martes, 15 de enero de 2008

Marion

No quiero tener que huir.

La edad del porvenir - Javier Alvarez



El problema de encontrarse con alguien que cree ciegamente en alguien es que será capaz de defenderlo frente a todo. Frente a todos.

Yo no creo ciegamente en Marion Jones. Pero hubiera podido creer ciegamente.

Con Marion yo tuve un principio que podría haber sido de amor si no fuera porque no tuvo continuidad, por la insalvable razón de estar tan lejos y ser ambos tan desconocidos. Pero así de primeras yo no puedo negar que me gustaba, y que diablos, aún me gusta.

Aún tan condenada a cárcel, aún tan manifiestamente embustera, aunque se haya dopado. Aunque nunca más se dope.


Por eso, porque siento debilidad por ella hubiera podido abandonar todos mis principios por su bien. Y le hubiera dicho que aunque decir la verdad sea para mí tan importante ella debía haber seguido enrocada en la mentira. Por que si hace unos años dijo que no tenía nada que ver con el doping, ahora no ganaba nada con dar la razón a los que sospechan. A los que braman sin pruebas porque la rodea un entorno gris de gente con las manos sucias.

¡Qué cerca estaba de abandonar el atletismo! Y qué cerca de hacerlo como una heroína a la que admirar. Por esa belleza veloz. Por esa sonrisa en el triunfo. Por esos 5 oros que valían como otras tantas vidas en los juegos olímpicos de Sydney, que se hicieron grandes gracias a ella. Era la estrella más refulgente en la constelación de deportistas. Y era también la mejor.

Que nunca debió doparse es tan cierto como no lo debe hacer nadie. Ningún triunfo merece poner el riesgo la salud. El éxito no puede costar tanto. Porque de ser así no merece la pena. Deja de merecer la pena.


Sin embargo nunca dio positivo en ningún control. Aquellos químicos expertos del laboratorio Balco habían dado con la fórmula mágica. Sus estimulantes eran indetectables. Iban por delante de los laboratorios antidopaje.

De algún modo estaba escrito que a Ben Johnson habían de cazarlo. Siempre pareció de poca inteligencia. Al contrario que Carl Lewis, igualmente sospechoso pero más audaz.

Igual que Marion Jones. No tenían nada contra ella. Solamente creer que es una farsante.

Como lo habían creído sin duda de Florence Griffith que murió a los 38 años, que es mala edad para morir, diez años después de haber logrado la mejor marca de todos los tiempos en los 100 metros femeninos. ¿Acaso aquella mujer de largas uñas y andares felinos no se dopaba también?

Pero ya no pueden nada contra Florence, de algún modo su legado es inmortal. Por eso, por castigar a los culpables de manera ejemplar, por demostrar la severidad de la ley condenan a Marion a 6 meses de cárcel. Por perjurio que significa desdecirse, que es decir la verdad ahora cuando antes se mentía. Cómo la castigan después de haberla dejado casi sin nada. Le han quitado el pasado, y el pasado es todo lo que somos.

Dicen por aquellas tierras que la verdad os hará libres. A Marion la verdad la va a encerrar.


No me importa no tener razones apenas. No me importa ni siquiera no creer en ella.

Me bastaba con mirarla. El corazón es libre.

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