jueves, 3 de agosto de 2006

Lo haré por mí

Regreso hoy y reconozco que me odio por hacerlo tan poco. Regresar digo. Es curioso como varía la importancia de algunas cosas. Un día parecen lo más importante del mundo y con el tiempo se hacen algo accesorio, algo que puede ser aparcado, digo apartado tranquilamente.

Lee Anado, lee. Escribe que ya no escribes nada.


El sábado a las 7:50 de la mañana iré a Santander que vienen a verme, a recordarme que detrás del hilo telefónico hay personas y no sólo voces.

Por lo demás en los últimos días he comprado los billetes para los próximos tres viajes en avión a Valencia, y lo he hecho como solamente yo sé hacerlo. Por usuario frecuente me hacían un descuento en todos los viajes que comprara durante tres días. Los primeros dos viajes por ser muy seguidos en el tiempo los compré de una tacada y con el segundo aproveché ese descuento que tampoco es ninguna bicoca, dos euros que no dan ya casi ni para un café.

El caso es que el tercer viaje tendrá que esperar a Diciembre así que decidí no comprarlo entonces y he terminado haciéndolo no sé si al cuarto día o quinto. Un lince soy. Claro que para qué esperar, ¿para que me salga más caro? ¿Dije ya que dos euros no dan para casi nada?

Así que en este último no me premiaron la fidelidad con dos eurazos, y eso que ahora hay que ser muy valiente para embarcarse en un avión. Primero porque uno sabe que va a pagar (nos pasamos la vida pagando), pero no está seguro ni lo estará que vaya a haber un avión al que subir. Y no te cuento si se tiene la suerte de despegar, ¿qué ocurrirá después? Puede ser que un grupetto (¿qué coño es un grupetto? y ¿por qué cacarean eso los Manolos Lamas y compañía, artistas del medio radiofónico al asalto de las cámaras para ser reconocidos por la calle?) decía que puede que un grupo de mozos exaltados decidan invadir las pistas de aterrizaje que por lo que sé son las mismas o muy similares a las de despegue. Claro, temen por sus puestos de trabajo y dejan paradójicamente colgados a los aviones sobrevolando las pistas sin saber bien si tomar tierra arrasando lo que encuentren a su paso como Farruquito o permanecer allí moviéndose torpemente de un lado a otro al tran tran, lo justo para no caer en picado como una jabalina vencida por la gravedad.

Por eso la apuesta tiene un riesgo, aunque calculado. Estaré allí para viajar en avión que es el medio más rápido de llegar a cenar con los míos. Si luego quedo en tierra encontraré a buen seguro algo que llevarme a la boca.

Últimamente hago las cosas por mí. Sin mirar mucho más allá. Decía Sabina que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver, lo bueno es que uno puede ser feliz en muchos sitios. La felicidad es como una caja de música. Basta con saber tocar el mecanismo que da cuerda para que suene. Y la música está en todas partes. Se crea en el día a día, co-ti-dia-na-men-te, en el proyecto (estoy vivo) y sobretodo en la ilusión.

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