jueves, 28 de octubre de 2010

El suicida

Pa l'americano.

We don´t speak americano - Yolanda Be Cool & DCUP



Yo sé que me voy haciendo mayor cuando me miro en el espejo. Tengo más canas que las que tenía, mi misma cara no es igual.

Sé que llevo mucho tiempo en un sitio cuando descubro que alguna de la gente que me rodea ha faltado ¿dije ha faltado? Quise decir que ha muerto. Yo trabajo de cara al público, lo que de la posibilidad de conocer bastante gente, y alguna de esta gente, en estos años, ha muerto.

La mayor parte de ellos fallece por razones convencionales. Lo que en los cuentos se dice "murió de viejo" como se dice "vivieron felices y comieron perdices", cuando casi nadie muere de viejo, vive feliz (todo el tiempo es imposible) ni come perdices todos los días. Nadie muere de viejo, muere si acaso de una enfermedad de esas que asociamos a los viejos y que suelen darse más raramente en alguien joven. Pero no se muere de viejo, se muere enfermo, en accidente o por homicidio (que los jueces determinarán si acaso como asesinato).

Si echo la vista atrás me doy cuenta de que han sido varios, al menos 5, los venidos a muertos, con los que además labré una cierta confianza, que habría de provocarme una desazón y hasta una cierta añoranza. Me ocurrió un caso curioso en una ocasión. Después de la muerte de uno de ellos tuve delante mío a la hija y le di mi pésame a sabiendas de las malas noticias. Ella con la que tengo buen trato lo agradeció y marchó poco después. Lo cierto es que yo había sentido por ella aquel fallecimiento, pero no sabía siquiera quien era aquella persona que acababa de fallecer. Hasta algún tiempo después, cuando el marido de ella me trajo unos papeles para llevar a cabo unas cuantas formalidades pendientes. Entonces tuve en mis manos el DNI del difunto y al verle la cara supe quién era y la familiaridad con que me trataba y con la que yo le había tratado. Fue un golpe instantáneo, no solamente saber que era él quien había muerto, sino con una virulencia mayor saber que no lo volveré a tratar nunca.

Es curioso ese documento que nos dan para acompañarnos la vida entera y que nos sobrevive. En él estamos posando para ser reconocidos, sin artificio ni photoshop ante la cámara enfrente. LO QUE VES ES LO QUE HAY.

El último en añadirse a esa lista de desaparecidos lo hizo por voluntad propia y aunque en este caso no le había tratado con frecuencia si pude recordarlo unas semanas antes en alguna visita. De nuevo fue el DNI quién llegó para desterrar a la persona del mundo de los vivos. Un día puede abordarte el recuerdo de alguien, decirte que hace tiempo que no ves a tal persona. Puede ocurrir, como puede ocurrir que nunca más te acuerdes de alguien en particular. Pero si ocurre muy probablemente todo quede en aquello de ¿qué habrá sido de él? ¿por dónde andará? Sin embargo qué distinto es saber que una persona murió, fehacientemente y sin asomo de duda, cuando tienes a esa persona reciente.

Esta era grande y gruesa, con perilla y los ojos muy abiertos como alucinados. Así, con esos ojos, perfectamente reconocibles, miraba desde el DNI. Era persona de estudios, formada y de sólida cultura, cordial y de intachable educación.

Unas semanas después de que lo viéramos por última vez, un tiempo después, que no sé precisar, transcurrido desde el día en que posara en la foto aquella del DNI se echó abajo en el camino de San Pedro, que es un paseo sobre unos acantilados donde rodaron "El abuelo", y que dan, tras 20 metros de caída libre, a un sinfín de rocas poco profundas y a un mar embravecido.

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