domingo, 6 de mayo de 2007

Bosco y los anuncios

Leía ayer a Bosco en su blog. Se quejaba por la cantidad y calidad de los anuncios con que interrumpen la programación, era una queja al viento, lavar los dientes tras ingerir arsénico prácticamente para nada. Pues escribir un blog de estos, el suyo o el mío, que no visita casi nadie es como tener una isla desierta en propiedad.

Escribe Bosco con gracia cuando quiere. Otras veces escribe con las palabras que ya no usa nadie, y que probablemente nadie usó antes de él, ni nadie usará. Aunque son palabras todas reales, como las cosas que cuenta, a veces del barrio y a veces de los anhelos, de los recuerdos de una vida bien vivida. Se hace difícil algunas veces, tiene que ir uno de la mano del diccionario o sobrentendiendo por el contexto para continuar, pero con carácter general los textos le quedan como composiciones musicales casi perfectas. Y al acabar su lectura, invade la mayoría de las veces la pena, porque queda flotando en el aire lo que contó y lo que no, la sensación de que en el silencio algo desparrama.

Contaba Bosco porque lo tiene medido, que los bloques de anuncios llevan no menos de cuarto de hora. Tiene toda la razón, a mí me ocurrió que olvidé lo que estaba viendo y me di de bruces a la vuelta diciéndome - ¡ah! era esto...

Otras veces me di por vencido y al ver un nuevo corte decidí que lo que faltara no merecía la espera. Así me ocurrió con algunas series de televisión, incapaz de absorber el ingenio de tanto creativo de publicidad preferí irme al sobre de la cama, encender el MP3 para oír música pensándome hasta quedar dormido.

Y que decir de la calidad de los anuncios. Si yo trabajara en eso de la publicidad, si gastara los millones que sé que gastan en hacer los mejores anuncios que diera de si el talento creativo, me esforzaría al menos porque no acompañaran mis prodigios de los abortos de la competencia o de los de cualquier otro anunciante. Alguno dirá, mejor que pongan uno de esos engendros antes que el tuyo pues si es bueno parecerá aún mejor en la comparación. Pero no es verdad, hace unos años tal vez sí. Ahora los pacientes consumidores tenemos nuestras listas negras. Si yo veo que en la interminable sucesión de consejos publicitarios inicia aquel de Aquarius, por ejemplo, que tiene cantando en inglés a Raphael, entonces cambio de canal sin rubor alguno, y me quedo en cualquier otro anclado hasta que sepa seguro, cierto, que no me lo encontraré corrido parte pero inacabado al volver. Pues es tal el temor a verlo y a escucharlo como a manejarme por una mansión habitada por fantasmas.

Y lo sentiré de veras si a la vuelta dejé de observar uno de esos raros, hallazgos televisivos, que iba pegado a la cola del que acabó. Porque perdieron un cliente potencial por culpa de quien los ordena para antena en esa franja horaria.

Con lo fácil que sería dejar todos los malos seguidos, si no trasladados a las 4 de la mañana al menos si con un cartelito que advirtiera lo que se avecina y por cuanto tiempo. Así podríamos cambiar a otro sitio, aprovechar para ir al baño, al frigo, o a decirle a quien queramos cuánto la queremos y por cuanto tiempo se lo vamos a decir.

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