sábado, 18 de febrero de 2006

El abrazo

Cuando dos personas se abrazan reducen todas las distancias. Es una obviedad pero eso explica porque nos abrazamos tan poco. En verdad las personas desconfían unas de otras en demasía. Prefieren tener a su alrededor una órbita invisible y despejada. En la misma mirada están creando distancias.

Nati recomendaba hace unos meses que debíamos empezar por abrazarnos más. Es un buen comienzo. Por supuesto no se puede abrazar a todo el mundo, ni todo el mundo lo merece ni se trata de ser considerado alguien amenazante con nuevos e inopinados abrazos. Yo soy partidario de seleccionar bien los destinatarios de los abrazos (con la misma exigencia que nos debemos para dar besos). Porque el abrazo cobra todo su sentido precisamente porque es un suceso extraordinario. Alguien permite que el alterado aura de su espacio salte por los aires cuando alguien franquea lo invisible y se acerca tanto, si no hay un paso atrás, si no existe el temor de la agresión, si los brazos sirven para abrazar entonces entre esas dos personas se unen en un nuevo ser (dos se convierten en uno, indivisible), y la atmosfera que los protegía individualmente se transforma en una nueva que los protege ambos juntos.

Hay muchos tipos de abrazo. Yo hablaré solo de dos que son los que me gustan más. Existe un abrazo que consiste en que uno pone la cabeza sobre el pecho del otro. Cuando yo di ese abrazo mi pecho se convirtió en el lugar más seguro del mundo. La otra persona se cobija, queda al resguardo, protegida porque nada podría ofrecer más seguridad. En ese instante aquella puede cerrar los ojos, perder toda referencia espacial o temporal, no quedan amenazas capaces de vencer a dos personas que se abrazan.


Pero hay un abrazo que me gusta aún más. Aquel en el que ambas cabezas quedan por encima del hombro del otro. Una cabeza y otra miran atrás, son vigilantes, están literalmente guardando las espaldas. Y entre ellos surge la comunicación de dos bocas que no pueden mirarse pero que se escuchan, y nada hay más importante que la comunicación. Uno habla y el otro calla pero mira detrás. Juntos son como un guerrero de dos cabezas, como un gigante invencible que guarda tensa calma, dispuesto a la batalla porque no se siente solo, su otra parte le impulsa y le mantiene. Su fe, el calor cercano del otro cuerpo lo ha convertido en un ente superior, indestructible. Eran dos pero ya no; es solamente uno y mucho mejor frente a todo.

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