sábado, 28 de enero de 2006

Fines de semana

Playa de Llanes
Alguna vez he reconocido aunque no lo haya hecho aquí que la vida me ha cambiado tanto que es apenas reconocible. Uno se pasó el tiempo suspirando por la llegada del fin de semana, por el oasis de tiempo libre que ello supone, en los tiempos de bonanza económica porque era el descanso que mereces, en los tiempos en que sobraron los minutos, vividos con un hilo de esperanza, porque eran el tiempo que el trabajo de los otros dejaba libre para acompañar mi soledad. Toda la semana con la vista puesta en el viernes.

Y ahora resulta que el fin de semana me incordia, tan excedido de tiempo, se me ha convertido en un estorbo. Quiero volver a zambullirme en el día a día cotidiano. Regalo mis fines de semana a quien sepa qué hacer con ellos. Al menos estos primeros, en los que echo a faltar un coche para ir de aquí a allá. Quiero volver a Bilbao para ir de pinchos. Quiero ir a Donosti, llegar en 50 minutos a Santander. Ir a Ribadesella si se tercia por poner un ejemplo, sin depender de los horarios ni de los autobuses. Subasto mis fines de semana ahora que todo se subasta, los doy al mejor postor, que le aprovechen todos porque a mi estos segundos largos, en este fin de semana helado se me hacen minutos. Vendo el plazo exacto que va del viernes por la tarde hasta el domingo noche a cualquiera dispuesto a aprovecharlo como yo los aprovechaba hace bien poco.


¿Es tan raro echar de menos el cuidado que debía poner con los bajos de la pernera derecha de un pantalón de chandal, para que no se enredara con el plato de los pedales yendo en bici?


Playa de Llanes
Renunciaría al frío polar de un finde desocupado y lo digo sin asomo de pena o tristeza. Prefiero la labor cotidiana de una semana sin inicio ni final. Semanas circulares como anillos. Aunque en el fondo estoy seguro de que pelearía por conservar incluso los ratos de aburrimiento. Quizá porque no hay cielo como el de Llanes y sospecho que el domingo con sus nubes amenazando tormenta me brindará una imagen hermosa desde los acantilados. Quizá me vaya hasta allí o hasta la playa con un paraguas y un periódico del día. No muy lejos pues la lluvia aquí aparece de repente. Aún recuerdo aquel sol eufórico sentado bajo los toldos de una cafetería (¿te acuerdas Ángel?) y sin venir a cuento, de improviso las primeras gotas de una lluvia temprana. De súbito la lluvia fuerte y en lo alto el sol con la misma intensidad. Como si nada hubiera cambiado. Como si la lluvia fuera irreal, un montaje de experto fotográfico, un sueño. Apenas se prolongó unos minutos, esos fenómenos extraordinarios como algunos amores no pueden durar (ya se apuntó en Annlea: el amor es eterno mientras dura). Pronto se oscureció y el día se tornó del tono gris que deben tener todas las despedidas (Ángel y Lidia volvían a Valencia tras el desayuno).

Playa de Llanes
Conservemos estos fines de semana desocupados que son el momento idóneo para ese libro que espera en la mesilla, para oír música sin mirar el reloj. Para hablar por teléfono o caminar abrigado como una sombra. Aprovechemos para cocinar la comida de entre semana, escribamos un poco si es posible, naveguemos por el océano de Internet o dispongámonos simplemente a mirar por la ventana. Por poder incluso se puede ver la televisión (aunque harán falta ganas).

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