sábado, 26 de mayo de 2012

¡Athleeeeeeetic!


 Todos los finales, son el mismo repetido.

Ruido - Joaquín Sabina



El premio han sido las dos finales. La diferencia, que ves a los jugadores y ves la grada y parecen salidos de allí mismo. Como si alguien hubiera escogido a 11 chavales desde el césped para llamarlos a jugar. No tienen pinta de mercenarios, no vinieron de lejos, no llegaron por el dinero. Si te quedas un rato más los verás alternar con sus familias que están codo con codo con el resto de los aficionados. Van a ir hasta la grada con los ojos inflamados buscando algún abrazo. Porque si dicen que sienten la derrota, la sienten. Te los crees porque su congoja parece genuina. Directamente en el corazón. El resto de los futbolistas, en su mayoría, ni siquiera se toma la molestia de simularla, les basta con llegar al autocar con los cascos puestos. Para el jugador del Athletic no hay primas, aunque las haya, simple gratitud a tus paisanos, porque algunos de ellos te vieron jugar en el colegio. Y esto es todo bueno, aunque también malo en parte. Tras el silbido del arbitro les entran los nervios, ¿cómo afrontaré esto HOY? Se sienten ante un desafío demasiado grande. Piensan en la historia y se hacen pequeños. Les tiemblan las piernas. Después de todo salieron de un rincón dónde no se suelen jugar cosas importantes. Y entonces ocurre que se desmoronan en los pequeños detalles, se resbalan donde nadie lo hace, llegan tarde al cruce, pasan donde alguien tenía que estar, dónde alguien estuvo. La grada los conoce y los anima sin descanso. ¿DE DÓNDE NACEN ESOS NERVIOS, PUES? Parecéis de fuera. ¿No quedó claro que no hay presión para el Athletic? La afición es una familia. Anima con el mismo aínco en el minuto 1 y en el 89. El resultado es nada más un imponderable que no cambia para nada la esencia de la unión. Un bien recíproco que todos conocen. Aficionado y jugador del Athletic:


lo que tú tienes es único.

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