sábado, 16 de octubre de 2021

El problema cuando no se tiene mucho que contar es que se cuenta lo mismo, repetido, muchas veces. Uno se repite, cuenta versiones que apenas cambian en lo sustancial. Y no me refiero en esta ocasión a la chica del confeti, que no vino y ya casi no se la espera.

Me refiero más bien a algo que tengo hoy en la cabeza, que ya expuse aquí porque como todos estoy condenado a repetirme. Dije y hoy reitero aquí que me pesa que mi Pablo no vaya a conocer a mis papás de jóvenes, que no vaya a tener la infancia que ellos me dieron. La distancia que separa a mis padres de Pablo soy yo.

Yo sé, solamente hay que verlo, que Pablo es feliz. Y me produce una gran alegría, pues su felicidad es similar a la que yo gocé, aunque no me quede de aquello más que un puñado de recuerdos adheridos al alma. Sé que pocos niños en el mundo deben recibir tanto amor tanto tiempo seguido. Pero también sé, o creo que sé, que de algún modo el padre ha de propiciar la mejor felicidad en la infancia para compensar este mundo tan feo que habitamos. Creamos en este tiempo la semilla que le dé, al hombre que será, una esperanza en la vida. 

Cuando la vida se tuerza, o muestre esa cara fea que sin duda habrá de mostrar, que pueda recordar la infancia que es probablemente la etapa mejor de la vida.

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