viernes, 28 de octubre de 2005

¡Nooorl!

Caminaba ayer por la calle e iba pensando que tendríamos que desterrar los "no" del idioma. Al menos aquellos que utilizamos para rechazar propuestas, invitaciones o los que damos en simple respuesta a quién pregunta. Y no porque yo proponga decir a todo que sí, a todos que sí, sino porque el "no" tiene un mucho desagradable, con lo cortito que es. El rictus del que dice "no", es serio cuando no taciturno, y a veces suena a revancha, a clara venganza, a no me molestes, a ¿estás loco?

Por eso no es raro que el que oye un no se vuelva también taciturno o quede alicaído, de repente la posibilidad que fuera se esfumó, se la llevó cogida de las mangas ese "no", como para cruzar hasta la acera de los imposibles. Por lo inhóspito del "no" los solemos adornar con palabrería, no queremos decir "no" porque sabemos que a veces duelen, sobretodo cuando nos los dan a nosotros. Los disfrazamos con trajes nuevos y demostramos nuestra mano izquierda, que es dar "no" y hacer que parezca tal vez, quizá o más tarde. Esa destreza, que no tiene todo el mundo pero a la que aspiramos todos, es demostración inequívoca de lo buenas personas que somos. Cuántos menos "no" digamos, cuánto mejor los adornemos, en mejor consideración nos tendrán.



Hallada la raíz de uno de los problemas de la comunicación humana, yo propongo una solución. Quizá no es la mejor, puede que no sea más que un remiendo temporal, pero peor sería encontrar el problema y no esforzar una solución. Allí donde debas o quieras decir "no" di simplemente "nooorl". Verás como el resultado cambia.

La persona que recibe un "nooorl" no se ha llevado una negativa solamente, se ha llevado una bromita, es la negativa más dulce que uno puede desear. En realidad casi merece la pena recibirla solamente porque ambos protagonistas sonreirán y pasarán a otra cosa sin dramas ni reproches.

Dos amigos están por su condición de amigos, dispuestos a perdonarse casi todo, pero imaginen dos amigos que se dan "noorl" en vez de "no", sin quererlo, sin saberlo, inopinadamente se habrán vuelto más amigos.

Imaginen un debate entre gobierno y oposición en el Congreso de los diputados. Uno de aquellos a cara de perro, con algarada en los bancos. Si de repente el orador alza el dedo índice hacia el techo y grita estentóreo: ¡Nooorl! Se hará el silencio, se habrá llegado a un cierto consenso, al menos en lo que respecta a la alta consideración que le tendrán todos al interviniente. Unos y otros lo descubrirán líder, por supuesto con todos sus defectos, con el derecho a equivocarse, pero espontáneo y hasta magnífico. Si este fuera de serie presidiera el gobierno no tardaría en cundir el desánimo en las filas de los opositores, se quedarían de pronto sin fecha de regreso. Convencidos de la necesidad de revisar su propio organigrama y hasta sus fines. Si el interfecto es el del primer partido de la oposición se le acabarán las palabras a los gobernantes, se sabrán perdidos, porque nada llega más a la ciudadanía que un "nooorl" en horario de máxima audiencia, con tantos noticiarios haciéndose eco cada 6 horas.

Si el criminal confiesa tres delitos distintos, y es acusado de un cuarto del que es inocente y dice a viva voz "¡nooorl! o se lo hace decir a su abogado, nadie dudará de que es cierto que no tuvo nada que ver en ese cuarto desaguisado, y recaerá sobre él todo el peso de la ley por lo cometido, como debe ser, pero el juez se retirará a su despacho pensando que en el fondo era un buen tipo.

Los "noorl" son la esperanza que nos queda, la razón que motivará sonrisas donde antes solamente quedaba resquemor y tristeza. Desearemos preguntar, pedir y rogar porque en el peor de los casos nos dirán que sí, y en el mejor un "¡noooorl!" super fragilístico y espialidoso, que es un pase de pecho y unas banderillas de mentira, de las que se pegan con velcro, de las que no duelen y hasta hacen mucha gracia.

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