay que fiarse, hoy son microscópicos elementos y dentro de unos siglos engendros del tamaño de una excavadora con malas intenciones.

Hoy dieron la imagen de la llegada de nuestros seleccionados, lo mejor de cada casa, a Stuttgart. Por supuesto, han pasado en una semana de ser una banda a ser los máximos favoritos para adjudicarse el torneo. Vencieron en buena lid a una banda de ucranios. Son los medios que tenemos, necesitan vender periódicos y harán lo que haga falta. Importa poco que en realidad no jueguen ni castaña. El fútbol tiene estas cosas, convierte héroes y villanos en millonarios (que enviar a la luna). Yo cogería unos cuántos de estos que no caben en sus camisas y los echaba directamente a los pies de los caballos, y lo haría hoy particularmente. Porque hoy vi esa llegada al hotel, saliendo directamente del autocar de todos estos grandes deportistas, que dan tanta risa por norma general, pero es que hoy van crecidos, como si fueran los héroes del Olimpo. Por eso recorren los escasos metros del autobús al hotel sin siquiera saludar a la hinchada. Viendo sus prisas más que un pasillo parece un mal trago. Toda esa gente que ha recorrido tantos kilómetros por dar un apoyo que no merecen. Casos como el de Fernando Torres que es habitualmente un tuerce botas, incapaz de meter un gol al arco iris y que cruza serio y con los cascos puestos en la oreja sin un solo gesto. Y así uno tras otro, sin gastar un segundo en un solo detalle.

Apenas un gesto hacia la gente allí congregada, con qué poco hubiera bastado... los chavales entienden que es lo normal. Siguen en el penoso rol que tienen en sus clubes, la gente les da una extraordinaria desconfianza. Prefieren no tenerla cerca, creen que verles pasar rápido de un sitio a otro, sin siquiera mirarlos, da suficiente sentido al largo viaje hasta ellos. Son las estrellas. Las estrellas que se estrellan pero que hoy se creen mejor que ayer, y cada día un poco mejores.

En fin, gracias que yo no soy nada mitómano y toda esa gentuza me importa más bien poco. Sí lo siento por los aficionados que pintan sus caras porque creen en algo, porque ni reciben el trato que merecen ni su fe moverá montañas.

Veremos mañana. La tarea parece sencilla, y para ganar no hace falta hacerlo bonito. Sus egos pueden subir más alto aún.

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