martes, 3 de junio de 2008

¡Ay Asier!

Al oeste de la frontera.

Lágrimas de plástico azul - Joaquín Sabina



No diré que si hay niños por la zona deben dejar de leer, si es que saben, de mirar, que eso saben fijo porque aprendemos desde pequeñines sin que nadie nos lo premie más que con besos por ser tan ricos en vez de por mirar tan bien. Y claro luego la mayoría perdemos la vista contando dioptrías que es como el problema surgido hoy con mi frigorífico, que no cerraba el canalla, mira que saqué todas las botellajas y tetra briks (lo único que hay) y hasta piqué el hielo florecido en el congelador con una especie de cuchillo corto como abrecartas, pero ya digo, la pérdida de vista y mi frigorífico coinciden, ambos tienen difícil solución. Se trata de aceptar estoicamente lo inevitable y nada más. Lo digo porque viene ahora una imagen de esas de impacto, de las que dejan honda huella cuando no quedan como un recuerdo latente hasta el asalto cualquier noche del futuro, cuando uno cree que lo tiene todo hecho o casi todo bajo control en la vida, de repente aparece en mitad de la noche como una centella y te aferras a las sábanas pavoroso, porque en esta vida de contrastes grises el blanco y el negro van a veces uno junto al otro.

Y es que uno puede ser un boina verde que no se pierda un desfile militar en que lucir uniforme de gala, y sin embargo no estar preparado para afrontar las verdades cuando entran por los ojos. Como una infidelidad en vivo y en directo, por ejemplo.


Hablo de Asier del Horno, del que no se puede decir que no haya sudado la camiseta, a los hechos me remito. Aunque sea cierto que iba para figura mundial y se ha quedado por el camino. En alguna taberna de esta calle o de dos más abajo.

Y mira que era fácil para este muchacho haber ocupado la banda izquierda del combinado nacional, que el tal Capdevila subirá muy bien las bombonas de butano, bien aferradas al hombro, pero jugando al fútbol es malo redomado. Pero ocurre que a Asier le pierde la noche y le pierde la fiesta. Que hasta en el Athletic que le tenía devoción casi les ha venido sobrando, y lo devuelven al Valencia diciendo aquello de "pa ti pa siempre". Y antes que eso el Chelsea, que no es equipo al que le haya de faltar de nada ya lo había enfilado de regreso admitiendo tácitamente que en ficharlo se dio un error grave de apreciación, por supuesto sin consecuencias más allá de invitarlo a volverse allá donde el "musiqueo" tenga ese carácter latino que con los cubatas sube tan bien.



¡Ahí está mi chico! Prestándose amablemente a hacerse la foto con un par de fans a las que el fútbol les gusta tanto como el propio Asier. Solamente hay que ver la cara con la que miran la cámara que no saben si echarse a reír o a llorar, o las dos cosas alternativamente, que al bueno de Asier tanto le da lo uno como lo otro, yo creo que no se iba a enterar de nada, bastante tiene con mantenerse más o menos erguido para salir en la foto.

Si no fuera porque las niñas no parecen muy convencidas de haberlo pillado en un buen momento se diría que luego podrían haber discutido entre ellas por quien lo tuvo más cerca, aunque ya posando para la foto se imaginan que esta foto no será la que querían hacer circular entre el grupo de amigas del colegio.

Sus caras son un auténtico poema, sobre todo la que lo tiene prácticamente encima, se le ha congelado la sonrisa, supongo que porque es la que respira más nítidamente los aromas propios de un futbolista de élite en plena ebullición, no sé bien si de los repentinos sudores de beber varios centros seguidos jugando al duro o de haber arrojado por la boca lo que en otras ocasiones se da tras el paso por conductos de más recorrido. Quizá por eso la otra sonríe, porque los efluvios le llegan remotamente y encuentre en su posición una ventaja estratégica, o porque el fotógrafo espera que sonría, con esas pocas ganas que tiene de fijar la foto en el corcho del cuarto.

Están ambas un pelín despagadas, porque el recuerdo de algo bonito e ilusionante se les ha visto contaminado por el alcohol que Asier a puesto a circular por el circuito de sus venas. Vamos que aún se preguntan qué coño hacen ellas allí plantadas si parecen a punto de despertarlo. Claro que ya es más impresión que lo que él recordará de ellas. Pues seguro que al día siguiente este muchacho no sabrá ni como fue la noche ni como terminó, y las crías serán un recuerdo borroso en el mejor de los casos.

Eso sí, luego al salir recordará haber conducido un Ferrari o un Porsche. El mismo que guarda en su interior el rancio respirar de una destilería y que amanece aparcado en el garaje.

Y yo llevando esta vida tan ordenada a la fuerza...

En mi próxima reencarnación me pido ser Asier Del Horno renovando contratos.

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