miércoles, 20 de febrero de 2008

Personas

La luz dentro del laberinto.

Cien días - Ismael Serrano



Se pueden hacer infinitas clasificaciones, pero a todas las personas del mundo las podríamos clasificar entre tres, a saber:

-Las que viven la vida como si fueran a morir mañana. No ahorran porque no saben dónde terminarán parando, podría ser pronto. Su vida se sustenta en el "carpe diem", disfruta el momento presente. Son dados al arrepentimiento posterior, sobre todo en la comparación con los otros, más o menos como cuenta la fábula de la cigarra y la hormiga.

-Las que lo ahorran todo y encuentran algún gozo en la observancia del crecimiento de la cuenta corriente. Entretienen el otro tiempo contando el efectivo que tienen en casa y miden la vida por tanto como se están ahorrando. Cada día un poco más. Muy capaces de preguntar por los intereses de un plazo una semana antes de morir. Cuando la muerte se asoma a sus ojos como las sombras a las ventanas del Windsor la noche que se incendia. Visten como pobre y llevan la vida de un pobre, aunque su dinero viva en la cárcel de oro por ser el dinero mejor invertido. El que reditúa más. Aunque es un dinero fantasma, que existe solamente entre los números que lo acreditan. Lo sienten prisionero porque desde la calculadora son meros carceleros.

-Y por fin, aquellos que estamos entre uno y otro extremo.



Ronaldo parece del primer caso. Por eso se fue abandonando en la esperanza de que sus cualidades extraordinarias para el fútbol lo mantuvieran a flote. Pero cuando a Ronaldo le hablaban de dietas y ejercicio intensivo durante los entrenos debía poner la misma cara que pongo yo cuando pienso en abrirme un plan de pensiones. A saber qué será de mí dentro de treinta y tantos, deja, deja. Que lo que va delante, va delante.

Sólo que yo puedo desconfiar del estado de mi cuerpo dentro de tantos años, después de todo debe sobrevivir a la dieta que le administro, puedo desconfiar incluso al estado de mi mente, si a estas horas, prácticamente en plenitud, olvida cosas que podrían parecer importantes. Si fueran tan solo 30 seguirían pareciendo demasiado que esperar. Asumido que no voy a ser eterno soy incapaz de verme cumplidos los setenta.

Pero la diferencia con Ronaldo, que me sitúa a mí en ese tercer grupo sin excesos, es que Ronaldo dice que no va a dejar de comer tartas y croissants rellenos, o repetir del segundo pensando en que quizá le lleve por delante un coche kamikaze por la autopista, o quizá le secuestren para que recuerde como son las favelas en su próximo viaje de Carnaval a Brasil. Después de todo tiene el éxito y el dinero para darse todos esos caprichos, como si no los pudiera disfrutar más tarde. Su presente es todo lo que hay.

Así que si no entrena como debiera es porque no quiere. Y si engorda porque come de todo lo que le gusta, tanto como quiere, es porque está en el ejercicio de esa libertad de escoger como va a ser su vida mientras dure. Así que no deben intentar convencerlo de que ha de cambiar. Él no lo haría con quien piensa distinto. Claro que ese otro no cobra mil millones limpios de polvo y paja. Y puede ser que su forma de pensar no se ajuste a lo esperado en un deportista de élite, pero que le busquen en el contrato que no pueda pedirse un tazón de leche condensada y una gota de café.

No debiera sorprender, por tanto que al ir a desplazarse sobre los tacos en medio del mullido verde vaya a romper algún tendón. Están soportando más peso del idóneo. No es una cuestión de no haber calentado con suficiente intensidad, que es seguro, se trata de que sus tendones dijeron basta, hartos del esfuerzo titánico de estirar sin romperse. Es sencillo, está fuera de forma desde hace años.

Ronaldo no se acabó el otro día, cayendo hacia atrás con la cara prieta de oír un "crack" conocido. Se acabó, ya en Madrid cuando decidió que la batalla contra el tiempo está perdida y que no debía obstinarse en contra. El día en que empezó a dejarse ir. El día que decidió que el presente, hoy, es lo más importante. Porque lo que ves es lo que hay.


Yo soy nada más un observador. Tengo una pizca de unos y otros. No confío a ciegas en el futuro por lo que decidí que de poder viajar lo haría. Y si algo me entra por los ojos y está a mi alcance, haré por conseguirlo con todo mi empeño. Me ocurre como cuando alguien pregunta acerca de la existencia de la creencia más universal. ¿Hay dios?

Yo, que llevo vivida la vida algo ya, respondo lo que contaba Jack Nicholson a Tom Cruise en el estrado del juicio de la fabulosa película "Algunos hombres buenos" a vueltas con taquillas y números de teléfono.

-Dime que hay algo más.

Tiene que haberlo.

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