jueves, 7 de agosto de 2008

La decisión

El viento me despeina.

Hotel California - The Gipsy Kings



Lo bueno de viajar conmigo a cualquier país es que es como no salir de casa. Que yo me muevo en perfecto castellano así piso el territorio de nuestros primos italianos como si cruzo medio mundo para conocer unos cuántos edificios emblemáticos y únicos.

Y no soy de los que llega para hablar más despacio el castellano, que sigo a marcha de crucero, dando por hecho que lo que no deje claro mis palabras se verá completado por mis gestos con las manos o por la impaciencia del mirar. Yo digo y ellos sabrán.

Por Estambul camino con el mismo desparpajo que si fuera por Vallecas.

De un viaje tan largo uno puede extraer tantas cosas como para escribir un libro entero. Y tal vez debiera hacerse, porque no es mi fuerte la memoria, que hoy me recordaban personajes y tramas de "La sombra del viento", con lo mucho que me gustó, y no sabía de qué demonios me estaban hablando.

Otro día tengo que contar nuestro encuentro nocturno con el taxista, que es una ocurrencia con mucha miga. Pero hoy me referiré a nuestro último día en Estambul, el día después de que en el barrio de Gurunguren explotara una bomba matando a 16 personas e hiriendo a otras 150.

Ya dejé claro que no estoy ni entre los unos ni entre los otros. Que yo salgo bien parado de los viajes que hago, ¡faltaría más haciendo tan pocos!

Nosotros nos enteramos de la noticia por una llamada telefónica a primera hora de la mañana. Alrededor de las ocho que era la hora habitual para bajar a desayunar y ponerse en marcha. A Anna la llamaba su padre preocupado por su seguridad. Y conste que el día anterior habíamos estado cenando en otro barrio, pesquero por más señas, Kumkapi, que vio lo que nunca antes yo había visto, una subasta de precios y platos y vinos para convencernos a los diez forasteros de tomar parte por una de las mesas de la terraza. Hasta tres camareros conté, susurrando las bondades de la carta y lo mucho que nos podían dar a cambio de tan poco. A mí me cogían del brazo y me contaban en bajo como para que no se enterara de la oferta la competencia, pero se enteraba por tener el oído fino y estar a lo que está, y subía la propia para hacer de aquello una competición que acaso me terminara dando cargo de conciencia. Y eso que aquel sitio había aparecido como un oasis en el desierto, rodeado de calles desiertas y de mal color, de esas que uno cruzaría corriendo si no fuera porque lo rodean nueve personas más.

Optamos por fin por uno que venía reflejado en la guía que nos agenciamos temporalmente de una pareja de españoles con los que coincidimos de camino a los restaurantes. Y no era el más barato. Todos los pescados de la carta a 12 liras (6€) y nos ponían dos botellas de vino de 40 liras/unidad (20€ ¿era necesario?), los postres y los cafés. Por una vez en la vida yo me sentí importante, tomando decisiones como un ministro y un poco como Eva del pecado original, tentado por la tentación, con el regusto amargo de saber que una elegir una opción descarta otras y hiere a esa suerte de "maitres", aunque poco.

Pero vivimos una vida de ganadores y perdedores en la que se dan ambos de forma conjunta, con la virtud de que una perdida no exime la posibilidad de un éxito futuro.


Tras la llamada buscamos un ordenador para conectarnos a Internet. Había que informarse con más detalle. Era cierto, una bomba había estallado en un barrio poco turístico haciendo una escabechina. Nos recorrió la médula un relámpago y la sensación de inseguridad de pensar que la vida pueda estar en riesgo. ¿Y si hoy fuera mi último día?

Así que dedicamos al asunto apenas 5 minutos. Transcurridos ya salíamos por la puerta del hotel camino del Gran Bazar siguiendo el plan diseñado desde hace días. Obviamente uno no renuncia la posibilidad de comprar una colcha bordada a mano a precio de ganga por un puñado de heridos y muertos.

Yo iba caminando junto a Jordi muy dispuesto a dejar de su lado cualquier bulto sospechoso que encontráramos de camino, para que él me actuara de parapeto en caso de explosión, que vistos de perfil pareciera que caminaba uno solo, tan perfecta sincronización a su paso. Pues de no ser suficiente protección su cuerpo me quedaba el consuelo de no ser cogido por la onda expansiva directamente, sino por intermediación, que siempre parece más suave al venir mermada por los destrozos ya causados. Detrás Sestea y Anna que en realidad eran el motor de las compras, como no podía ser de otro modo.

Es verdad que había en el aire soleado y tempranero un poso de intranquilidad. De repente todo era sospechoso, y esa ciudad tan segura hasta conocer la noticia se había vuelto una habitación de cristal cortado.


Nos sentimos mucho más seguros al llegar al bazar, alrededor de 4000 puestos comerciales con techumbre. Ya apunté yo sabiamente:

- Lo bueno de esto, es que hay tantas calles que ya será mala suerte que se de la explosión justamente en la que nosotros caminamos. Podría darse en la siguiente, o en la anterior.

A lo que Jordi oponía más erudito:

- Si te toca, te toca.

Verdad verdadera.


Claro que ya en plan analista la sensatez te decía que si hubieran querido acabar con un buen número de extranjeros hubieran puesto la bomba directamente en el Gran Bazar y no en un barrio obrero. Está visto que esos kurdos mal encarados no quieren echarse a la comunidad internacional encima, ni al Fondo Económico Internacional, destruyendo todos esos puestos comerciantes :D. Se centran en guerrear en exclusiva contra los turcos que son los que les bombardean los poblados.

Lo malo de las compras es que detecté a Sestea a punto del colapso y algo empanada para ser tan lista como es. Se volvió un poco autista mirando los bolsos colgados y tantísimas cosas al alcance de la mano, no de ella que es bajita, pero sí de los comerciantes con gancho de metal. Creo que el exceso de oferta la tenía algo embotada. No terminaba de decidirse, y eso que ella iba como una reina con sirviente, que era yo largando el mismo discurso, en perfecto castellano como ya dije, a todo aquel comerciante con algo de su interés. Pero estos turcos son bien listos y han aprendido a largar en todos los idiomas para conseguir vender a buen precio. Así que me escuchaban regatear con atención y procuraban un acuerdo que nos satisficiera a ambos, cosa que se daba pocas veces. Así de exigentes somos todos.

Lo malo es que yo estaba cada vez más cansado, puesto que si mis trucos en la compra son casi infalibles, soy humano y la repetición me estaba consumiendo. Además yo soy de decir verdades como puños, pero poniendo en antecedentes de otros puestos y otros comerciantes, cosa que alarga la cosa considerablemente, y aunque los turcos son amantes de las negociaciones largas y enrevesadas, mi paciencia no es tan grande. Y repetir las mismas cosas aquí y allá me tenía frito.

En cualquier caso Sestea consiguió su colcha a precio irrisorio. Y unas pulseras, y un bolso de Carolina Herrera o qué se yo. Y tan harto acabé que para mis polos de perfecta imitación pagué sin apenas regateo pero aclarando que conocía su precio real por el subterráneo junto al Eminönü.

10 liras cada uno. Y pone Lacoste, Burberry´s y Ralph Laurent.

Lo mejor de lo mejor.

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