martes, 12 de junio de 2012

Un valor seguro

Náufragos en la catedral.

Lágrimas de plástico azul - Joaquín Sabina.



Leo en la prensa que a Rafa le han robado el reloj de 300.000 euros. Tenía pensado no hablar de ello, pues es quizá el único punto discordante en su persona, el dichoso reloj. Y no lo voy a hacer pues se me están quitando las ganas, tal vez porque Nadal es desde hace un tiempo un personaje de referencia para casi todas las cosas buenas de la vida, las que tienen que ver con los valores, y no quiero empañar su figura con otros pensamientos que no llevan a nada. Después de todo si yo fuera él también llevaría un reloj de 500.000 euros, o éste último, si es que alguien se empeña en regalármelo. Además mi alegría es sincera cuando vuelve a ganar, del mismo modo que sus derrotas en otro tiempo me afectaban. Soy así de voluble, como si ganara o perdiera con él, supongo que por el sentimiento primario que nos hace congeniar con el bueno antes que con el va por la vida haciendo el mal ajeno. Y yo la verdad es que siempre me he sentido más cerca de Nadal y su humildad de campeón por accidente, antes que con la pomposidad de Ratzinger y su cohorte de prelados que son también, de algún modo, radicales de lo propio, esclavos del manual de puertas afuera y nido de víboras puertas adentro. Y quizá ahora todos debamos ser más de Nadal que de cualquier otra cosa, sus acciones cotizan al alza, no hay prima de riesgo que valga, Fitch o Standard & Poors no se atreven a rebajarle la nota, y hasta Bwin paga poco si apuestas por él, porque algo debe quedar de probable en el mundo. Por ejemplo que gane.

El mundo gira con muy pocas certidumbres. Casi ninguna en realidad. Estamos viviendo el medio de un descrédito total. Sin embargo a quien preguntes por Rafa te dice que es un tenista extraordinario. Pero aún parece ser mejor como persona. Por mi hermano Iñaki, que lo conoció en Castellón, sé que lo que cuentan es cierto del todo. Firmaba autógrafos hasta que la jefa de prensa se lo llevó con urgencias hacia otro lado. Nadal se dejaba hacer y se dejó llevar, pero al irse se dio cuenta de que dejaba a un crío sin la firma que ansiaba y se despidió de él con la promesa de volver.

Otro lo habría olvidado, ocupado como estaría en otros menesteres. Otro quizá se acordara, y dijera que vaya, a estas alturas, ya da igual. Pero no Rafa. Que volvió al rato como si no hubiera otra cosa en el mundo. Multiplica eso por cada minuto y tendrás lo que tiene. Su día a día. Y con el mismo cálculo podrás calibrar su paciencia y su talla.

A mí contadme entre los Nadalistas irredentos. Incondicional, sin beneficio ni objeto. Por un sentido único de justicia, para que la haya en alguna parte. Y si un día nos falla irremisiblemente, recordaremos aquello del ídolo con pies de barro. Ya no habrá fe para casi nada. Pero tampoco es que eso importe...

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