domingo, 2 de abril de 2006

Senderos



Esta mañana tiré pal monte, como las cabras.

Me puse un chándal y las deportivas. Cogí el discman, los cd's, ninguno repe, la cartera y las llaves. Todo lo metí en la mochila sin orden ni concierto y me la enganché al compartimento de la espalda que es el ancho espacio que va de omoplato a omoplato ¿omoqué? Entre los hombracos, vaya.

Estoy rodeado de paisajes realmente hermosos. Los que venimos de una ciudad en que el verde es un trozo de jardín solemos quedar maravillados ante el esplendor del norte. Se nos nota porque caminamos con el rostro estupefacto, como si no termináramos de creer lo que ven los ojos. Nos decimos a cada paso ¡qué bonito es esto! y luego ¡pero qué bonito! Además vamos con la cámara en la mano echando fotos sin parar.

La cosa es que yo he tirado por un caminete y luego hacia otro. Viendo por el crujir del estómago que se me estaba haciendo algo tarde pregunté al primer paisano que me encontré. ¿Si tiro por ahí vuelvo verdad? Y el hombre muy amable me dice que no, que ese camino desemboca en Cue. Así me oriento yo (tardé dos días en encontrar el interruptor de la cocina de la casa, no digo más).

El caso es que como le dije esta era una noticia magnífica. Puesto que llevaba en la cartera mis cuartos (traseros) pensé que podría comer en Cue alguna cosa, un completito menú del día, en alguno de sus bares para regresar justo antes de que se iniciara la modorra de sobremesa. Pero no pudo ser. Los bares no esperaban mi llegada por lo que se ve y como me dijo un vecino allí no tenían de nada. Por lo que se ve los existentes estaban cerrados a cal y canto o solamente debían dispensar de beber (lo que no dejaba de tener su atractivo, todo hay que decirlo).

El caso es que tras sentarme al sol junto a una tapia y tirar de móvil decidí emprender el regreso con la certeza de que mi bote de fabada me estaría esperando con la misma paciencia que tuvo siempre, fuera cuando fuera su enlatado.

Estaba mediando el camino de regreso y de repente a menos de dos metros de mí una ardilla marrón, pequeñita y muy linda se queda parada. Su cuerpecín a la altura de mi cabolo. Demasiado para el forastero. De inmediato meto mano en la mochila y busco a tientas la cámara de fotos. El caso es que no le quito ojo. ¡No te vayas bicho, no te vayas! En esas se empieza a mover, pero hacia delante, ofreciendo su perfil. Yo cojo la cámara por fin, me la desenfundo torpemente (la cámara) y pulso en botón de encendido que extrae el objetivo para poder lanzar fotos. En ese instante, saliendo el objetivo, el animalico cambia la trayectoria y dándome la espalda desaparece tras un montículo verde.

Yo que no soy de los que me rindo fácilmente y viendo que tras ese montículo había una extensa llanura me digo que si logro subir podré cazar a la ardilla en una fotito. La empresa no es fácil. Aquello está muy escarpado y yo llevo el discman en la mano lo que sin duda dificulta las cosas. Pero la foto lo merece. Me lanzo p'arriba como las cabras y llego hasta ese espacio que resulta que está rodeado de alambrada. Pero no una alambrada cualquiera, nada más un hilo de alambre a la altura de los cataplines, y la cosa tiene su importancia porque como podría comprobar, por suerte solamente en las piernillas, aquello estaba electrificado. Tras dos o tres descargas (no sé si involuntarias o como las ratitas más torpes de laboratorio pa comprobar que aquello da corriente) termino por darme por vencido. De la ardilla no volví a saber nada. Debió largarse a toda prisa como un famoso abandonando el portal de la amante desconocida por si hubiera paparazzis. El caso es que salvado ese alambre me encontré ante lo que antes había subido ágilmente y resultó que bajar daba más miedo. Eran apenas unos metros pero escarpadísimos, una pendiente realmente pronunciada y abajo esperando como un rosal, una alambrada de esas que tiene alambre ensortijado como pequeños puños punzantes y oxidados. Había que tener, desde luego un cuidado extremo. Si uno bajara alegremente podía caer contra aquello. Tras mantener una conversación telefónica desde aquel altillo y posponerla hasta más tarde me lancé, si es que se puede decir de este modo, porque lo que hice fue bajar con un cuidado tremendo. Como un domador mordido vuelve a la jaula de los leones.

La cosa es que la coordinación de cabeza y patas resultó providencial. Una vez abajo continúe hasta casa y comí fabada según los planes. Mañana hago compra, me tengo que dar algún caprichito. Toy fino, soy algo así como la mitad de Ronaldo.

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