martes, 11 de noviembre de 2014

Soderling

El elefante está ciego.

Vinagre y rosas - Joaquín Sabina


¿Dónde está Soderling? Quién no se ha hecho esta pregunta al menos una vez en la vida después del 2011? Que es el tiempo que lleva desaparecido. 


Evidentemente yo, como todos los mortales,  necesito tener archienemigos, por lo menos uno, esa persona que no tragas y sin embargo necesitas existiendo con toda su carga de animadversión, la que te genera, que no tengo noticia de que yo le sea antipático, sospecho que le caigo ni fu ni fa, hábil traidor al que encima le soy indiferente. Vale, alguno dirá que es porque no me conoce, que si me hubiera tratado le caería bastante mal. Pero eso solamente se dice para mitigar en algo el rencor que le tengo... 


Antes le tenía tirria a Berdych, era otro de mis enemigos acérrimos, que se atrevió a mandar callar a mis paisanos de Madrid el día que eliminó a Rafa hace un montón de años. Dos ofensas lo hacen doblemente ofensivo. Pero luego parece que se ha ido convirtiendo en un buen chico, no ha vuelto a hacer tal cosa, nunca más lo ganó, y hoy me da un poco de pena; ayer van y le atizan un doble 6 a 1. Su cara era un poema. 


Yo soy de creer en pocas cosas. Y por suerte en lo que llevo caminado no me encontré gente que me odiara demasiado con lo que no tuve tampoco que odiar con todas mis ganas. Con las ganas que tenía de odiar. Así que he tenido que buscar mis enemigos en aquellos injuriosos con lo que creo. Estoy alerta siempre. Y es que fue conocer y creer en Nadal, un flechazo platónico y sin más interés que su bien, todo en uno y por encima de todas las cosas. Unos se envuelven en una bandera, mejor para el frío digo yo, pero yo soy más de creer en las personas, en algunas ciegamente. Aunque sea difícil. Lo malo es que esas pocas se me vuelven intocables, obtienen el don de nombrar a mis archienemigos, que son aquellos que las ofenden en mi presencia. ¿Se atreverá alguien? De Ratzinger di lo que quieras,  a mi tampoco me gustaba un pelo, pero no me toques a Nadal. O entrarás en mi lista negra. 


Ocurre que Soderling se atrevió a ir a París para eliminarlo de Roland Garros allá por 2009. Dándoles el gusto a los franceses,  que son también archienemigos por volcarnos la fruta, con el hambre que hay en el mundo,  pero sobretodo porque ya nos les podíamos pasar por los morros a Induráin doblando a Fignon en Luxemburgo. ¡Cómo daban palmas y vitoreaban que al fin alguien tumbara al gigante! Valiente sacrilegio, un delito peor que el deporte nacional,  trincar y que no pase nada. Pero si esto fuera poco,  ya perdido cualquier respeto, el tal Soderling se permitió además parodiarlo más tarde en Wimbledon, no con la gracia de Djokovic, sino rebosando mala baba. Poco antes de morder el polvo, la hierba en realidad, para deleite mío y de tantos nadalistas. 


¿Dónde está Soderling entonces? ¿Lo tragó la tierra? ¿Acaso le cayó el cielo encima para que esté desaparecido? ¿Habrá justicia después de todo? 


Pues no, la explicación es más sencilla. Ha sufrido de mononucleosis, que es conocida como la enfermedad del beso, así que no parece mal castigo. Lo que lo deja sin fuerzas. Así que se ha convertido en director de un par de torneos para los que no dudará en rogar la asistencia de Nadal, más que nada porque un enemigo vencido para alguien bueno como Rafa no ha de resultar amenazador. Otra cosa es lo que piense yo. Dice que aún entrena para volver, cuando le sale un día bueno. 


¿Pero y ese apego por Rafa? ¡Si no sabe sacar, hacer dejadas o darle casi de revés! 


Me ocurre que soy de creer en la honestidad de la gente que creo honesta. En esos nada más. Es un club con muy pocos socios. Por eso cuando me dicen que distrae tributos con empresas radicadas en el País Vasco me digo, buen sitio, aunque habrá que investigarlo. 


Luego cuando las cosas se aclaran. Cuando consigue salir casi sin tacha de asuntos tan peliagudos es cuando yo digo, que me aspen si lo entiendo. ¿Tan difícil es? 


La culpa casi nunca es de uno.


Aún así a este lo copiaba. 


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