domingo, 26 de noviembre de 2006

La gorrita

Fito y los Fitipaldis dieron un concierto en Valencia el viernes. Y hasta allí fue Sestea con unas amigas recién ganadas, que a los amigos hay que ganárselos, es el "quid pro cuo" de Hannibal Lecter pero solamente con buenas intenciones, un toma y daca, un proceso de ida y vuelta, de manera que das, te dan y de repente tan amigos.

Fue y por lo que me cuenta se puso una gorrita al estilo Fito que se compró en un bazar chino. A la mocita le quedan realmente bien los sombreros y demás sobre la cabeza. Yo lo recuerdo bien de nuestros viajes a la nieve. Es algo curioso, supongo que es por la forma de la cara. Me comentó el sábado que estuvieron todo el concierto los de alrededor cantando las canciones a la par que llamándola Fita; "mira que gorrita". Yo supongo que estaban tan pasados como el propio Fito, que por lo que me cuenta no podía ni hablar de borracho, aunque sí podía cantar. Es curioso, no podía ni formar una frase completa, tan ciego iba, y las canciones las recitaba con memoria de opositor. Al fin y al cabo a quien le importa, se pagó la entrada para oírlo cantar y no para escucharle discursos con la lengua enredada.

A mí las gorras y demás me quedan mortales. Yo creo que es porque que se me vea el pelo en la cima de la cabeza disimula de un modo raro las dimensiones reales de mi nariz. Si tapamos el pelo desaparece el artificio y la nariz me asemeja a un pájaro carpintero.

Hace unos días un compañero de trabajo me hacía una foto con su teléfono móvil nuevo, por aquello de que aparezca mi careto si alguna vez le llamo. Lo mismito que haré yo si algún día consigo renovar este pobrecito mío (lo miro, ahí sigue el celo). La cosa es que luego cuando me enseñó la instantánea me costó reconocer esa cara. Era la mía pero no lo parecía. No por las arrugas de los ojos, no por el color mismo de la piel, era por algo en el fondo de los ojos, quizá los años nos cambian la forma de mirar.

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