martes, 18 de septiembre de 2007

De anuncios

Y por mi parte sobra el arte,
lo que me das, dámelo bien.

Morena mía - Miguel Bosé y Julieta Venegas.



A veces me gusta comentar la publicidad, es bien sabido por este que suscribe estas letras y todas las demás. Menos aquellas que se han demostrado equivocadísimas con el tiempo. Aunque en lo referente a la publicidad no ocurrió aún. Soy muy bueno para detectar engendros televisivos, me entran por el ojo como un rayo y algo en mi cerebro se activa para que imperceptiblemente mi boca pronuncie: Engendro. Y suelo tener un porcentaje de acierto tan elevado que es raro que a estas alturas no me haya fichado a comisión por engendro hallado el defensor del consumidor televisivo, que es una figura de importancia tan capital que si no existe habría que crearla.

Como no podía ser de otra manera entre los nuevos hallazgos se encuentran viejos conocidos. Me refiero, obviamente al erizo de los seguros. Todos los anuncios en que participa son especialmente irritantes por una razón, la personalidad del erizo irrita más que afeitarse con sus puas. Yo nada más que lo veo estoy deseando que se encuentre con su enemigo natural, que en su caso es cualquier otro ser vivo que no cobre por figurar con él en el anuncio.

Ya reconocía yo hace algún tiempo que me hubiera gustado cruzarme con él, una vez en mi vida habría bastado, una vez en la suya, puedo jurarlo. Vamos que si yo fuera la mengana del gimnasio que hace bici mientras él corre en la cinta me iba a faltar tiempo para ponerle unas mancuernas de sombrero. Y si no lo hiz nadie aún es porque seguro que el bicho tiene conchabados a los mazas que te dicen como hinchar las venas levantando el peso, con un jugoso contrato a descontar de los daños a terceros. Y uno puede morirse de ganas por lanzar al erizo por la ventana, pero hay pocas de que unos cuantos amantes de la testosterona te pateen el culo.

Y eso que soy capaz de reconocer que la culpa no es del erizo, al menos no por entero, aunque su personalidad y la mía sean incompatibles. La culpa es de los ingeniosos creativos que han decidido hacerlo protagonista de todos los anuncios. Estos creativos, estoy casi seguro, deben trabajar a jornada partida ideando de tardes los de Telefónica.

Pero no quisiera dejar a Rizo, que así se llama, fíjate que bien pensado, sin comentar el anuncio en que aparece tumbado en un diván con un psicólogo, que sea dicho todo de paso, no sorprende en absoluto. El erizo está necesitado de un psicólogo como primer paso, inmediatamente anterior al internamiento en un sanatorio o en un zoo, a elección del especialista.

La cuestión es que nuestros aplicados guionistas decidieron darnos ese anuncio en parte con el acento de Pucela, es decir sin acento ninguno y otra parte en argentino. Lo que está bien porque nos recuerda lo bien que hablan los argentinos el castellano, pero que hace que el anuncio sea bastante incoherente, sin reparar claro en que lo que se tumba en el diván es un erizo al que según dice, persiguen las mujeres. Por la plata, dice. Será para dejarle caer un medallón como el de nuestros baloncestistas en toda la cabezota, como una mancuerna de gimnasio. Lo peor de todo es que subyace que al erizo le deben pagar bastante bien, seguramente mejor que a un humano. Y aún querrán que corramos a contratar los dichosos seguros.

Pero mi olfato infalible para los abortos televisivos ha detectado un espécimen nuevo y especialmente aterrador, y no lo protagoniza Rizo, aunque estoy seguro de que si así fuera no resultaría peor de lo que ya es. Hablo de ese en que aparece un chaval que grita de cuando en cuando ¡Caramelo! hasta que por no matarlo lo envían al psicólogo ¿dónde si no? Y allí se encuentra a dos tarados como él que dicen galleta y no sé que más. En fin que las tres cosas juntas componen una merienda prefabricada y con fecha de caducidad para mucho más adelante.

Obviamente cuando uno se encuentra con anuncios de este calibre llega a la conclusión de que no se desechó ninguna idea. Que todas se dieron por buenas. Más o menos como yo en este espacio. Pero maldita sea, este espacio lo leo prácticamente yo solo y algún amigo de visita de cuando en cuando. Está abierto al mundo pero oculto en la maraña inmensa de Internet, menos visible que encontrar a Wally en una de sus viñetas atestadas. Así que los creativos de este engendro mayúsculo tienen tardes la mar de fructíferas. Vamos que sacan petróleo del fondo de la basura. Deben estar con cámara nueva y locos por rodar hasta el crecimiento de la hierba.

Ni que decir tiene que para rodar estas cosas uno ha de estar verdaderamente necesitado de aparecer en la pequeña pantalla. Yo creo de hecho que esto podría observarse como una forma de prostitución algo evolucionada. Desde luego si a mí me ofrecieran participar en un despropósito semejante me negaría en redondo. Porque si el creativo que ideó tal majadería tenía la mitad del cerebro (la parte que dedicamos a pensar) fosilizada por un exceso de fármacos o por falta de uso, ¿dónde me colocaría representar personajes tan espeluznantes?

Yo creo que al mismo nivel que él. Y con lo que le gusta a la gente hablar. Me iban a poner verde.

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