viernes, 25 de agosto de 2006

F(r)icción IV

Relato para Annlea a propósito del tema: "Tiempo para recordar".



No olvidemos lo importante

Anado



A Pancracio Vila le ha salido una nueva sombra y no consigue espantarla. Le persigue desde el mismo momento en que le cercó la policia en el baño de un primero C de una pensión barata. Le cogieron con el pantalón por los tobillos y no pudo alzarlos hasta llegar a la acristalada habitación de comisaría donde le quitaron las esposas. Al bajarlo a la calle se le oía decir: "Por amor de Dios, dejen que me suba el pantalón" sin obtener respuesta.


Apenas 4 días antes Rogelio de los Santos no era una sombra. Era un empleado de banca recién llegado. Estaba en su semana de estreno. Un nuevo destino en un pueblo perdido entre dos ciuidades del oeste americano. Una oficina tan pequeña que él debía bastarse para todo.

Cuando le franqueó el paso a Pancracio Vila no sabía que sería la última persona que vería en su vida. No podía saberlo. Pancracio vestía con unos vaqueros algo gastados y un jersey de punto, venía recién afeitado y traía entre las manos un periódico de hace varios días, aunque a él ese detalle le pasara inadvertido. Llegaba como un forastero más que parara a tomar un café en el camino hacia algún lado. Por eso se sorprendió cuando Pancracio le encañonó con una pistola exigiendo todo el dinero.

Rogelio siempre tuvo agallas para todo aunque nunca madera de héroe. No perdió la calma, metió la mano en el cajón y pulsó varias veces un pequeño mando de un solo botón para que en alguna parte alguien viniera a rescatarlo. Al tiempo decía: "Esto ya es tuyo, te lo voy a dar ya mismo, pero tú tranquilo, no hagas ninguna tontería".

La cuestión es que aquel artefacto no estaba sonando en parte alguna simplemente porque no tenía batería que lo alimentase. El anterior empleado, felizmente instalado puede que en Seattle, llevó la pila un mediodía por haber agotado la de su despertador. Y sin despertador era casi seguro que quedaría durmiendo.

De forma que Rogelio quizá impaciente levantó un poco más aquel chisme ineficaz por si fuera un problema de pulsar con más fuerza o tal vez de cobertura, con tan mala suerte que fue a verlo con aquello entre las manos un Pancracio que había entrado a cara descubierta por no advertir el día anterior aquella cámara en lo alto de un rincón. Apreciar ambas cosas al tiempo lo pusieron tan nervioso que sin decir una sola palabra más ya le estaba descerrajando un tiro que le entró al otro por la frente como por un cristal para quedar alojada en algún sitio del interior del cráneo. Es posible que la bala tuviera fuerza solamente para una sola perforación o tal vez Rogelio tenía el hueso en aquella zona tan reforzado que de provenir la bala directamente desde aquella dirección tal vez hubiera simplemente rebotado. La cosa es que visto de espaldas más que muerto violentamente nada más parecía ensimismado en su pantalón o echando un pestañeo de sobremesa.

El hecho cierto es que Rogelio cayó como un muñeco de la silla y hacia delante. Sin duda impulsado por el repentino apoyo de su espalda contra el respaldo al recibir la bala. A Pancracio mientras tanto le habían entrado todos los males. Miraba hacia la cámara como un enano mirando las estrellas, con la frente perlada. Con el ruido del disparo en los oídos, con aquel jersey de punto, con el periódico deslabazado sin armas que ocultar. "Actúa rápido, actúa rápido" se decía.

Saltó torpemente el mostrador con la soltura de un jinete primerizo, pasando una pierna por encima, quedando tumbado un segundo para rodar cayendo al otro lado como un costal de arena.

Al alzarse fue él quien metió mano en aquel cajón.

¡Ná más esto! - dijo al comprobar que en aquel lugar había exactamente 221 dolares. Demasiado poco para tanto desperdicio.

La cuestión primordial era no entretenerse. Agarró aquella minucia y esperando que aparecieran al instante poco menos que el ejército o aquellos otros tan bien entrenados de los cuerpos especiales, puso tierra de por medio saliendo a la carrera. Dejó la puerta del banco abierta pese a que dentro aún funcionaba el aire acondicionado. Y siguió corriendo hasta llegar al final de la calle. Hasta la pensión donde lo arrestarían 4 días más tarde. Sentado en la taza del váter con el jersey arremangado por los codos, observando las venas de sus brazos, sin un solo pensamiento.

No entró nadie más hasta 74 minutos después. Un forastero que se hizo con un fajo de una cajón inferior, un dinero que luego no le fue reclamado por tenerse como probado que fue sustraído por Pancracio en el atraco. Fue él, este visitante inesperado el que alzó el teléfono para decir friamente a las autoridades que había un buen pastel en aquel banco. Con aquel pelele desmadejado, como intentando subir de la silla a la mesa sin tomar impulso. Le dieron las gracias y llegaron hasta allí, apenas 2 minutos les llevó cubrir la distancia. Tenían el coche aparcado un poco más allá, estaban tomando un café y unos dulces a la par que diciendo galanterías a una moza que reía sin parar diciendo: "No digas eso, no puede ser cierto". Y entre los compañeros por lo bajini: "Mira que está buena la jodida". Ganas de tanto para nada.

Pancracio fue arrestado y llevado hasta el vehículo policial con las dificultades de tener cinturón dejando rastro sobre la tierra. Con los calzones de primavera y sorbiendo los mocos del resfríado que venía incubando. Él creía que allí, en aquella fonda, estaría seguro. Estaba seguro de que habrían cerrado las carreteras y no habría tenido tiempo de escapar hasta perderse en la ciudad, pero sin duda era eso lo que las autoridades esperarían, como creer que se quedaría a apenas un puñado de metros de la sucursal bancaria. Por una vez él actuaba más sagazmente que toda aquella gente tan bien preparada.

El problema para él es que aquella cinta grababa de veras. Quedó su rostro retratado como una foto de carné, con los ojos insulsos de un niño al otro lado de un escaparate. Y en la misma oficina se fijó un cartel con aquellos ojos que miran la cámara preguntándose aún como no se fijó antes en aquel artilugio que podía delatarle. Como pasar por delante el día anterior y no haber observado aquel detalle. Ese detalle le habría quitado las ganas. Nunca habría entrado.


Fue aquello un juicio rápido. Una noche de jueves quedó visto para sentencia. Se puede condenar y condena, dijo con aire grandilocuente el presidente del jurado, a Pancracio Vila a la pena capital. Por homicidio, robo y asesinato dijo esbozando una sonrisa. El juez tuvo que intervenir para corregirle los cargos, aunque dio por bueno el veredicto pues en el fondo era lo justo, y todo juez debe aspirar a impartir justicia. Pancracio Vila se le quedó mirando con la misma mirada que quedara fija en aquella cámara. Parecía que mirara con las manos en los bolsillos pero no, tenía las manos esposadas y cogidas por un grillete a la cintura.

4 años tardó en hacerse efectiva la condena. Estuvo recluido todo aquel tiempo en una prisión de aquel Estado. Fue un tiempo no vivido, como el tiempo de un ratón que corriera cada día en la rueda metálica de su jaula. La noche anterior a que lo llevaran a la camilla donde administrarle narcóticos y veneno la pasó llorando. Empapó las sábanas y la almohada. Hasta el punto que un carcelero le preguntó acerca de qué ocurría. No podía su vida haber sido tan buena como para que perderla doliera tanto. Y era verdad que no había sido buena en absoluto, en realidad Pancracio Vila murió en el preciso instante en que la bala se alojó dentro de Rogelio de los Santos. Ambos murieron al tiempo. Rogelio porque nunca más volvió a abrazar a sus hijos, lo tuvieron que bajar de la silla, se quedó nada más como una lápida sin visitas. A Pancracio se le murió la vida que había tenido. Una vida de necesidades insatisfechas, con muchas carencias pero a su modo, y por pequeñas cosas sin importancia, bella. Al menos para él.

Pancracio ya no quería ni un día más de vida en aquella prisión. No quería ese tiempo prestado de la muerte. No quería aquella rutina que no servía para nada. Cuánto había lamentado aquel sol de aquel día. Aquellos pensamientos persistentes del "seré capaz de hacerlo". Aquellos sueños vagos de como sería su vida si fuera rico. Cuánto lamentó haber matado a Rogelio porque aquella muerte se convirtió en una sombra sobre su vida. Una sombra de la que no iba a poder escapar nunca. Ya no quería la vida que tenía, que le había quedado, y sin embargo era incapaz de dejar de llorar. Con desesperación, con desesperanza, estridente rabia de lágrima de uña contra pizarra.

¿Por qué lloras? ¿Tan bueno es lo vivido? - inquiría el carcelero.

- No ha sido bueno en absoluto, pero quiero más tiempo, necesito más tiempo aunque solamente sea para recordar. Para recordar que hubo otro tiempo, que todo fue de otra manera. Que fui otro... - cesan las lágrimas, mira fijo con la mueca de la mandíbula arrasada y continua:

-... que existió un pasado.

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