lunes, 17 de diciembre de 2012

Senados

Que pude encontrar en ti. 

No te puedo creer - Malú



Nenes, a mi se me hace raro oír ayer a un senador decir que le da bastante vergüenza cuando los visitan en el Senado un puñado de críos. Supongo que porque tienen que simular que hacen algo que no hacen. Y no se trata de salvar el mundo, ni siquiera salvar a este país mayúsculo de la hecatombe que se cierne hace años, que nos agita, que nos pone boca abajo. Salvar a los ciudadanos que tienen fe en sus políticos, y de paso a los otros, a los que son como yo, de la crisis que ha hincado raíces profundamente entre los fulanos y menganos corrientes, que no pisan Congresos y Senados, ni siquiera de visita. Se trata nada más de simular ante las visitas de los niños párvulos que aquello es un hervidero de ideas, un debate abierto en el que se construye la política como un castillo de sólidos cimientos. Se trata de simular que se trabaja, tan sencillo y tan difícil. Cuántos hay quisieran poder trabajar en su lugar, y no digo sentados en el cómodo sillón de cuero que ocupan, sino en casi cualquier cosa. Pero ellos en el fondo hacen lo que haría cualquiera solidario, trabajan lo mismo que cualquier parado de este país. Quizá algo menos, porque el que más o el que menos se saca lo que puede, como puede para completar pagar o subsidios. Ellos no trabajan nada en absoluto porque el Senado no sirve para nada. El tipo lo reconoce abiertamente porque es posible que se haya agotado el tiempo de engañar al ciudadano. Con esto al menos. Pero ese buen puñado de señorías se lleva una buena pasta a cambio, en la justa operación que nos permite mantener esta estructura que es fósil que la Constitución de nuestros padres y abuelos nos ha dado, y si les preguntas se les llena la boca de comisiones que abrirán y cerrarán, que no sé sabe bien cuándo tocan, quizá un día de esta semana. Pero se sienten incómodos cuando vienen los niños, porque tienen que simular que hacen, que trabajan en las soluciones. Cuando lo que ellos preferirían es quedarse mirándose las caras, sintiendo este minuto eterno, este no tener nada que hacer, la fortuna de encontrarse en el hemiciclo, de tener un despacho, de que los otros los consideren como iguales. Sentirse estrella en un mundo de estrellados. Como si te hubiera tocado la lotería cada día. Henchido el pecho por ser parte integral de este Estado de derechos. Los tienen todos. Mirándose en fin, como enamorados, encantados de haberse conocido. Sin disimulo.

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