jueves, 18 de octubre de 2007

Josep Lluís y el lehendakari

Junto a mi perro, espiando horizontes.

Si tú no vuelves - Miguel Bosé y Shakira



Uno que no es político piensa que los nacionalismos se curan viajando. Y no tengo nada en contra de que uno sienta la tierra que pisa como propia, y que defienda tradiciones y la propia cultura, después de todo son la sustancia que nos ha formado tal como somos.

Sin embargo no entiendo el ansia de levantar fronteras y muros para distinguir lo que está dentro y fuera. La motivación última del político que actúa en el territorio como un león o perro doméstico, orinando, entre otras cosas, para marcar hasta donde llegan sus dominios y por donde se le puede ver paseando encantado de la vida. Se comportan igual que el vecino que anexionó al cortijo un pedazo de zona común tras duras negociaciones y que lo rodeará de muro si hace falta para que se haga intransitable para cualquiera, aunque lo sea también para él. Lo querrá tan solo para mirarlo desde la altura pensando que le pertenece, pues con suerte no será capaz de verlo nadie más, aunque luego quizá inseguro, se dedique el resto del tiempo a otear si hay un resquicio por el que alguien pueda asomarse. Dejará de mirar aquel espacio muerto por la inquietud de encontrar dos ojos invasores.

Pero nuestros políticos se pasan la vida viajando. Pueden ir a Madrid para sentirse de Madrid delante de un cocido de garbanzos, o pueden viajar a Asturias para tomar unes fabes. Podrían sentirse tan de un sitio como de otro, es bien fácil. Vivimos en un mundo que descubrió Internet para fulminar cualquier distancia. Componemos un mundo global en que no hay más marcas que las que figuran en los mapas, y esas tan inútiles son las que quieren actualizar. Quieren dibujar de nuevo los atlas para que los críos descubran con el tiempo que esas fronteras no sirven para nada. Para separar colores en el dibujo de la geografía; en la práctica no existen. Son una señal de tráfico por rebasar, nada más.

Y mientras esto ocurre llegan las pateras repletas de gente que ambiciona una vida mejor porque quieren oportunidades que antes nunca se dieron. Les da igual llegar a un sitio que a otro, lo importante es llegar porque el destino siempre será mejor. Ellos no entenderían las discusiones de este primer mundo, que tiene sus propios problemas ciertos y cotidianos pero se enreda en discusiones eternas sobre lo nuestro y lo tuyo. Mayor injusticia han sentido por nacer donde mueren cada día a cientos, pues ellos sí saben lo que es ser de un sitio y no poder ser de otro lado, ellos conocen el alcance exacto de las fronteras porque tienen forma de continente y agua.


Nuestros políticos están hartos de mirarse el ombligo en realidad, y dejaron de mirar dentro por mirar hacia fuera para preservar lo de dentro. El problema les aparecerá el día en que conseguidos sus objetivos sin cortapisas los de dentro quieran preservar su identidad propia por encima de la de la nación nueva, recién creada. Cuando los ciudadanos de una de las ciudades digan que ellos no son lo que dicen que son los políticos de la capital. Que son otra cosa y que quieren ser tratados como distintos, en sus propios límites donde sentirse a salvo y satisfechos. Y más tarde será un pueblo el que vendrá a decir que por condimentar un plato con especias distintas merecen ser un país nuevo, pues así lo sienten cuando se cruzan en el mercado o en los aledaños de la iglesia. Que estar dentro de aquella masa uniforme estuve bien pero sólo durante un tiempo.

Hasta que en la carrera de reivindicarnos haya bloques de vecinos pidiendo ser distintos, o quizá pisos enteros exigiendo ser tratados de otra manera simplemente por ser los más relucientes siempre, o porque siempre huelen a guiso recién hecho al pasar por las escaleras.

En verdad la raíz de nuestros problemas es otra. Queremos reivindicarnos como personas únicas, y llegaremos donde sea necesario para poderlo proclamar. Necesitamos oídos que nos escuchen porque el origen del nacionalismo es la defensa del yo frente a los otros. Estamos vivos y somos distintos a todos los otros, aunque sean tantos. Nadie es como yo y deben saberlo. Merezco ser tratado como único.

Importa el yo mientras siga vivo. Podría ser solamente un rato.

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