domingo, 22 de enero de 2006

F(r)icción III

Relato para Annlea a propósito del tema: "Lloverá para siempre".



A las oportunidades por presentarse.

Anado



Lloverá para siempre

Alonso acudió tras leer la convocatoria de aquella reunión en el periódico de un anodino miércoles, paso obligado hacia un viernes igual de anodino y es que se sentía desde hace tiempo un perdedor, por eso estaba allí.

Se podía leer en un cartel de la puerta "SOLO PERDEDORES". Era la última bala en la recámara para Natalia, psicóloga desde hace dos años cuando pensaba que podría ayudar a las personas más de lo que la habían ayudado a ella. Ahora nada más andaba desconcertada comprobando mes a mes que las facturas no se pagan solas, que agua pasada no moverá molino, y tuvo la ocurrencia de convocar para una sesión a perdedores, por ver si ella era capaz de cambiarles la suerte además de alimentar algo a su costa la escurrida cuenta corriente. Aquella gente tenía ya poco que perder y mucho que ganar, se dijo. Quizá mis años de estudio y todos estos libros vayan a servir al fin para algo.

Alonso se sentó y esperó turno para contar su caso. Lo hizo tras Nicolás y Bartolomé que anticipaba en su olor y apariencia que de dinero andaba escaso. Era lo que hoy se denomina un indigente, calificativo que había de acompañarlo hasta después de muerto apenas dos años después. Así en la puerta del supermercado las señoras acostumbradas a su rostro de templada desesperanza se habían de preguntar por su destino al echarlo en falta. Y una aclararía que había muerto unas noches atrás, caído en un callejón, liberado del frío de esta ciudad helada y con una mano en el calor del gastado bolsillo mientras la otra moría en un gélido charco a la vez que a Bartolomé se le paraba el latir de su encogido corazón de mendigo. Fue una noche sin noticias ni desayuno, la nocturna intrascendencia de un jueves cualquiera, pero es nada más el futuro a la vuelta de la esquina, lo que está por llegar y que hoy se ignora.

- El éxito se me escapó como lo hace el agua del río. Me quedé con lo puesto y entonces entendí que el fracaso no había sido aquel, la pérdida material de lo poseído, sino creer que aquello, el prestigio de los billetes, era lo más valioso. Mi fracaso fue equivocar la jerarquía de lo que importa.


Natalia escuchó todo aquello de la fortuna perdida en el juego y en mujeres de otro tiempo con un punto de impaciencia que fue creciendo hasta acabar en miradas suplicantes a Nicolás que fue el siguiente perdedor en tomar la palabra en aquel circulo de sueños rotos.

Tenía unos 60 años, era grueso y alto. Tenía la voz grave y hablaba mirándose las manos. Dijo que había perdido todo aquello en lo que había creído el día que su esposa Marga lo abandonó por alguien dispuesto a quererla menos. Toda su fe, todo el amor de tantos años se había esfumado con la llegada del individuo aquel, aparecido de la nada como un fantasma. Marga cayó rendida nada más conocerlo y se pasó las semanas en un estado de ensimismamiento, quedaba absorta primero para luego volverse esquiva, como un gato capaz de recordar las botas que lo patearon. Pero no recibía el daño de Nicolás aunque fuera él precisamente el olvidado, sino de aquel, Fidel vanidoso perfil del espejo, una mirada andante con un gran poder de seducción en medio de su declive. Toda la fe que tuvo, todo por lo que había luchado toda la vida, lo más seguro de este mundo de tantas cosas inseguras había desaparecido tras aclarar someramente que valía más el mal trato ocasional de aquel dandi envejecido que el cuidadoso esmero de un amor labrado en tantos años de grata compañía.
- Yo lo perdí todo. Nada me queda ya. Mi vida es un espejo roto donde me reflejo solo y sin esperanza.

Natalia tomó notas impaciente durante aquel discurso. Aquello era realmente sugerente, había logrado enlazar algunos de los casos escuchados hasta ese momento y eso haría sin duda mucho más interesante su intervención posterior. Además se le había ocurrido traer a colación los argumentos de aquel filósofo alemán, pero no recordaba el nombre. Miró hacia Alonso bajando la cabeza con los ojillos por encima de sus gafas de diseño. Suficiente para hacerle saber que podía empezar.

Alonso repasó los rostros que componían el círculo de anónimos rev(b)elados del que formaba parte y explicó que él era perdedor por haber perdido nada más que tres mil días, demasiado tiempo para cualquier vida. Eran días arrancados del papel de un calendario de propósitos insatisfechos. Los propósitos son a veces nada más que oportunidades que volaron al limbo. Sabía que estaba a tiempo de reconsiderar las cosas. A tiempo de hacer un borrón de aquellos errores que lo sumieron en un estado de perversa indiferencia. Sabía que podía empezar desde cero tomando cada traspié como un escalón desde el que escalar pero le faltaban ganas. Se había habituado a ver la vida como el espectador de una película en la que no quedan ya papeles de protagonista. Se acostumbró a llegar tarde a todos lados sin asomo de rabia o frustración. Acumuló con paciencia de coleccionista días perdidos en una rutina exenta de ilusión. Usurero de horas perdidas, días nacidos para ser arrojados directamente desde el amanecer a la noche a la convicción de que no servirán para nada, de que no había otro forma de vivirlos, de que la vida entera es un suceder de vacío contenido.
- Acostarse en la certidumbre de que el día vivido es solamente un pasatiempo sin valor ni importancia. Que ese día, como ayer, como será mañana, prescindibles todos, me hizo un hombre entregado. Incapaz de vencer miedos, incapaz de tomar el control, capitán de un barco a la deriva sin timón. Rendido al transcurso del tiempo como el condenado vive el día a día en una cadena perpetua.





Cae la tarde sobre la ciudad. Alonso camina despacio sin la prisa que asedia a otra gente, el sol se está poniendo sobre el parque. El cielo tomó el color anaranjado del ocaso y las nubes tienen la densidad del algodón atrapando los últimos rayos de luz. Hay un viejo sentado en un banco, podría llevar allí la tarde entera pero aún le quedan migajas de pan que arroja a las palomas que saltan acechantes de un lado a otro. Alonso se acerca y ambos se miran un segundo. Luego el viejo vuelve a las palomas y deja caer los últimos pedazos de un pan mustio y manoseado. Alonso alcanzado el banco, se sienta a su lado. Entonces lanza la pregunta al aire con la mirada perdida en alguna parte enfrente ¿Lloverá para siempre?

El viejo ni siquiera lo mira, hace un gesto con la boca y los ojos que podría significar, "es lo que hay" o quizá quien sabe bien, "vaya hermoso día es hoy".

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