lunes, 7 de enero de 2002

7/01/02 11:06

Dentro de un rato marcho para la tercera planta del edificio de Pintor Sorolla del Corte Inglés. El gigante que por un mes me contrató.

Hace apenas tres días me llamó mi hermana Raquel al móvil, para decirme que no fuera al Corte al día siguiente. Que el tío de un amigo mío le había prestado dinero a un individuo de rasgos musulmanes (¿afganos?) en el aparcamiento del ese centro, y que este a parte de darle las gracias, le hizo una recomendación:

- No vengas mañana al Corte Inglés.

¿Por qué? Quien sabe. Quizá porque había de colocar una bomba que se vengara en los ávidos de rebajas, como si de tropas estadounidenses se tratara. El caso es que yo tuve que ir por fuerza, a por mi chapita de identificación. En la que pone mi nombre y mi apellido. No pude evitar un cierto nerviosismo, mirando a todos lados temiendo ver a alguien moreno embutido en una gabardina demasiado abultada. Ojos nerviosos que hallan otros ojos nerviosos. O unos cordones demasiado largos para zapatos tan gastados. Pero tuve que ir, porque hoy entraré por la puerta de empleados. El Corte Inglés me ha dado la posibilidad de ser un nombre y un apellido en un universo de prendas de vestir.

Quizá el musulmán al que no le llegan los céntimos de euro para pagar un estacionamiento haya decidido esperar a esta semana. La afluencia de público será sin duda mayor. Puestos a la aniquilición propia, mejor cuanto más tarde me dice la sensatez, y si se trata de hacer daño, cuánto más mejor. Quizá se me quiere llevar la chapita por delante.



El mundo ha perdido el norte.