miércoles, 31 de enero de 2007

Don gato

El día 9 de Febrero me cojo una autocar con destino a la ciudad. No voy a una ciudad cualquiera, voy a la ciudad por antonomasia, al centro mismo del país. Llego a Madrid como un chico de provincias. Para empaparme del ambiente madrileño, de su "gran cantidad de todo" y dispuesto a subir allí al metro como si lo hiciera por primera vez.

Voy a la casa de Jordi que marcha a su vez, coincidencias de agenda, a Milán o a Suiza, no sé bien. Es una cuestión que no quedó del todo clara pese a nuestras continuas charlas por teléfono. Puede que primero a un sitio y luego al otro.

He quedado allí con Sestea que dará esquinazo a sus libros por un par de días. Tenemos planeada la salida y la vuelta desde hace un tiempo, semana y media a lo más. Yo tengo ya comprado el billete en avión que me devuelva a Santander para volver desde allí a casa, todo el domingo por la tarde.

La vuelta en autobús se me suele hacer cuesta arriba, son demasiadas horas incluso para un espíritu tan abotargado como el mío. De esta manera habré llegado antes incluso de haber cogido la postura en el asiento.


No existe más que un problemilla. No demasiado grande. Negro, eso sí, negro como el carbón. Tiene 4 patas y malas pulgas sin tener una sola. Se llama Morfeo y es un gato del tamaño de un perro mediano. Es decir, es un gato grande.

A mí la verdad es que ese gato me tiene algo asustado. Aún recuerdo como atacaba con las uñas como navajas mis zapatucos al pasarle cerca. Claro que en esos días Jordi o Diana, su novia, tomaban parte por nosotros y le reñían. Aunque sospecho que el animal no les hacía mucho caso.

A mí me parece una pantera negra más que un gato. Hasta el punto de que he llegado cavilar la opción de rechazar la oferta del techo que nos ofrecen por no convivir con el gato a solas, o casi a solas. Ya lo tengo pensado, cuando haya que ponerle la comida, que supongo que será una forma de ganárnoslo, me haré acompañar de Sestea para que si al bicho le dieran las ganas de atacar haya al menos dos objetivos. Es decir, un 50% de posibilidades menos de ser yo el objeto de sus ataques felinos. Bueno, quizá aún menos. Los animales son suficientemente listos, incluso los más furiosos, como para saber medir a sus oponentes por el tamaño. Y quieras que no quieras Sestea es poquita cosa. No más de metrito y medio desde el suelo hasta el pelo, linda sin par, eso es cierto; como una Dulcinea de bolsillo.

Por otro lado ambos tenemos pensado no pasar por la casa más que para dormir, y por suerte la habitación da puerta con puerta con la de la calle. Así que puedo lanzarme desde una a la otra de un salto, yo primero para cogerlo de improviso. Igual por hacer la gracia nada más entrar la cierro. Sestea quedaría entre dos aguas. Y yo como la ficha de parchís en el centro del tablero.


De algún modo sé que esos días nos sentiremos como los ñus que cruzan el río por la periferia. Los expuestos. Algunos caerán y otros no.

Espero que salvo las inevitables tensiones por salvar nuestro pellejo, todo lo demás, finde en Madrid completo, lo compense. ¿Viviremos para contarlo?

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