miércoles, 3 de febrero de 2010

La vida

You rock my world.

Michael Jackson



Esto de la vida no deja de ser curioso. Lo pensaba ayer, la tontería de que en mi vida haya un antes y un después de la muerte de Michael Jackson. ¿Cómo pudo marcarme tanto? ¿Cómo es posible de que a veces me parezca imposible que no esté? Más aún, que tenga la impresión de que con él yo también me morí un poco, y sino morí, que sigo vivito, si mermaron en algo las ganas de seguir vivo.

Me deja anonadado el impacto que ha tenido en mi vida alguien a quien ni siquiera he conocido. Ya no recordaba esos días de tristeza que son como días nubosos en que la naturaleza no parece tan bella como recordaba. Y conste que no tengo una sola razón para la queja, aunque me lleguen ecos de enfermedades mortales en conocidos de conocidos y me alcanza un desamparo como el perdido en una ciudad extraña, y la sensación de que estamos echados a nuestro destino, que no depende más que de suertes que me son incomprensibles.

Y al hilo de ese pensamiento me acuerdo de Jomai, que recién se hace médico se nos fue enferma de cáncer. Y se acabó el Jomai y se acabó el Jojavi. Y miro nuestra foto de jóvenes, sentados en la playa y echo de menos poder entender algo de lo que me rodea. Nos miro y se nos ve ajenos a lo caprichoso que determina cuánto más durará alguno de nosotros.

Veo las noticias y me llega caos y destrucción. La catastrofe en Haití, que era ya desde siempre el país más pobre de Sudamérica, y me asombro ante la gente que aún en éstas es capaz de sonreír y festejar las pequeñas cosas en medio de esa grande que es seguir vivo.

Sin embargo a diario nos llega la corrupción en las altas esferas donde se trapichea desde antes incluso de llegar a cúspide, la terrible existencia en los barrios miserables donde esclavos buscan dosis de droga; nos lo presentan estos programas callejeros que muestran la España de la que no se presume. Me descorazona el corazón que decía Sabina observar a nuestros políticos incapaces de dar una a derechas, pidiendo venganza electoral con sus actos tan torpes como hacer un castillo de naipes en medio de un tornado. Yo pierdo la esperanza de que me sorprendan para bien. Son algo así como parásitos del despropósito. La garrapata del perro atropellado.


De niño pensaba que todos ellos eran mejor que yo. ¡Vaya con la gente sobradamente preparada! Entonces también creía que todo tiene solución.

Hoy sé que son así de inútiles. No valen para nada. Por eso al que pinta diferente le dan el Nobel de la paz.

Lo digo con pesar, sí, como el que le reconoce a su hijo que no hay Reyes Magos, pero lo digo sin una pizca de dramatismo.

Es lo que hay.

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