domingo, 18 de febrero de 2007

El semáforo y el plan

Ya expuse aquí que estuve en Santander. Hice algunas compras en el enésimo remate final de las tiendas que sirve para que la gente como yo compruebe que lo que compré la semana pasada está ahora aún más barato (como 10 euros más barato). Aunque yo las mías no las haya ni siquiera estrenado (las mías ya no suben ni bajan de precio).

De hecho esto ya lo he comentado con gente que tiene más rodaje que yo en las rebajas, verdaderos veteranos y parece común la artimaña de llenar el carro para luego ir devolviendo, siempre dentro de plazo, las prendas para volver a llevarlas a un precio menor. Hay quien incluso enfebrecido por el consumismo echa al carro lo que sea, quizá advirtiendo nada más que la talla, sin cribar con gusto.


Paseaba por Santander y cerca del muelle quise cruzar hacia el centro. Tenía ante mí una gran avenida con dos sentidos circulatorios. Allí estaba yo parado en un extremo, allá en el otro lado, ya digo que lejos, una moza. Pero esta no es la historia de unr reencuentro, no nos fundimos en un abrazo, con gran riesgo para la fluidez de la circulación y, puedo jurarlo, para nosotros mismos. Simplemente estábamos cada uno en un extremo, esperando.

Al poco llega un fulano que nos debió ver muy parados y absortos porque fue él quien pulsó el botón que nos da turno. Aunque en realidad no nos da turno, nos pide turno en algún lado, en la central semaforil o quizá pone a discutir a nuestro semáforo con los dos o tres de los alrededores como diciéndoles: dejémosles pasar, los pobres...

Yo admito que no había visto aquel botón, simplemente me dispuse a esperar como un peatón formal, pero al ver que aquel botón se encendía diciendo: ESPERO TURNO o quizá ESPERE POR FAVOR, me decidí al menos mentalmente a no hacer caso.

En algún rincón de mi cerebro la ira desplegaba pancartas, bramaba por megáfonos. ¿Quién quiere que siga esperando si llevo aquí ya un rato? ¿No ha sido suficiente espera? ¿Cree el ayuntamiento de Santander que tengo minutos para perderlos? ¡Qué tan poco vale mi tiempo que esperaré pacientemente en esta espera que es volver a empezar? Y terminaba con un muy iracundo: ¡Mis coj... espere!

Y me imaginé resuelto a cruzar la calle, los coches pitando, el tráfico congestionado de frenazos, y alguien desde el monte más cercano, haciendo uso de un anteojo se quedaría prendado en el detalle. Ahí va un hombre que esperó demasiado. Que se revela a someterse fácilmente. Que prefiere dar un paso hacia delante antes que quedarse parado.

Pero no lo hice. Ya dije que la rebelación fue a nivel mental. Espere lo que hubo que esperar, que no fue mucho, y cuando nos dio paso crucé por el centrito mismo del paso de cebra. Y en verdad os digo que al cruzar me sentí como Abraham al abrirse las aguas.


Por la noche estuve viendo la tele. Reconozco con pesar que el programa Dolce Vita que es un programa de marujeo. En mi descargo diré que estas cosas no las hago nunca, aunque ya sé que cualquier plan, por malo que fuese habría sido mejor.

Invitaron al tal Anipke que es el nigeriano con el que vino a desposarse la Mosquera, ex forzosa por fallecimiento del boxeador Carrasco; él descubrió que se puede vivir muy bien de la curiosidad ajena y ella que blancos y negros nos diferenciamos por algo más que por el color, y lo digo sin acritud que ella siempre estuvo muy enamorada aunque él no tenga la pinta de ser un hombre de grandes discursos.

El formato del programa da risa. El tipo centrado en una silla y los periodistas en semicírculo alrededor. Como no podía ser de otra manera estos se dedicaron a meterse con él, buscando el favor del público que ya estaba muy a favor sin que lo buscaran. No es este negro alguien que caiga bien a la gente. En realidad pese a sus ropas horteras y su cara de estar enfadado todo el tiempo a mí me resultó de algún modo entrañable. Como si estuviera viendo a alguien que viviera una vida que no termina de convencerle, y que le corresponde a otro. Probablemente hubiera sido más feliz, eso sí con menos, reparando las tuercas de los coches de segunda mano que ahora busca aquí en España para llevar a Nigeria.

Este programa pone a sus avisados concursantes frente a un polígrafo. Lo que no deja de ser llamativo, pues por norma general todos tenemos algo que esconder, algo que no queremos que se sepa y generalmente estos famosos de tres al cuarto, famosos por nada en realidad, y que un día se llaman a si mismos artistas sin que se les caiga la cara de vergüenza (ex-esposa de Jesulín dixit) suelen tener toneladas de mierda bajo la alfombra.

Este en particular debía tener para exportar, pero nadie vive del aire y estos famosos por haber sido parejas a su vez de otros famosos necesitan nuevos billetes que soporten el tren de vida al que acostumbraron al cuerpo. Se da con esta gente un fenómeno curioso, a mí me recuerda al juego aquel de niños, el "tú la llevas". Estos elegidos se dan la fama como los niños convierten a un perseguido en perseguidor. Les llega como algo fortuito pero que funciona. Así aquella mujer, Raquel Mosquera se hizo famosa por haber sido la esposa de un ex-boxeador, y al morir él le quedó como un legado, que él le dejaba involuntariamente, la capacidad de hacer famoso a cualquiera que la rodeara, como con una varita mágica. Y esta, quizá por probar así de pronto a ver como funciona, lo hizo con el Tony Anipke de marras, o tal vez se enamoró perdidamente, que el amor no entiende de conveniencias ni de convenciones, y el truco funcionó. El chaval se hizo famoso y lo esperaban a la salida de casa para verlo subir a su todoterreno de gran cilindrada. Y un día le invitaron a un programa, a él famoso por la fama de alguien ya muerto a que pasará la prueba ante la máquina que como no, lo dejó por mentiroso y para que quedara mejor retratado, también por narcotraficante.

No parece un hombre de muchas luces Tony Anipke. Probablemente tiene más sombras que luces. No sé cómo acabó el programa, yo me quedé dormido en el tresillo, demasiado marujeo para una sola vida, pero el hombre amparado en que no recordaba o en que no entendía parecía salir de cada trampa que le ponían esos periodistas carroñeros hasta el punto de que se agarraron a que dijo que no era su estilo la trata de blancas, y aquel periodistillo tan maquillado y peinadiete ¿qué no es tu estilo? ¿no es un delito? Cuando era evidente que este hombrón de Nigeria se sigo haciendo un lío con el idioma aunque lleve más de 15 años en el país.

Sospecho que el Anipke venció a las hienas. Que salió comprobadamente embustero ¿no mentimos todos? Dejando el convencimiento de que no será él quien descubra el remedio que cure el SIDA ¿alguno de nosotros será? Que probablemente no es más que un tonto al que la suerte esquiva a veces, y al que le espera una mujer desequilibradamente enferma de amor. Pero salió de la casa de la tele con el bolsillo lleno. Con la cara de pocos amigos que tiene y convencido de que si perdió con el polígrafo fue por poco.

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