domingo, 29 de abril de 2007

Galera

No es plan para un sábado noche, ni para un viernes, ni siquiera para un lunes, pero ayer estuve viendo la tele y me encontré con María José Galera, aquella concursante de pelo apretado en el único Gran Hermano que seguí, que volvía a un plató de televisión por aquello de conseguir cuartos para la boda y habitaciones para el piso. En mi defensa admitiré también que llegué a ver Dolce Vita después de navegar entre los canales, y visionar casi totalmente "Matilda" una peli de una niña que mueve cosas con la mente; aunque admitirlo no sé si mejora o empeora las cosas.

¡Pero qué queréis que haga! Mis mochuelas, las asesoras-muchas-horas, marcharon cada una a su olivo. Una a su piso de Oviedo, creo. La otra, atención no te lo pierdas, a Valencia de puente, a ver a su media naranja que lleva cinto y pistola. Y allí habría ido con más motivo que ella por tener más personas que ver aunque me fueran a dar los mismos besos. Pero este lunes es un lunes laborable, descolocado en el universo de las fiestas. En Valencia saben bien como colocar las festividades varias con que adornan Abril. Lo hacen siempre reservando el lunes como una plaza de aparcamiento, y les quedan las semanas la mar de cortitas y los fines estupendamente longevos. Así convierten el domingo en otro sábado, dos seguidos; y el lunes en domingo de atardecer naranja.

Decía que haciendo zapping (figura ya en el diccionario) llegué a ver a la Galera, sentada en la silla. Ocupándolo todo, con el pelo recogido, camisa de hombre, abiertos los primeros botones, generoso escote y pantalón vaquero oscuro cubriendo sus piernas, auténticas autopistas. Guapísima esa mujer, mejorada por los años que llega para hacer las paces con Jorge Berrocal, el más célebre de los concursantes de aquel año por su frase desesperada: ¡Pero quién me pone la pierna encima! Una frase con la que nos sentimos identificados un país entero, ocurría no obstante que no sabíamos como decirlo, nunca se nos hubiera ocurrido, y llegó aquel chico más bien bobo para encontrar las palabras justas que nos impedían desarrollar todo nuestro potencial, individual y colectivo. Si ya sabíamos que alguien nos ponía la pierna encima, se trataba nomás de saber quién era.

Más allá de siete años quedan los 12 días que pasaron ambos como pareja, puede que de conveniencia, en aquella casa de encierro. Luego exprimieron la cosa todo lo que pudieron, por lo que se ve, con bolos veraniegos en que simulaban estar muy enamorados, aunque a las claras está que solamente simulaba ella, él lo estaba y casi seguro aún lo está.

No sería raro viendo a María José Galera, bellísima mujer, con la gracia de los sevillanos que deben ser los españoles que reciben más abrazos. Ella fue la que decidió acabar con la relación que le unía a Jorge y acabó al tiempo con él un poco. Pero Jorge no supo aceptarlo con deportividad, dar por bueno lo vivido y sentirse afortunado por haber probado el amor. Pecó de ambicioso, la quiso para él porque no podía querer a nadie tanto como la quiso a ella. Se cruzó en su vida y lo eclipsó para siempre.

En realidad no hay que culparlo demasiado, todo el mundo tiene derecho a aspirar a lo máximo. Aunque son pocos los que lo consiguen. Para Jorge, María José era lo mejor que podía hallar y sintió que la búsqueda había terminado. Pero hay mujeres que van por la vida haciendo daño aún sin quererlo, porque enfocan con su foco y luego siguen su camino. Como María José, que es mujer de esas que podría elegir hombre en una tómbola para que caminara dos pasos por detrás.

Ayer escenificaron el enésimo desencuentro de pareja rota. Invadidos por el rencor. Ella dispuesta a seguir hacia delante observando los destrozos, borrón y cuenta nueva. Él contando las bajas aún tras siete años en que ambos afilaron la lengua para herir. A Jorge pareciera que se detuvo el tiempo, sigue siendo el mismo tipo, con la misma cara, los mismos ojos, sangrando por la herida, preguntándose aún quién diablos le pone la pierna encima. A María José le tocan casi las campanas de boda, pero quién sabe si acertará por fin.



No es mal plan volver a encontrarse. Después de todo ambos recibieron un cheque que terminó de convencerlos. Y la fama dura porque la concurrencia está más dispuesta a recordar una cara del televisor que un desaguisado político. Pero de nuevo ante las cámaras volvemos todos 7 años atrás, cuando éramos más jóvenes y les observábamos crédulos perdidos en el amor. Lo malo es que puede ocurrir que a Jorge el cheque un día ya no lo convenza. Entonces habrá hecho borrón y cuenta nueva.

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