sábado, 4 de febrero de 2006

Ojo

Esta mañana amanecí sintiendo algún desprecio por mi mismo. Ayer tuve delante a una señora mayor acompañada de su hijo, un hombre obeso de unos 50 años. La anciana tenía el ojo morado por debajo de las gafas de ver, todo lo que es la cuenca e incluso un poco por encima de la ceja derecha. Yo los atendí correctamente aunque estaba atento al trato que el hijo le diera delante mío. La sospecha era inevitable. Percibí impaciencia hacia ella y un cierto autoritarismo. La cosa es que yo le reí alguna gracia a aquel tipo que hubiera podido propinar un puñetazo a su madre (no lo podré saber). Y esta mañana me dio cierta repugnancia aquel rol de observador que ni siquiera pregunta qué ocurrió ¿cómo se lastimó el ojo así buena señora?

Uno no sabrá que hacer muchas veces, aunque simular que nada ocurre probablemente sea la opción equivocada. Mirar aquel rostro magullado como si fuera lo más normal del mundo fue un error. Aquel ojo pedía a gritos que alguien se interesara. Yo nada más fui de un sitio a otro sonriendo como un imbecil, como si estuviera acostumbrado a tratar con gente lesionada, como si llevar un ojo entre azul y morado fuera lo más común entre los que alterno. Le di una capa de normalidad a aquella situación extraordinaria. Y hoy me pregunto ¿cómo podría uno solo contusionarse el ojo de esa manera?

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