martes, 8 de julio de 2008

La playa

Las venas del amanecer, almacenan sangre fría.

Lágrimas de plástico azul - Joaquín Sabina



Pues si tú estás harto de llegar aquí para encontrar que no sé qué escribir, imagínate yo de venir sin tener nada que decir. Que estoy cargando la página "blogger" y no se me ocurre que voy a poner. Así que sirva esto como comienzo hacia ningún sitio.

Contaré que estuve esta tarde en la playa, donde soy una especie de boya para los grupos de colegiales. Allá donde me ponga van ellos, lo mismo que si fuera por prudencia el socorrista o por diversión, un tiovivo.

¿Quién dijo que este país no tiene niños y niñas? Eso es mentira, yo diría que están en todas partes, o al menos en las playas que habito.

Y además se ponen demasiado cerca de mí, de forma que termino rodeado de todos ellos y no diré que parezco uno más porque es obvio que no, pero si parezco uno en el grupo, un monitor tal vez, imposible de abstraer del conjunto, como un "ninot" desgarbado, por tamaño, de la falla infantil que plantaron en mitad de la playa.

Esto es bastante irritante, como es lógico, porque los nanos son universalmente latosos, y se pasan la vida corriendo arriba y abajo hacia la orilla, tan cerca de mi toalla que paso el rato quitándome la arena de encima. Por no hablar de lo fácilmente que consiguen disimularme en la arena, como en medio de uno de esas multitudes donde había que encontrar a Wally. ¡Así como va a acercarse ninguna a preguntarme si necesito crema en la espalda? ¡Si me vuelven invisible!
Es bien sabido que la vista acude principalmente hacia los lados, porque en los lados es más fácil encontrar un hueco para la toalla. Salvo si de lo que se trata es de colocar una infinidad de escolares, entonces el sitio más fácil es a mi vera, esté donde esté.

Me ocurrió el otro día, que me vi rodeado por dos docenas de niños escapados de algún colegio de chillidos, supongo. Y me ocurrió esta tarde con lo que parecía un equipo alevín de baloncesto, pues pude percatarme desde bien pronto, y porque tumbado mi vista no alcanzaba para más, que todos llevaban fenomenal calzado deportivo de primeras marcas. Nada que ver con mis zapatillas blancas de deporte que están por ahí, bajo el tendedero, en algún lado.

Allá donde vaya aparecen. Gracias que yo me pongo la música y es como si desapareciera. O tal vez desaparecen ellos.

Sea como sea, se agradece.

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