jueves, 19 de abril de 2007

Francotiradores

No te matará la bala, en si es inofensiva. Te matará la velocidad que lleva. Cuídate de estar en su camino.

Anado


Dice un compañero que lo tienen merecido. Que estos americanos tienen merecido todo lo que les suceda porque dice, todos ellos son una carnada.

A mi lo de la carnada me hace mucha gracia porque es una palabro que no conocía, y este compañero que es realmente expresivo lo usa indistintamente para referirse a personas de cualquier sexo o condición.

Por supuesto no voy a saltar yo ahora a defender a los americanos que se vanaglorian de sus libertades, tan pocas, y sus asociaciones del rifle y las balas. Aunque está claro que cuando uno se pone ante un folio en blanco debe tener ojo con lo que dice, porque las palabras las lleva el viento justo donde habita el olvido, y las letras escritas permanecen para que alguien pueda volverlas de cara. Así que yo no diré que me alegro, sería estúpido en realidad, a no ser que la muerte a la que nos hemos acostumbrado tanto haya hecho una costra que nos mantiene tan al margen, como para que la foto de ese muerto reciente, sonrisa ante la cámara como tú en tu foto de carnet, nos parezca que no es real, que simplemente no existió nunca, o peor aún que existió para morir el día que lo hizo y nada más.

El suceso retrata una sociedad enferma. Y por si fuera poco malo que la gente pueda acceder a las armas, fabricadas para matar lo que sea, con la facilidad de quien compra en el supermercado. Aún es peor porque esa gente, usted, yo, podríamos perder los papeles. Pues para perderlos vale cualquiera. Y seremos mucho más peligrosos con una pistola entre las manos. Probablemente la única diferencia entre esos maníacos tan sorprendentes sea, que en la antesala de sorprender a familia, amigos y conocidos perdieron toda templanza. Se tomaron las cosas a la tremenda. Y para tremendos ellos, que cuidan con mimo las armas sobre una mesa de madera en un domingo cualquiera al caer la tarde.

En realidad para alguien armado es bien fácil llevar a cabo una auténtica masacre. Parece que este chaval que mató a 32 de sus compañeros y profesores tuvo la ocurrencia de sellar las puertas para que el sonido de las balas no hiciera huir a nadie. Si le esperan atrapados mucho mejor. Después de todo él no podría salir a buscarlos al jardín. Allí sería abatido por la policía antes de dar dos pasos. Muerte contra muerte.

Por eso este chaval, se llame como se llame, al empezar a disparar sabía que se estaba suicidando. Y cuando hay tan poco que perder, uno se vuelve peligrosísimo.

Claro que a la hora de morir el muchacho prefiere elegir la bala que lo mate. Está aterrado por si es tiroteado a traición, por si no ve llegar la bala lo va a matar. Por si no es él quien decide el cuando. Por si muere acribillado, reventado al dolor.


Es probable que este fenómeno de muerte se repita. Que en unos meses aparezca otro fulano, aburrido de vivir instalado en la injusticia por ser demasiado tonto, listo, incomprendido, alto o bajo, y decida que él podría hacerlo mejor. Él podrá causar más bajas, que es la medida del fracaso absoluto. Vestirá su mejor camuflaje y saldrá a la calle convencido de su valía:

que muera si desfallezco.

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