jueves, 8 de mayo de 2008

Derrotas

Tantas promesas nunca cumplidas.

Bandera de manos - Juanes



El fútbol es algo así como la vida, pero en en el fútbol las cosas ocurren a cámara rápida. Se dan aceleradamente. Parece un boceto experimental de la vida en que todo se mide con sus propios parámetros. Como si fuera la vida que se da dentro de un souvenir de aquellos que muestran una casita dentro de media esfera de agua transparente que uno gira para ver como nieva ante tus ojos. Somos jueces del mundo del fútbol que es un cuento lleno de finales y principios. Con una diferencia fundamental sobre la vida y que hace del fútbol algo propio de los sueños, la ausencia de la muerte. Por eso ver fútbol y leer de fútbol es amable, porque es como presenciar dibujos animados, los daños del personaje que cae por un precipicio nunca son del todo reales. Sabemos que de una forma u otra terminarán rehaciéndose. Al batacazo le sigue limpiarse un poco la pechera y seguir tan ufano. Por eso, cuando se da que un futbolista perdiera la vida, entonces se rompe el embrujo, se parte el espejo en que miramos la vida a través del fútbol y el tabú se hace presente, la ilusión se resquebraja. La juventud y la muerte pueden llegar a mezclarse, el drama se desata y la muerte aparece ya por todas partes si no respeta ni siquiera al futbolista. Mito de la supervivencia por sano y rico.

En el fútbol el tiempo transcurre rápidamente. Así un futbolista de 32 o 33 años es un anciano tras el balón, ¡pero si está en la mejor edad del hombre!

El tiempo en el fútbol se mide de otro modo. Por eso todo es efímero. Los futbolistas como Figo o Raúl nos parecen veteranísimos cuando no tenemos la impresión de que están arrastrándose por los campos de fútbol. Los miramos y les descubrimos la veteranía en las arrugas, en el rostro maduro, y es por ellos y por nosotros que empezamos a estar hartos de mirarlos.

Vivimos los declives como un cambio de ciclo y demandamos con urgencia nuevas razones para la esperanza con ilusiones nuevas. Condenadas a la temporalidad de antemano, como lo es todo en verdad. Como lo es el amor, que es eterno mientras dura.

Laporta dice hoy que el ciclo de Rijkaard se ha acabado. Aunque hace unas semanas gritaba a viva voz que no estaban tan mal como algunos querían hacer creer. Los hipócritas que no son del Barça. Pues se equivocaba Laporta, estaban peor de lo que parecía. Pero Laporta lo creía a pies puntillas, como cree que si el Barça se presentara a las elecciones autonómicas él saldría president de la Generalitat. Porque Laporta es más que nada político, por eso arengaba como un fantoche desde el atril, aunque abajo les importara un comino lo que él tuviera que decir. En realidad la gente estaba algo descolocada ante aquella voces, preguntándose si aquel hombre, tan capaz de quitarse los pantalones en un aeropuerto para pasar por el arco de metales, pensaba que el micro no funcionaba.

Al final la gente solamente quiere ganar. Sentirse en el equipo ganador aunque en verdad de aquello no les toque nada. Es la fantasía del fútbol, hacer las proezas propias para sentirse parte integrante del éxito.

Sin embargo cuando uno ve ayer a Rijkaard con los ojos húmedos sentado en el banquillo del Barcelona, sintiendo la derrota en el alma, entonces piensa que tendría que seguir siendo el entrenador por derecho. Porque la tristeza en el fútbol dura mientras dura perder. Pero al acabar se hace borrón y cuenta nueva. Las victorias están a punto de llegar.

Del mismo modo que cuando uno lee a Valdano parezca alguien tan infinitamente sensato que casa poco con el mundo del fútbol y sus desmanes cotidianos.

Claro que puede ser que ya no quede nadie cuerdo. En ninguna parte.

Dice que al principio fue el balón.

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