sábado, 16 de agosto de 2008

El jamón y el libro

Conocer el delirio y el polvo.

Oleo de una mujer con sombrero - Silvio Rodríguez



Ahí está otra vez el tipo del acordeón. Va a estar mientras duren las fiestas.

Me he tomado el café y he estado leyendo el periódico. Me he asomado a la puerta del supermercado "El Árbol" pues estoy resuelto a comprar un jamón, se acabó comprarlo envasado si lo puedo cortar por mi mismo. Lo malo es que por mis indagaciones de estos días no lo venden con jamonero, ni con cuchillo adecuado por filo y tamaño. Esto último no es problema porque en una ferretería cercana ya tengo confirmado que los tienen, pero necesito el jamonero en defecto de alguien que me lo sujete, pues si ya es bastante difícil cortarlo sin rebanarse un dedo, más aún mantenerlo de pie al tiempo, y lo de colocarlo entre las piernas tiene un mayor riesgo, no vaya a herirme y ocurra que luego nadie me quiera.

Ayer me dormí pasadas las 2:30 de la madrugada, y la culpa fue de Ruíz Zafón y su libro "La sombra del Ángel". Un libro que es, a todas luces, peor que su novela "La sombra del viento". De hecho solamente hacia el final coge un poco de fuelle y engancha. Lo malo es que para mi gusto resulta algo artificioso, que es el defecto que encuentro a no haberlo entendido demasiado. Es decir traslado la carencia de mi intelecto a la falta de claridad del libro, que es remedio habitual entre las personas para los avatares de la vida. Hacer culpable de nuestros fallos a lo otro o a los otros. Se vive así tan bien...

No pretendo desmenuzar el libro ni dar información clave que descubra su trama restando interés a cualquiera con intención de leerlo y que ha llegado aquí por puro azar. De hecho si digo que alguien muere entre sus páginas no estoy diciendo nada grave. En casi todos los libros se da la muerte porque es razón que despierta la zona de las emociones y logra encender las alarmas del lector para que no olvide que esté en el medio de una vida con un punto final, como la de los personajes del libro con los que nos identificamos y que al morir sentimos como una herida.

Quizá por ello el escritor no debiera apelar a trucos tan sencillos. Y si la lectura es uno de los placeres de la vida debiera dejar de lado la muerte, respetando este tabú de los vivos que es no pensar en la muerte más que en los entierros y mientras bajan el cadáver a la tierra.

Si la lectura es entretenimiento y una historia es perpetuidad convertida en libro tendrían que intentar no citar a la muerte ni siquiera de pasada. Con personajes que viven eternos y ajenos a la idea de morir. Como la narrativa de un minuto de acordeón a la puerta de mi casa.

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