martes, 7 de abril de 2009

Comparaciones odiosas

De nadie es el camino que no mira hacia atrás.

No puedo enamorarme de ti - Joaquín Sabina




Hoy he estado viendo la 2, aunque ahora ya no sé si volvió a ser la segunda cadena en vez de la 2, tras el cambio de logotipo y los colores corporativos. Que ahora son mucho más juveniles con ese naranja y ese azul, y esas tipografías tan esbeltas y tan de nuestro tiempo actual y del futuro más próximo.

Ver el documental de hoy me ha servido para dos cosas fundamentalmente. Una, descubrir que contra lo que pudiera parecer en mis aportaciones a este blog mi vida no es la más emocionante de todas. Vamos que no soy Indiana Jones corriendo con la bola gorda por detrás...

Aunque para eso voy encontrando remedios caseros, de los míos, que van más allá que programar satisfactoriamente una lavadora. Por ejemplo atreverme a poner la sudadera del Athletic, que es tarea solamente para valientes por los muchos prejuicios que pudiera haber y por la mala prensa de los boca a boca desinformados.

Ya sé que en cualquier caso no parece una odisea en la tercera fase. Ya dije que mi vida tiene bastante de anodino, salvo cuando me disfrazo de Niko Bellic y pierdo los papeles en Liberty City o cuando demuestro que al volante de uno de aquellos coches soy rápido como Alonso cuando coche y equipo reman para su beneficio.

Pero si de algo más sirvió el documental de hoy, y que pudiera ser reconocido en voz alta sin sentir asomo de vergüenza, es haberme dado cuenta de que con todo mi vida es mucho más emocionante que la de las avestruces. Que animalaco más horrible, con esos gestos tan poco estéticos, moviendo la cabeza como enloquecido y con aquellas plumas tan inútiles desparramadas de cualquier modo.

Vaya vida más cansina y más triste. Todo el día dando vuelta a los huevos, propios y ajenos, y sentando las posaderas para que a la larga nazcan unos bichos tan feos. Que los gremlins malos eran mil veces más adorables.

Claro que habría que preguntarse acerca de qué podíamos esperar de un animal que es todo cuello, tronco y patas, con esa cabecita que es como un guisante. ¿Qué esperábamos? ¿Qué resolviera logaritmos neperianos?

¿Qué tuviera el rico lenguaje de ultrasonido de nuestros amigos delfines que son mucho más listos que nosotros?

Pues no, estos solamente saben intentar unos graznidos, correr como tontuelos y mover los malditos huevos.

Y esos gestos tan feos para reconocerse, ahuyentarse o seducirse...


En fin, yo me lo monto mil veces mejor:

Me voy de vacaciones.
Ahí queda eso.

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