jueves, 17 de enero de 2008

El trío

Para que el amor mío siempre me quiera tener.

Gota de rocío - Silvio Rodríguez



Cómo se puede explicar lo de Gallardón, Esperanza Aguirre y Rajoy sin explicar que parece algo pueril, más propio de mocosos mal criados que de adultos más o menos racionales.

Porque la pelea intestina del alcalde y Esperanza es de no creer. Parece una mala película de madrugada, una de esas que nadie querría ver. Con rencores, recelos y envidias. Sólo que los actores además son requete cargantes. Sólo podría ser peor si tales desconfianzas se dieran entre líder Rajoy, Eduardo Zaplana, al que ya no le hacen hueco por Valencia y Acebes, que es la piedra del camino.

Claro que aunque resulten tan ridículos hay alguna inteligencia en su disputa, se quieren posicionar por si ocurre que Rajoy vuelve a perder. Algunas trazas lleva. Y ambos aspiran legítimamente a ser presidente del gobierno algún día de un futuro, que podría ser pronto. Conviene por tanto estar bien arriba en la línea de sucesión.

Sin embargo Esperanza se equivoca. Como con el trono los españoles observamos la ley sálica para ejercer las funciones propias de gobierno. Es decir, tengo yo más probabilidades presidenciales, a no ser que me de por salir con falda a la calle mientras convoco a la prensa, que a estas horas tiene mucho de paparazzi. En ese sentido, sospecho que la democracia española está poco evolucionada.Verde, verde, verde.

Pero vivimos en un país en que mueren decenas de mujeres a manos de "sus" hombres. Con eso está dicho todo.

Por no hablar acerca de que esta mujercita, batalladora como pocas, cae bastante gorda lejos de la capital. De algún modo es aquella que le pone a Gallardón la pierna encima, y no lo deja crecer. Ha escogido el rol de la mala. Es bastante bicho y no gusta pizca. Lo que seguro que le ha de pasar factura, tarde o temprano.

Con lo simpático que resulta Gallardon a todo el mundo, especialmente a los de la ribera izquierda. Tan centradito el hombre, que parece Harry Potter de mayor.

Yo creo que equivocó la siglas. Gallardón pide imposibles, imposibles en la alianza de Fraga y Aznar. Y le va quedando nada más que tomar las de Villadiego, que son las de Piqué cuando se cansó de ser uno contra el mundo. Que no es el mundo en realidad, sino su propio mundo, escogido por él. Artritis en la mano, camisa de fuerza.


Y los imposibles aún son cosa de Izquierda Unida que participa pensando que lo importante es participar, de Gaspar Llamazares, más preocupado en captar votos del mundo virtual de Second Life que del real. Para su personaje, creado a su imagen y semejanza a través de la cámara de Sara Montiel, que le ponía un pañuelo al angular para que no se le notaran arrugas y se la viera en un tono pastel difuminado. Y él con una ventaja sustancial sobre nosotros. Así de protagonista de videojuego no va a envejecer.


Se daba el hombre con un canto en los dientes siendo presidente cibernético, presidente de una España asomada al portátil para verle, y convocando manifestaciones virtuales contra las guerras virtuales, en las que nadie sangra de verdad, a las que acudir con nuestra recreación de polígonos gráficos. Tan inasible al tiempo como él. De la mano todos como a un concierto. Para que más.

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