lunes, 7 de julio de 2008

Vueling y el gatete

Un torbellino en el suelo y una gran ira que sube.

Rabo de nube - Silvio Rodríguez



En mi oficina saben de sobra que llevo amenazando con comprar acciones de Vueling desde hace tiempo. ¡Menudo chicharro, compras dos mil eurillos y a las dos semanas sacas 4000 machacantes! El negocio del siglo.

Pero como en tantas cosas me ha faltado el empujón, lanzarme al ruedo como Jose Tomás, a ver cuantas cornadas llevo. Y eso que para estos ingenios virtuales no tuve más que el sentido común que me faltó para tantas cosas otras veces. Si este valor está en el suelo de su cotización histórica, entonces habrá de subir por fuerza... Claro que a eso alguien oponía:

- O puede quebrar.

Que siempre los hubo agoreros y cenizos. A lo que yo contestaba raudo y, cómo no, cargado de razón:

- No, si yo compro.

Pero no compré. Y eso que por supuesto terminó subiendo al doble y se puso en 15 euros la acción después de la espantada de su mayor accionista, que actuó como un bumerán, se fue para volver comprando más acciones aún. Y ahora recién aterrizado de la piscina leo en la prensa que Vueling se fusiona con ClickAir para formar la mayor compañía de bajo coste de España.

Es seguro que esto habrá hecho subir las acciones como la espuma, de manera que virtualmente podría haber ganado una fortunaza, que no he ganado. Hoy me siento un poco más primo y más pobre. Aunque de lo de sentirme más pobre no tiene la culpa Vueling, al fin y al cabo yo soy de los de comprar tras probar y nunca se dio; la tiene mi casera con su renta mensual y sus muy frecuentes facturas de luz y agua.

Además la mujer ha debido creer que me chupo el dedo, y ya se han dado un par de veces que me ha intentado colar una factura dos veces. Unas envía el original, y otras una fotocopia, que además tiene unas rayas bastante extrañas como de montaje folio sobre folio. Yo creo que intenta pasarme también las de su propia vivienda.

He tomado la determinación de exigirle sólo originales el día que me apetezca oír su voz al otro lado del teléfono. Y ya puestos pedirle que me cambie el frigorífico que da pena verlo cerrado y terror abierto.

Menos mal que al menos Gattini está en su sitio. Bajo mi portal hay un montón de gatos que son alimentados por mis vecinos supongo que para hacerles la vida más fácil, a lo que ellos responderán a no mucho tardar cruzándose unos con otros en una orgía gatuna que dará con un millar de gatitos lindos como peluches escuálidos. Lo cierto es que a fuerza de verlos he desarrollado una gran simpatía por casi todos. Que ninguno me provoca el temor del de Jordi allá en Madrid, aquel bicho es negro y grande como una pantera, a mí primero me intenta camelar frotándose contra mis zapatos y luego me ataca cuando estoy más confiado, que ya es nunca.

Estos otros tienen un tamaño más convencional, y son más huidizos, cualidad muy de agradecer en los gatos.

Sin embargo hay uno en particular, que es blanco a manchas marron claro, o marrón a manchas blancas, no sé bien, que ha pasado de huirme como alma que lleva el diablo a mostrar por mí una indiferencia que podríamos catalogar de amable, pues ni se aparta ni me ataca. Simplemente me ve pasar como si fuera el conserje. Creo que nos hemos acostumbrado el uno al otro. Yo siempre le digo:

- Gattini.

Y él se queda sentado en el asiento de la moto, o en la acera con las patitas recogiditas por el cuerpecillo, como de muestrario. Y a veces en las mañanas frescas encima del capó de un coche que regresó recientemente. Cogiendo los calores del motor mientras duren, supongo.

Ahora me lo volvi a encontrar. Él me mira sin moverse un ápice. Yo voy con el MP3 y quizá lo dije demasiado alto: "Gattini"

feliz, de volvermelo a encontrar.

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