lunes, 24 de septiembre de 2007

Deshojando el calendario

Como si llegara a buen puerto mis ansías
como si hubiera donde hacerse fuerte,

como si hubiera por fin destino para mis pasos,

como si encontrara mi verdad primera.


Como un dolor de muelas - Joaquín Sabina



Se le están cayendo las hojas al calendario y conste que no tiro de ellas. Simplemente veo pasar los días.

Pero ahora lo hace a mi favor. Porque he de entenderlo así si en su transcurso incontenible me acercan a una fecha esperada. De manera que cada día más es un día menos. Lo lejano está cada vez más cerca. Ayer estuve en la playa y me quedé mirando la estela de un avión en el cielo libre y despejado. En unos días yo dejaré una parecida cruzando este país atónito por verme hacer tantísimos kilómetros en una hora.

Y en verdad puedo decir que ya no tengo prisas de ninguna clase.


Lo malo de marcar en rojo un día determinado es que el tiempo se vuelve anhelante. Y uno deja de vivir para sobrevivir a los días. Aunque no hay en esa supervivencia nada heroico. Es una supervivencia de trazo grueso, monótona como una pared recién pintada.

Y conste que las esperanzas puestas en estas vacaciones que llevan esperando una oportunidad durante 6 meses son bien humildes. Que se han de dar conformar con una cenita en una pizzería de estreno a mi llegada, unos cuantos cines y unas pocas compras en la vuelta breve que es a la vida que un día tuve. Sin embargo no espero gran cosa, mis expectativas se basan en encontrar lo que sé cierto que está, que aún existe.

Sé sin embargo que a buen seguro me voy a hartar de pasar ratos aburridos. Y hay en esta seguridad mucho de resignación. Y por tanto aparece con un manto lúgubre porque arranca en una creencia que se hace certeza irremediable. Como es triste aceptar que ya empezamos a acortar los días y no podamos cambiarlo. En mi caso nace porque no se dio el viaje a Estambul que esperaba, ni visitaré las tierras lejanas y extrañas de Egipto. Que habrían sido menos lejanas y definitivamente menos extrañas de haberlas podido pisar. Me quedan en el cajón de las cosas pendientes. Ese que se revisa de tanto en tanto para comprobar que quedan algunas cosas por hacer entre otras que no se harán nunca.

Queda en mi recuerdo el viaje que hice hace ya más de un año a Florencia. Y apenas supusieron tres días pero fue un tiempo tan distinto que ni siquiera hoy me da la impresión de que pudiera haberse medido con un reloj convencional. Entonces me dije que la vida disfruta de momentos trascendentes para cobrar su auténtica dimensión. Y que no es más que un puñado de recuerdos, mal definidos o equivocados pero escogidos libremente por nosotros.


Tengo un puñado de días de vacaciones asomando por entre el común de los días. Cada día que pasa alzan más y más la voz. Me dicen que están llegando. Y yo les digo que no alboroten tanto, que tal como llegan habrán de pasar.

Pero les doy la razón al fin. Queda vivirlos.

No hay comentarios: